Pretendo compartir contigo, con sencillez, alguna consideración… con casos concretos
Aquí tienes un post de 3-en-uno. No, no me refiero a ese aceite lubricante para tuercas, bisagras o cerraduras… Aunque vamos a hablar de tres cuestiones que a veces chirrían (o más que eso); y que han motivado tres letreros en una puerta. En más de una, a decir verdad: podemos hablar de tres en raya.
Pretendo compartir contigo, con sencillez, alguna consideración relativa al respeto, la educación, la urbanidad… con casos concretos.
Estos días he visitado una ciudad costera. Y ahí me topé con el primer cartel. En la misma puerta de la catedral, muy próxima al mar.
Invitaba a quienes desearan acceder al templo a “guardar un mínimo decoro en el vestir”. No era la primera ocasión en que veía algo así. Estaba en varios idiomas, para que nadie dejase de enterarse.
Leerlo y acordarme de la anécdota que se atribuye a Juan XXIII fue todo uno.
Cuentan que, cuando aquel aún era cardenal, hubo de acudir a más de un banquete o evento institucional con autoridades del país, embajadores, consortes, etc.
En una ocasión, le correspondió almorzar cerca de una ‘señora’ que −por decirlo finamente− llevaba un vestido ciertamente escaso para su cuerpo; y que, por tanto, no cumplía debidamente su función.
Más de un comensal se hallaba expectante ante la hipotética reacción del prelado.
Nada dijo este durante la comida. Pero, a los postres, tomó una manzana del frutero y se la ofreció a la dama.
La señora, sorprendida, le dijo: “Gracias, Monseñor; pero ¿por qué me da esta manzana?”
Se cuenta que el que luego sería Juan XXIII le respondió: “Es sobre nuestra madre, Eva. Solo cuando ella comió la manzana se dio cuenta de su falta de ropa”.
¡Mira que inspiran las manzanas! ¡Que se lo cuenten a Newton!
Pero no nos distraigamos del tema: que la corrección, el respeto y hasta el “buen gusto”… son sustantivos sustanciales; aplicables al ámbito civil, militar, religioso… A la vida misma: nadie viste igual cuando va a la piscina que cuando asiste a un concierto de la Orquesta Filarmónica de Viena. Pues eso. Se trata de saber estar.
Hay más de uno y de dos que no sabe (incluso −¿o especialmente?− en una parte de la ‘jet society’). Por ello, cuando los reyes te invitan a una recepción en palacio, el tarjetón que te remiten indica expresamente cuál es el vestuario requerido para señoras y cuál el de caballeros. Acceder al recinto con el atuendo adecuado es lo procedente. Y signo de respeto: eso es tan claro que todos podemos entenderlo… Por eso −precisamente por eso−, algunos se presentan ante el rey en camisa remangada y sin corbata. Buscan provocar (la noticia, al menos).
Como para acceder a una catedral −a diferencia de a palacio− no es precisa invitación, ni necesario recibir tarjeta alguna, el letrero en su puerta sirve de recordatorio general; o aviso de navegantes (que es que hay algunos que parece que van a la playa…).
La entrada a una iglesia es libre, sí. Y no se requiere frac, ni chaqué, ni traje oscuro ni vestido de noche… Basta, eso sí, que te acompañe cierto sentido común y… lo demás vendrá por añadidura.
El sentido común no es el más común de los sentidos: de ahí la necesidad del rotulillo; pero, tanto los no creyentes (por respeto a las convicciones ajenas), como los creyentes (por coherencia, esto es, por respeto a las convicciones propias: allí nos espera más que un rey) deberíamos saber estar. No se nos pide demasiado.
A las citas −a todas− hay que llegar sin hacer esperar al anfitrión. Salvo, naturalmente, imponderables.
Tan importante es lo de llegar a tiempo que estos días ha sido noticia nacional que Mariano Rajoy haya retrasado su visita al Rey de España en relación al horario acordado. Y eso que el presidente español tenía justa causa −un ataque de lumbago de agarra y no te menees−.
La puntualidad es una virtud. No es entendible, ni correcto, llegar tarde sin razón. Salvo que seas la novia en la boda. Entonces te puedes retrasar. Puntualmente. Tú ya me entiendes.
También lo de estar a la hora prevista es aplicable en los más diversos ámbitos. Seguro que no se te ocurriría hacerte esperar en una recepción real. Más aún: ¡Llega tarde a una entrevista de trabajo! O, simplemente, a una reunión con tu jefe. Y verás.
“Para animar a cuidar la puntualidad, me decía mi amigo Miguel, en mi parroquia había un cartel. Planteaba, entre los buenos propósitos de los fieles, lo de no llegar tarde a las celebraciones. Si no, no te enteras de la misa la media (y, además, cuando entras, perturbas indebida e inoportunamente a quien ha llegado a tiempo)”.
Más razón que un santo. El respeto y la educación, también están en el reloj.
Seguro que lo has leído alguna vez también a la puerta de… una iglesia. Y añado este punto porque el temita clama al cielo.
Nos tienen que advertir expresamente y por escrito −y sigue habiendo quien no se entera− eso de: “Apaga tu móvil antes de entrar al templo. Para hablar con Dios, no lo necesitas”.
También nos advierten que lo apaguemos o silenciemos, en la ópera o antes de un concierto: para que no suenen más melodías que las previstas en el programa de mano…
Por cierto, ¿te imaginas si en una recepción real te sonase el móvil? O, simplemente, ¿verdad que te incomoda que lo haga −por respeto a tu interlocutor− incluso en una reunión ordinaria?
No me digas que no… No sonaría bien.
En fin, que con independencia de que seas del ámbito civil o militar, creyente, ateo, agnóstico o mediopensionista, el respeto, la educación, la urbanidad son tan necesarias como comer (tú sabes bien, masticando con la boca cerrada y sin poner los codos).
3-en-uno, tres en raya…: seguro que a ti no te hace falta el recordatorio; pero, a mí ¡me hacía falta el post! Aquí lo tienes: puntualmente.
Y ya sabes… los posts vuelan: quizás a alguien a quien conozcas, le pueda venir bien. Como el aceite a una cerradura.
¿Me ayudas a difundir?
Un abrazo de amigo y ¡gracias por tus tres minutos!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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