Fueron sólo veinte días, pero su amor ha pervivido en las curvas de tus letras y en tu música que parece ligera
No sabía nada de este chico hasta que el domingo escuché uno de sus discos y, aunque la música sonaba ligera y las letras cotidianas y sin doblez, cada estrofa me iba dirigiendo hacia algo más inquieto de lo que quería parecer, como un dolor que no se dice pero se filtra por las grietas.
El chico es Joan Dausà y mi especialidad sois los cantautores y aún no te había conocido. Perdóname, querido. Mientras escuchaba tu disco busqué por internet algún detalle que me ayudara a entender la extraña textura de tus canciones. Y entonces supe que durante el embarazo a tu madre le dijeron que sufría una enfermedad que el parto volvería fatídica. Le ofrecieron abortar, pero prefirió que nacieras. Sólo pudo tenerte en brazos veinte días.
Salvo en la hermosa «1979», por el año de tu nacimiento, tus canciones no se refieren a lo ocurrido, pero en todas ellas resuena el eco de una delicadísima ternura. Fueron sólo veinte días, pero su amor ha pervivido en las curvas de tus letras y en tu música que parece ligera. Y aunque eres discreto y pudoroso y prudente, ella está mucho más presente que tantas madres que parecen estar vivas. En la piedad con que hablas de amor, en la compasión con que tratas a tus personajes y en tus anécdotas más simples meces a tu madre por todos los días que no ha podido mecerte y multiplicas hasta la eternidad el breve tiempo que os fue concedido. Los buenos versos son grietas y el amor es infinito.
La vida no es lo contrario de la muerte y sobrevivimos en el amor y es en lo único que sobrevivimos. Somos lo que decidimos, lo que defendemos, lo que amamos y lo demás no importa, ni siquiera la muerte cuando le damos sentido. Parecen canciones suaves, pero yo sé lo que has sufrido, porque también en mis artículos estiro los dedos para acariciar lo que no digo.
Y no es que sean canciones tristes, ni hay resentimiento en ellas, ni queja, ni la tan incómoda pornografía de los que viven al ralentí de lo que creen que el mundo les debe. Hay candor, hay esperanza, hay gratitud por la vida y por el amor. Hay libertad pero sabiendo lo que pesa y la belleza perfecta de un hijo y una madre que juegan.
No estarías aquí si ella hubiera hecho lo contrario y hoy estáis los dos, aunque a vuestra manera. Todos estamos a nuestra manera, si lo piensas bien, sobre todo tantos vivos que parece que no estén y que yo jamás he podido entender cómo pueden vivir tan pálido, tan indiferente. «Jo mai mai no he pensat que sería més feliç al teu costat». Y las preguntas que más sencillas parecen no suelen ser las más fáciles de responder y también nosotros tenemos nuestros veinte días en sus brazos y Dios nos mira y nos pregunta qué sabremos hacer.
No hay gestos insignificantes, ni vidas pequeñas ni cielo que no se abra si sabes llamar a sus puertas. No hay amor que pueda darse por descontado ni gesta que no tenga un precio. Incluso en los más angustiosos momentos podemos hacer algo extraordinario y esta luz será nuestra mejor recompensa. Seguro que la madre de Joan tuvo miedo, pero fue valiente y hoy florece en todas las canciones de su hijo y está más viva y más entre nosotros que tanta gente que se ha rendido y es difícil decir si vive o no vive o simplemente abulta en la amorfa masa de carne amontonada que todo lo desborda devastándolo, todo menos la hermosura y ese hilo de destino que todavía nos pertenece.
Sí, tu madre por todas las madres y padres que también sabemos que nuestras vidas no son lo más importante, ni lo que más queremos y que morirnos no sería ni de largo lo peor que podría pasarnos.