Como el artista sabe crear belleza así puede cada uno convertir su propia vida en una obra de arte
filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com
Empeñarse en transformar la propia vida en una obra de arte viene a ser convertir la prosa diaria en endecasílabos de verso heroico
Como el artista sabe crear belleza así puede cada uno convertir su propia vida en una obra de arte. Aprendí esto de san Josemaría Escrivá en mi juventud y poco a poco he ido calando con creciente admiración en la hondura de esa enseñanza: convertir el propio trabajo —la vida entera— en una obra de arte, del mejor arte del que cada uno sea capaz.
La esencia de la obra de arte —como la de todos los artefactos— no es algo que esté dentro de ella, sino fuera: es su finalidad. La esencia de la obra de arte es el efecto que causa en el espectador. Una obra de arte se construye, pero su efecto no es algo que pueda construirse. Ese efecto depende de la pureza —la verdad— de los materiales empleados y, sobre todo, del espíritu del artista que trabaja esos materiales hasta su perfección poniéndolos al servicio de su idea. Además, al trabajar los materiales el artista va también modelando su espíritu: la creación artística hace que su vida misma sea bella y —por así decir— merezca ser vivida.
El escritor crea belleza cuando logra transparentar su alma a través de la sonora luminosidad de sus palabras. Esto requiere tenacidad para llegar al último detalle, hasta la perfección y el íntimo acabamiento. Cuando el escritor es bueno su texto es siempre un triunfo del espíritu sobre la materia, sobre las palabras. Si el autor consigue expresar lo que quiere, el lector palpa su espíritu y goza con la belleza por él creada.
Para quien se dedica a escribir convertir en obra de arte la página en blanco o la pantalla vacía del ordenador es un desafío diario. Nunca sabe si lo logrará, si conseguirá decir la verdad de forma que los lectores —o al menos uno solo de ellos— ganen luz y claridad en su cabeza, se emocionen en su corazón y se enciendan en ansias de ser mejor. Empeñarse en transformar la propia vida en una obra de arte viene a ser —con metáfora de san Josemaría— convertir la prosa diaria en endecasílabos de verso heroico.
Quien se dedica a crear belleza por medio de las palabras pone en ellas toda su alma. La belleza de una vida no es fruto del azar, sino del esfuerzo prolongado en el tiempo por llenarse de la realidad, aprender de los demás y transparentar el alma. A fuerza de ese trabajo continuado sobre uno mismo el escritor no solo adquirirá la maestría del oficio, sino que sus obras le harán mejor y harán su vida más bella.