Encuentro del Papa con la Asociación Nacional de Ayuntamientos Italianos
En un encuentro en el Vaticano, el pasado 30 de septiembre, con la asociación italiana que agrupa a numerosos alcaldes italianos (anci.it), el Santo Padre recordó que tienen que velar por el bien de los ciudadanos y favorecer la acogida
Francisco puso de ejemplo la famosa torre de Babel para explicar el mundo en que vivimos y afirmar que “la sociedad humana solo puede gobernarse cuando se apoya en una solidaridad verdadera, mientras que donde crecen envidias, ambiciones desenfrenadas y espíritu de adversidad, se condena a la violencia del caos”
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Es un placer recibiros y doy las gracias a vuestro Presidente por sus amables palabras y también al Alcalde de Prato por las suyas.
Entre las primeras páginas de la Biblia encontramos la historia de Babel (cfr. Gen 11,1-9), ciudad incompleta, destinada a quedar en la memoria de la humanidad como símbolo de confusión y desorden, de presunción y división, de esa incapacidad de entenderse que hace imposible cualquier obra común.
También con una ciudad se cierra la Biblia (cfr. Ap 21,10-27). Al contrario que Babel, la nueva Jerusalén huele a cielo y narra un mundo renovado; es tienda que dilata el encuentro y la posibilidad de tener allí ciudadanía. No es algo que se dé por descontado: vivir allí es un don; se entra en la medida en que se contribuye a generar relaciones de fraternidad y comunión.
Es significativo que la Sagrada Escritura, para mostrarnos la realidad última del universo, recurra a esta imagen. La imagen de la ciudad −con las sugerencias que suscita− expresa que la sociedad humana solo puede gobernarse cuando se apoya en una solidaridad verdadera, mientras que donde crecen envidias, ambiciones desenfrenadas y espíritu de adversidad, se condena a la violencia del caos.
La ciudad de la que quisiera hablaros resume en una sola las muchas que están confiadas a vuestra responsabilidad. Es una ciudad que no admite el sentido único de un individualismo desquiciado, que disocia el interés privado del público. Tampoco soporta los callejones sin salida de la corrupción, donde anidan las plagas de la disgregación. No conoce los muros de la privatización de los espacios públicos, donde el “nosotros” se reduce a eslogan, a artificio retórico que enmascara el interés de pocos.
Construir esa ciudad requiere de vosotros no un empuje presuntuoso hacia arriba, sino un compromiso humilde y diario hacia abajo. No se trata de volver a levantar la torre, sino de ensanchar la plaza, de hacer sitio, de dar a cada uno la posibilidad de realizarse a uno mismo y a su familia, y de abrirse a la comunión con los demás.
Para abrazar y servir a esa ciudad hace falta un corazón bueno y grande, en el que preservar la pasión por el bien común. Es esa mirada que lleva a hacer crecer en las personas la dignidad de ser ciudadanos. Promueve justicia social, y por tanto trabajo, servicios, oportunidades. Crea innumerables iniciativas con las que vivir el territorio y cuidarlo. Educa a la corresponsabilidad.
Porque la ciudad es un organismo vivo, un gran cuerpo animado donde, si una parte respira con dificultad, es también porque no recibe oxígeno suficiente de las otras. Pienso en las realidades en las que falta la disponibilidad y la cualidad de los servicios, y se forman nuevos sacos de pobreza y marginación. Es ahí donde la ciudad se mueve en dos vías: por una parte, la autopista de los que siempre corren con todas las garantías; por otra los callejones de los pobres y desocupados, de las familias numerosas, de los inmigrantes y de quien no tiene a nadie con quien contar.
No debemos aceptar esos esquemas que dividen y hacen que la vida del uno sea la muerte del otro y la lucha acabe por destruir todo sentido de solidaridad y humana fraternidad.
A vosotros, Alcaldes, me permito decir, como hermano: hay que frecuentar las periferias; las urbanas, las sociales y las existenciales. El punto de vista de los últimos es la mejor escuela, nos hace comprender cuáles son las necesidades más acuciantes y pone al desnudo las soluciones solo aparentes. Mientras nos da el pulso de la injusticia, nos indica también la senda para eliminarla: construir comunidades donde cada uno se sienta reconocido como persona y ciudadano, titular de deberes y derechos, en la lógica indisoluble que vincula el interés de cada uno y el bien común. Porque lo que contribuye al bien de todos concurre también al bien de cada uno.
Para moverse en esa perspectiva necesitamos una política y una economía nuevamente centradas en la ética: una ética de la responsabilidad, de las relaciones, de la comunidad y del ambiente. Igualmente, necesitamos de un “nosotros” auténtico, de formas de ciudadanía sólidas y duraderas. Necesitamos una política de la acogida y de la integración, que no deje de lado a quien llega a nuestro territorio, sino que se esfuerce para que den fruto los recursos de los que cada uno es portador.
Comprendo el malestar de muchos de vuestros ciudadanos ante la llegada masiva de inmigrantes y refugiados. Se explica por el innato temor a lo “extranjero”, un temor agravado por las heridas ocasionadas por la crisis económica, la falta de preparación de las comunidades locales, lo inadecuado de muchas medidas adoptadas en un clima de emergencia. Dicho malestar puede superarse mediante la oferta de espacios de encuentro personal y conocimiento mutuo. Sean pues bienvenidas todas las iniciativas que promueven la cultura del encuentro, el intercambio recíproco de riquezas artísticas y culturales, el conocimiento de los lugares y comunidades de origen de los recién llegados.
Me alegra saber que muchas de las administraciones locales aquí representadas pueden contarse entre los principales autores de buenas prácticas de acogida e integración, con resultados animantes que merecen una vasta difusión. Recuerdo la llegada de los albaneses a Bari, es un ejemplo. Espero que muchos sigan vuestro ejemplo.
De ese modo, la política puede realizar esa tarea suya fundamental de ayudar a mirar con esperanza al futuro. Es la esperanza en el mañana la que saca las mejores energías de cada uno, de los jóvenes en primer lugar. Que no sean solo destinatarios de nobles proyectos, sino que puedan llegar a ser protagonistas; y, entonces, no dejaréis de recoger también los beneficios.
Espero que os sintáis apoyados por la gente por la que gastáis vuestro tiempo −esa familiaridad del alcalde con su pueblo, esa cercanía… Si el alcalde es cercano a su pueblo las cosas van bien, siempre−, vuestras competencias, vuestra disponibilidad. Por vuestra parte, que la altura del compromiso que tenéis y la importancia de la puesta en juego os encuentre siempre generosos y desinteresados en el servicio del bien común.
Entonces la ciudad será anticipo y reflejo de la Jerusalén celestial. Será signo de la bondad y de la ternura de Dios en el tiempo de los hombres. Un alcalde debe tener la virtud de la prudencia para gobernar, pero también la virtud del valor para ir adelante y la virtud de la ternura para acercarse a los más débiles.
Gracias por este encuentro. Yo rezo por vosotros y vosotros no olvidéis de rezar por mí, lo necesito. Gracias.
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |