Valentina Alazraki habla de Joaquín Navarro-Valls en una conversación con Włodzimierz Redzioch
Valentina Alazraki es una leyenda entre los periodistas-vaticanistas: comenzó su carrera muy joven en 1974, durante el pontificado de Pablo VI, trabajando como corresponsal en el Vaticano de Noticieros Televisa, la televisión mexicana.
Cuando Pablo VI murió, cubrió el cónclave y el pontificado de Juan Pablo I, y luego el pontificado de Juan Pablo II, con el que viajó por todo el mundo, participando en 100 de sus 104 viajes apostólicos y fue el primer periodista en entrevistar a un Papa en el avión durante su primer viaje al extranjero, a México, en enero de 1979.
Es una de las poquísimas periodistas que se pueden enorgullecer de seguir con tanta continuidad todo el pontificado del Papa Wojtyla, que además se convirtió en una figura particular en su vida, no sólo profesional. Continuó trabajando durante el pontificado de Benedicto XVI, y después de su renuncia, cubrió el cónclave y la elección de Francisco, con quien ha realizado todos sus viajes apostólicos hechos hasta el momento.
Valentina −como todos la llaman afectuosamente en la Sala Stampa del Vaticano− conoció en Roma a otro gran periodista que se convirtió en “la voz de Juan Pablo II”, Joaquín Navarro-Valls.
He quedado con Alazraki para recordar a esta gran figura de periodista y servidor de la Iglesia, que nos dejó el 5 de julio pasado.
Navarro-Valls se trasladó desde España en los años 70 para colaborar con San Josemaría Escrivá, en el ámbito de la comunicación del Opus Dei. Como responsable de la comunicación, le tocó informar de la muerte del fundador (26 de junio de 1975) y de la elección de su sucesor, el ahora Beato Álvaro del Portillo. ¿Llegaste a Roma tú también en aquéllos años?
Yo entré en la Stampa Estera (asociación de la prensa internacional en Italia) en 1977, pero conocí a Navarro-Valls personalmente a principios de los 80, cuando trabajaba como corresponsal del periódico español ABC.
Los dos estabais acreditados en la Stampa Estera y Navarro-Valls en 1983 fue elegido por sus compañeros presidente de esta asociación de corresponsales extranjeros en Roma, y tú, secretaria de la asociación. Es decir, en la práctica eras la vicedirectora. ¿Cómo es que Navarro-Valls era tan querido por los 500 compañeros periodistas?
Eligieron a Joaquín porque era una persona seria, creíble, querida, bien relacionada en los varios ambientes italianos y eclesiales. Tenía también dotes organizativas. Pero tan sólo un año después, en 1984, Juan Pablo II lo nombró director de la Sala de Prensa del Vaticano.
¿Cómo era la Sala de Prensa del Vaticano antes de que llegara Joaquín?
Se ha dicho, erróneamente, que Navarro-Valls fue el primer laico al mando de la Sala de Prensa del Vaticano. Ya en los años 1970-76 hubo un director laico, Federico Alessandrini, por muchos años vicedirector de L’Osservatore Romano. Pero antes de 1984 la Sala de Prensa del Vaticano era una oficina burocrática que preparaba todos los días unos boletines que eran la fuente de información de los periodistas. Obviamente existían las conferencias de prensa. Pero no existía la figura del portavoz del Papa.
Con Joaquín sucedieron bastantes cosas: en primer lugar modernizó la sala de prensa llevándola a la era digital. Él era periodista por lo que sabía cuáles eran las necesidades de sus antiguos compañeros. Pero el verdadero cambio fue el papel que ejerció: por primera vez el director de la Sala de Prensa Vaticana era también el portavoz de Juan Pablo II. Él veía al Papa a menudo, discutía y hablaba con él sobre cómo presentar las noticias a los periodistas. Hasta ese momento la Sala de Prensa dependía de la Secretaría de Estado, de donde recibía las noticias que debía transmitir. Con Juan Pablo II y Navarro-Valls se empezó a trabajar de un modo que antes no existía, porque la fuente de las noticias era el mismo Papa.
El segundo cambio importante tuvo que ver con el papel del portavoz del Papa que pasó a ser también figura de mediación en el plano diplomático. Navarro-Valls participaba activamente en las conferencias de la ONU como parte de la delegación vaticana: basta citar la Conferencia de Pekín o de El Cairo. Este papel de mediador se ve claramente también cuando Navarro-Valls viajó a Cuba para encontrarse con Fidel Castro.
La última entrevista que le hice a Joaquín después de la muerte de Castro trataba exactamente de aquélla misión a Cuba por cuenta del Papa…
Él habló horas con Castro. Me contó que Fidel estaba fascinado por la figura de Juan Pablo II, había leído sus encíclicas y documentos pero quería saber por Joaquín quién era el Papa como hombre.
Se puede decir, por tanto, que antes de Navarro-Valls nadie tuvo un papel tan importante, casi cortado a medida: tenía un papel similar a la del portavoz del presidente de los Estados Unidos o del Kremlin.
¿Y esto no creaba problemas con la Secretaría de Estado?
Seguramente esta gran autonomía del portavoz, que venía de su cercanía al Papa, no gustaba en la Secretaría de Estado y creaba algún problema.
El Papa tenía absoluta confianza en Navarro-Valls. ¿Se merecía Joaquín tal confianza?
Pienso que el principal interés de Joaquín era ayudar al Papa y pensar en sus intereses. Pero, como él mismo decía, Juan Pablo II no necesitaba a nadie, ni a él, ni a nosotros periodistas, porque era un comunicador tan fuerte que, aunque no estuviera Navarro, “se salía de la pantalla”. Por eso Navarro veía su trabajo tan sólo como apoyo a este Papa, que tenía gran facilidad para comunicarse con la gente.
Navarro fue también criticado: pongamos por ejemplo la noticia que ha dado a los periodistas de la enfermedad del Papa…
Eso es cierto. Me acuerdo que durante uno de los vuelos papales desveló que el Papa sufría de un síndrome extra piramidal, es decir, la enfermedad del Parkinson. Una noticia así no había sido nunca anunciada en la Sala de Prensa porque la salud de los papas era un tema tabú: los papas morían pero no se hablaba nunca de sus enfermedades. Con Juan Pablo II cambió todo: personalmente anunciaba sus ingresos en el Policlinico Gemelli y hablaba de sus enfermedades, no quería ocultar nada. Y Navarro entendió que había que ser transparentes. Pero haber dado a los periodistas esta noticia no agradó a la Secretaría de Estado ni al médico del Papa, y desde entonces las noticias acerca de la salud se transmitían a través de los boletines del doctor Buzzonetti.
Hablabas del gran cariño que Joaquín tenía a Juan Pablo II. He encontrado una de sus frases: “Soy consciente de que tendré que rendir cuentas a Dios por la inmensa suerte de haber podido trabajar junto a un hombre, de cuya cercanía se palpa la existencia de la gracia. Mejor, se toca en la profundidad de su oración y en las decisiones que toma como consecuencia de ésta oración”. Vosotros, periodistas que le teníais cerca, ¿Os dabais cuenta de estos sentimientos de Navarro hacia el Papa?
Absolutamente, lo hablábamos muchas veces. Él me contaba cómo le impresionaba ver al Papa rezando solo en su capilla privada. O cuando el Papa tenía que tomar alguna decisión importante y cómo iba siempre a rezar. La fe y la oración eran la base de sus decisiones, eran el motor de sus acciones. Juan Pablo II decía a Joaquín que él podía ser comprendido no desde el exterior sino únicamente desde el interior.
Otra cosa que le impresionaba del Papa eran su humildad y su humanidad. Navarro pudo conocer mejor al Papa durante las vacaciones que pasaban juntos en la montaña. Y ahí descubrió que, para el Papa, mirar, contemplar las montañas, la creación, era una experiencia mística, un modo de acercarse a Dios.
Por otro lado durante el largo periodo de su enfermedad vio toda la fuerza de Juan Pablo II. Un hombre tan independiente como Wojtyła debía afrontar todas las limitaciones causadas por la enfermedad (el bastón, la silla de ruedas, los temblores, los problemas que tenía para expresarse) pero lo hizo con la perspectiva del Via Crucis, para dar ejemplo.
Para él, que era médico, tendría que ser difícil estar cerca del Papa enfermo y, al final, moribundo…
Seguramente sufría viendo al Papa en estas condiciones. Me acuerdo de que durante la conferencia de prensa el día antes de su muerte, un compañero alemán le preguntó qué sentía personalmente él viendo al Papa a punto de morir. Y él, sin responder, con lágrimas en los ojos se levantó y se fue. Sufría más porque estaba convencido de que moría una persona santa.
Por algún tiempo Navarro-Valls se quedó también con el Papa Benedicto XVI. Obviamente la relación con el nuevo Papa era diferente. Después, en enero de 2007 volvió a su profesión trabajando como presidente del Comité Consultivo de la Universidad Campus Biomédico de Roma. ¿Seguisteis en contacto?
Sí, seguimos en contacto: nos veíamos de vez en cuando, le entrevisté en varias ocasiones para recordar la fase histórica que vivió con Juan Pablo II. Sabía que estaba enfermo, que en los últimos dos o tres meses estaba muy enfermo, pero él pidió a los periodistas que no dijéramos nada porque quería morir sin llamar la atención.
A mí esto me hacía pensar mucho porque él había vivido siendo el centro de la atención pública durante todo el pontificado de Juan Pablo II e hizo también que la vida del Papa en los últimos años fuera el centro de atención porque −decía− el Papa quería compartir todo con la gente, incluida la enfermedad. Sin embargo Navarro decidió para sí mismo lo contrario: quiso irse en absoluto silencio, sin dar la lata, sin molestar.
Me han contado una cosa preciosa: Navarro, sobre la pequeña cómoda de su cuarto de enfermo quiso tener una foto que él mismo sacó de Juan Pablo II en la montaña, mientras rezaba delante de una cruz: a Joaquín le llamó mucho la atención porque el Papa rezaba allí con frecuencia y muy intensamente. Y Navarro murió prácticamente delante de esta fotografía de “su” Papa. También este pequeño hecho dice mucho de la relación que tuvo con Juan Pablo II hasta sus últimos momentos.
Se puede hablar de Navarro-Valls como periodista católico?
Pienso que sí. Era un gran profesional, extremadamente moderno, con grandes capacidades organizativas y, al mismo tiempo un hombre profundamente creyente que pertenecía al Opus Dei. Unía la profesión y la fe. Navarro-Valls no sería lo que fue sin su fe y sin su militancia católica.
Durante el funeral de Navarro-Valls, Mariano Fazio, vicario general de la Prelatura del Opus Dei, dijo que Joaquín fue un hombre fiel: “fiel a Dios, que ha aprendido a amar desde pequeño en el seno de una familia cristiana; fiel a su vocación al Opus Dei para santificarse en medio del mundo; fiel en su servicio a la Iglesia, en modo particular cuando San Juan Pablo II lo llamó para que desempeñara cargos de gran responsabilidad en la comunicación de la Santa Sede”. ¿Estás de acuerdo con esta imagen de Joaquín, hombre fiel?
Sí, él era un hombre fiel a la Iglesia, al Opus Dei, a Juan Pablo II, pero añadiría que también a Benedicto XVI porque vivió un año difícil al inicio del pontificado del Papa Benedicto XVI. Navarro-Valls no dijo nunca una palabra que hiciera daño a la Iglesia o al Papa, aun conociendo seguramente episodios graves o desagradables que estaban teniendo lugar.
Joaquín te contaba muchas cosas relacionadas con él y Juan Pablo II. ¿Cuál de ellas te impresionó más?
Los últimos años de la vida de Juan Pablo II, sufría la enfermedad del Parkinson que le había vuelto rígidos los músculos de la cara y borrado su bonita sonrisa. Durante las vacaciones en la montaña Joaquín sacaba fotos al Papa, y para hacerle sonreír un poco compró una gran nariz roja de payaso. Sabía que los payasos le hacían morir de risa al Papa y entonces lo que hacía era presentarse delante del Papa con la máquina de fotos y esta gran nariz roja, esperando encontrar en la cara del Papa cualquier indicio de sonrisa. Un detalle conmovedor que muestra muy bien cómo era la relación entre estas dos personas.
Fuente: aleteia.org.
Entrevista de Włodzimierz Rędzioch, publicada originariamente en niedziela.pl.
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