Un joven sacerdote entregado a la gente en un contexto bélico
El autor de Días de espera en guerra. San Josemaría en Barcelona, otoño de 1937, explica que ha querido ser fiel a los relatos que hicieron los protagonistas de los 40 días previos a la travesía de los Pirineos. El libro, publicado por Ediciones Palabra, permite entender las dudas que tenía san Josemaría, un joven sacerdote entregado a la gente en un contexto bélico.
Suena el timbre de la oficina de comunicación del Opus Dei en Cataluña y Andorra de la calle Ausiàs Marc de Barcelona. El filósofo y periodista Jordi Miralbell (Barcelona, 1953) llega con una carpeta bajo el brazo. No sólo conoció personalmente a san Josemaría, también a algunos de los que le acompañaron durante los 40 días que pasó en Barcelona. Contento de haber publicado unos documentos hasta ahora inéditos, se sienta tras beber un sorbo de agua. La grabadora está en marcha.
¿Qué le ha llevado a escribir este libro?
Es un complemento del trabajo ya realizado. La Associació d’amics del camí de Pallerols de Rialb a Andorra ha trabajado mucho para reconstruir los días en que san Josemaría estuvo en las montañas y, después, en ese pequeño país pirenaico. Pero me parecía que faltaban los 40 días previos que pasó en Barcelona.
¿Cómo se ha documentado?
Hay una documentación extraordinaria, pues tenemos los testimonios de los ocho protagonistas. Todos escribieron de un modo u otro lo que vivieron. A mí me parecía que aquello no podía quedar en un cajón, que debía ser compartido. Como tenía acceso a parte de esta documentación, empecé a trabajar en ella. Al principio no pensaba en un libro. No la he recogido con citas literales entrecomilladas, pero lo que he escrito es casi literalmente lo que dijeron los que lo vivieron. Me parece que este periodo es imprescindible para entender lo que pasó después, en el paso de los Pirineos.
¿Por qué imprescindible?
Por ejemplo, un episodio central del paso de los Pirineos fue el hallazgo de la rosa de madera estofada en Pallerols de Rialb, que anualmente se conmemora con una fiesta. Sucedió al inicio de la travesía, pero también al final de los 40 días de Barcelona, llenos de sufrimientos y dudas, y de muchas carencias. Además, el libro ayuda a entender por qué fueron aquellos ocho los que pasaron, y no otros; cómo contactaron con las redes clandestinas; cómo financiaron el pago de los contrabandistas...
Aparte de los documentos, también está el testimonio personal…
Yo había escuchado personalmente a san Josemaría el relato de aquellas semanas, que todavía tenía muy vivo en 1973. También conocí al Dr. Juan Jiménez Vargas, que fue profesor y muy amigo de mi padre, y podríamos decir que es el segundo protagonista de la historia. Él era consciente de que estaba salvando al fundador del Opus Dei. También he conocido a otros protagonistas, como Paco Botella.
Por otra parte, se ha hecho una cuidadosa investigación de los personajes secundarios, en la que me han ayudado personas como el historiador y pedagogo Josep Masabeu, por ejemplo. Hemos localizado personajes claves de la red clandestina, los lugares donde se refugiaron, los amigos que tuvieron en Barcelona. Se trata de un buen puñado de investigaciones colaterales que se han tenido que hacer. Después hay un trabajo de contextualización con la ayuda del saber de los diversos historiadores de aquel momento.
¿Se conserva algún objeto de aquellos días?
Sí. Cuando atravesaron los Pirineos, en las mochilas llevaban muy pocas cosas, pero sí llevaron la correspondencia, el diario que escribieron, los billetes de tren y de autobús que habían utilizado, e incluso el menú del restaurante L'Áliga Roja donde iban a comer a veces
Pascual Galbe era un gran amigo de san Josemaría y al mismo tiempo un juez que podía condenarlo, es uno de los hilos conductores del libro. ¿Cómo se conocieron?
Recuerdo bien una vez que san Josemaría evocaba esos días vividos en Barcelona durante la guerra. Nos habló con detalle de cómo celebraba aquí la Eucaristía, el miedo que tenía Rafaela que entraran en ese momento..., y nos habló también de Pascual Galbe, su amigo. Rezó siempre por él. Le llegó la noticia de que se había suicidado en 1940 en Francia, pero san Josemaría decía que no se sabe qué puede haber en el alma de una persona en el último momento, y rezaba por él. Al final, tampoco está claro que se suicidara.
¿Cómo se habían conocido?
Se conocieron cuando ambos estudiaban Derecho en Zaragoza. San Josemaría, que era un sacerdote joven, cultivaba la amistad de sus compañeros, y de vez en cuando iban al bar Abdón, por ejemplo, que estaba cerca de la facultad, y uno de estos amigos era Pascual Galbe. Era un hombre de familia republicana, recto y bueno, pero descreído. Fue una amistad sincera, que se mantuvo después, aunque debido a la distancia tuvieron pocos encuentros.
¿Se habían visto en Madrid?
Una vez Pascual Galbe lo encontró por la calle y le preguntó: ¿Qué quieres de mí Josemaría? San Josemaría respondió: Yo no necesito nada de ti, te quiero a ti. Él intentaba llevarle a la fe. Y cuando llegan a Barcelona y se enteraron por casualidad de que ha sido nombrado presidente del Tribunal contra la Alta Traición, san Josemaría no tiene miedo de ir a verlo. Sólo piensa en reencontrar a un amigo. En aquellas semanas tienen una serie de encuentros; el hombre sufría mucho.
Otro elemento clave del libro es la red clandestina para encontrar la manera de irse.
La familia de José María Albareda, uno de los que hicieron el paso de los Pirineos, fue fundamental. Era una familia aragonesa, de Caspe. El hijo mayor, el abogado Manuel Albareda, veraneaba en Salou con su mujer y sus cinco hijos cuando se produjo el levantamiento militar. El caso es que este hombre fue llamado un día antes a Zaragoza, y así la guerra lo separó de sus hijos y de su mujer. Se instaló en San Juan de Luz, en Francia, y desde allí logró que pasaran la frontera su mujer y un hermano. Cuando un amigo de la familia, el sacerdote Pascual Galindo, lo supo, siguió sus pasos: él será quien dará la pista al grupo de san Josemaría. Así pues, contactan con la red a través de la familia Albareda.
¿Cómo era la gente de estas redes?
Era gente buena, creyente, que se jugaba la vida, y que no lo hacía por dinero. Mantenían conexión con la organización Socorro Blanco, que ayudaba a la gente a sobrevivir a la persecución. Pero esta gente después contrataba contrabandistas para el paso de la frontera, y estos sí que lo hacían por dinero, y con ellos había mucho riesgo. Se decía que a veces pasaban el dinero pero no las personas.
En el libro sale poco la Iglesia clandestina, ¿por qué?
Hay que pensar que en aquel momento estaban abandonados −o destruidos, algunos− todos los templos de la Archidiócesis de Barcelona. Sólo había seis que estaban precintados, pero en ninguno de ellos había culto. Sí había culto en la Capilla Vasca, pero el resto del culto era clandestino, en domicilios. La misma jerarquía no era conocida. No tenía amistades en Barcelona entre el clero escondido y no había manera de conectar con ellos.
Pero lo intenta.
Un problema que tiene él, en efecto, es encontrar un sacerdote para confesarse. Consigue localizar uno que había sido maestro suyo, el catedrático Pou de Foixà. Pero este fue el único contacto que consiguió con otros sacerdotes aquí. De hecho, una vez en Barcelona él celebra misa y confiesa a personas que desde el principio de la guerra no han recibido ningún sacramento ni han podido ir a Misa, como los Albareda, los Montagut o los Gayé. Son gente que se confiesan tras un año y medio sin poder hacerlo. No le pueden presentar a ningún otro sacerdote.
Es época de hambre, bombardeos constantes, dificultades económicas...
La guerra ya lleva un año y dos meses. Se vive con miedo y hambre. El ejército republicano −que había quedado aislado en el frente del norte− cae el 21 de octubre y se teme una ofensiva de los nacionales por la parte de Castellón, para aislar al gobierno de la República, que se encuentra en Valencia. Por eso este es un momento de cambio estratégico militar en que mucha gente llega a Barcelona.
Además, a partir de los hechos de mayo del 37, los anarquistas son perseguidos por los comunistas de obediencia estalinista, que quieren recuperar el orden. Tener la documentación en regla tenía una importancia capital. Los bombardeos sobre Barcelona no paraban. Es una ciudad llena de altavoces, que por la noche se volvía tétrica, porque se apagaban las luces.
Las biografías de santos tradicionalmente suelen narrar hechos fantásticos. Pero en el libro, san Josemaría parece una persona muy normal.
El libro está escrito con los testimonios de quienes le acompañaron y le querían. Son textos que narran hechos, aunque alguna vez describen lo que ven hacer o decir a san Josemaría. Este periodo contrasta con los meses anteriores que san Josemaría vivió en Madrid, cuando estuvo encerrado en la Legación de Honduras escribiendo muchas cartas y predicando a los que tenía junto a él. Aquellos textos se conservan y nos hacen ver muy de cerca su alma, su santidad.
En cambio, en Barcelona casi no hubo escritos suyos. No tiene casa ni dirección segura para recibir cartas. En este sentido, confieso que me he quedado un poco insatisfecho. Al relato le puede faltar para mi gusto un poco más del contexto interno de san Josemaría, que en cambio se puede ver perfectamente antes y después, donde se toca cómo es el alma de un santo: un hombre enamorado de Dios, alegre, con buen humor, que reza, que ama a todos y está por encima de la guerra y los enfrentamientos, plenamente sacerdotal, y que quiere vivir una penitencia generosa. En Barcelona llegó a pesar poco más cincuenta kilos...
Habla de buen humor. Quizás tampoco era una época para hacer bromas.
Él tenía mucha gracia y mucha chispa, y no la perdió. Se ve en la correspondencia anterior. En estos días barceloneses tenían que tener cuidado y pasar desapercibidos, pero también se manifestó su buen humor. Juan Jiménez Vargas, por ejemplo, siempre estaba preocupado de que no hiciera gestos que lo pudieran identificar como sacerdote. Pues, un día después de celebrar misa en casa de los Albareda, una mujer que ya lo conocía pero que hasta entonces no lo había visto celebrar Misa, y que se llamaba Blanquita, dijo que pensaba que el cura era Juan Jiménez Vargas. Esto le sirvió mucho a san Josemaría para hacerle bromas a Juan. Tenía mucho sentido del humor, que no significa meterse con nadie; todo lo contrario. A la vez era muy paternal.
¿Qué significa ser paternal?
Él es y se siente sacerdote por encima de todo, y que debe ejercer de sacerdote. Se debe a todos los que le necesiten. Cuando sabe que la madre de un amigo se quiere confesar, enseguida va a Badalona, o a casa de los Alvira, o ver a Pascual Galbe... Todo lo que pudo hacer como sacerdote, lo hizo. En estos casos no tenía miedo de arriesgarse. Por encima de todo se sabía un sacerdote de la Iglesia, que debe tener los brazos abiertos a todos.
Y, por otra parte, tiene muy vivo en el corazón un sentimiento paterno hacia las personas del Opus Dei. Se ve muy bien en su correspondencia durante el periodo de encerramiento en la Legación de Honduras. Los quiere como son, como hace una madre. Es muy bromista, pero está siempre a favor del más débil; le gusta que haya un ambiente de familia a su alrededor. Él se lo pasaba bien, reía, estaba muchos ratos así, de broma. Por ejemplo, a pesar del peligro, una vez en Barcelona, él quiere mantener este ambiente familiar, y por ello insiste en tener tertulias juntos a pesar de que no podían hacerlo en la casa porque Rafaela sufría. Por tener tertulias se ponen en peligro en varias ocasiones. En fin, si no se entiende este sentimiento suyo de paternidad, es difícil comprender el porqué de su paso de los Pirineos. No huía para salvar la vida. Sobre todo le urgía reencontrarse con los miembros del Opus Dei que estaban en la otra zona y de los que no sabía nada desde que empezó la guerra, y proseguir la tarea de evangelización que Dios le pedía.
¿Esta paternidad es lo que le hace sufrir?
El inicio de la guerra detuvo la tarea de evangelización del Opus Dei. Muchos chicos que habían ido por la residencia DYA de Madrid se habían marchado unas semanas antes. Era mediados de julio. A partir de marzo de 1937, cuando consigue refugiarse en la Legación de Honduras, intenta recuperar el contacto con los muchachos de los que no tenía noticia.
Meses después piensa que puede volver a salir a la calle y reemprender la tarea clandestinamente. En verano del 37 lucha por obtener una documentación que le permita salir a la calle. Así lo hizo a finales de agosto. En septiembre trabaja como sacerdote clandestino en Madrid. Durante ese mes Juan Jiménez Vargas descubre una manera de pasar al otro lado por Barcelona e Isidoro Zorzano, otro fiel del Opus Dei, le pide que lleve consigo a san Josemaría.
San Josemaría no quiere marchar. Finalmente, lo hace por obediencia, aunque no lo ve del todo claro. Este, después, será el drama que le perseguirá en Barcelona. Además, estaba tan débil que pensaba que sería una carga para sus hijos, porque no podría seguirlos. Vivió aquí una tensión fuerte. Para seguir la marcha pondrá como condición que todo el mundo saliera con él o detrás de él, e incluso fueron a Valencia a buscar algunos. Al final pasaron las montañas ocho, y en el Opus Dei, en la zona republicana, no había muchos más que aquellos ocho.
Nunca se posiciona políticamente. ¿Cómo se explica su actitud en medio de una guerra?
Nunca. Impresiona mucho por contraste con lo que vive todo el mundo a su alrededor y en la calle. Sobre todo por sus escritos en la Legación de Honduras, sabemos que sentía mucha pena y dolor por lo que pasaba en aquellos meses de guerra y persecución. Él sólo tenía sentimientos sacerdotales. Rezaba, y −estoy seguro− pensaba que se podría haber evitado aquella guerra fratricida. Cuando los que estaban a su alrededor escuchaban cada día Radio Nacional de España, y celebraban las victorias de los nacionales, él nunca participaba. Pienso que Dios quiso que viviera la experiencia de la guerra para darse cuenta de primera mano cuál debe ser la misión de la Iglesia respecto de la sociedad política y la sociedad civil, y qué grande ha de ser el amor a la libertad de las conciencias, como después el Concilio Vaticano II recogió.
En este sentido recuerdo cómo en 1973 nos hizo unos grandes elogios del cardenal Vidal y Barraquer, que en aquellos años de guerra mantuvo esta línea plenamente sacerdotal de tener los brazos abiertos a todos los hombres, de izquierdas y de derechas, a todos; de que los pastores no han de ser hombres de partido. Durante todo ese tiempo que pasa en Barcelona, tiene junto a él a Juan Jiménez Vargas, que sí tenía fuertes sentimientos políticos, y a José María Albareda, de quien habían matado su padre y su hermano. Pero ni en él ni en los de su entorno encontramos ningún pensamiento de odio, ningún resentimiento. Certifica esta actitud su amistad con Pascual Galbe, un hombre significado públicamente en la República, que claramente no compartía su fe. Es el mismo amor a la libertad y a la convivencia que predicará más adelante en todo el mundo. Pero ya se encuentra aquí completo.
¿Qué importancia tienen estos días en la historia del Opus Dei?
Me acuerdo oírle decir en 1971 que «en Barcelona habrá mucho fruto porque se ha sufrido mucho». No sólo durante la guerra, en la posguerra también, porque hubo una incomprensión muy fuerte. Y es lo que predicó muchas veces: que las cosas de Dios salen con oración y sacrificio, que son la garantía de fruto.
¿Qué faltaría para contar?
En el libro he incorporado todo lo que he encontrado. Toda la información disponible, no queda nada más por añadir. Sólo me hubiera gustado encontrar una foto de José María Alvira Clavería, que era primo de Tomás Alvira, y que fue una gran ayuda para ellos aquí. Y, en lo que refiere al relato, me hubiera gustado encontrar detalles del paso de los Pirineos que hizo Pascual Galindo, que siguió probablemente el mismo camino que ellos hicieron después. Galindo fue quien envió una postal desde Alemania, confirmando que había hecho el paso y dando pistas para que pudieran hacer los contactos en Barcelona. Recibir la postal fue lo que les llevó a Barcelona a toda prisa hace ahora 80 años. Tampoco he encontrado una fotografía de la casa de los Montagut, en la Avenida República Argentina, 60. Quizás aún lo encontremos.
Fuente: opusdei.es.
Entrevista original “Els dies de sant Josepmaria a Barcelona no podien quedar en un calaix” en opusdei.cat.
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