El Santo Padre, tras la pausa del mes de julio, continuó con el ciclo de catequesis sobre la esperanza y habló en esta ocasión sobre el Bautismo
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre el Bautismo como puerta de la esperanza. Por medio de este sacramento se nos abre el camino del encuentro con Cristo, luz de nuestras vidas. La Iglesia lo representa por medio de una vela, que se enciende del cirio pascual, el cual nos recuerda la resurrección de Cristo. Esa luz es un tesoro que debemos conservar y transmitir a los demás.
Los cristianos vivimos en el mundo y no estamos exentos de oscuridades y tinieblas. Sin embargo, la gracia de Cristo recibida en el Bautismo nos hace salir de la noche y entrar en la claridad del día. La exhortación más bella que podemos hacernos unos a otros es la de recordarnos nuestro bautismo, porque por medio de él hemos nacido para Dios, siendo criaturas nuevas.
El cristiano está llamado a ser «cristóforo», portador de Jesús al mundo. A través de signos concretos, manifestamos la presencia y el amor de Jesús a los demás, especialmente a los que están atravesando situaciones difíciles. Si somos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza de Dios y transmitiremos a las futuras generaciones razones de vida.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hubo un tiempo en que las iglesias estaban orientadas al este. Se entraba en el edificio sagrado por una puerta abierta al occidente y, caminando por la nave, se dirigía uno al oriente. Era un símbolo importante para el hombre antiguo, una alegoría que en el curso de la historia ha ido decayendo progresivamente. Nosotros, hombres de la época moderna, mucho menos habituados a advertir los grandes signos del cosmos, casi nunca nos damos cuenta de un detalle de ese tipo. El occidente es el punto cardinal del ocaso, donde muere la luz. El oriente, en cambio, es el lugar donde las tinieblas son vencidas por la primera luz de la aurora y nos recuerda a Cristo, Sol nacido desde lo alto al horizonte del mundo (cfr. Lc 1,78).
Los antiguos ritos del Bautismo preveían que los catecúmenos emitiesen la primera parte de su profesión de fe con la mirada dirigida a occidente. Y en esa postura eran interrogados: “¿Renunciáis a Satanás, a su servicio y a sus obras?”. Y los futuros cristianos repetían a coro: “¡Renuncio!”. Luego se volvían hacia el ábside, en dirección a oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo venían de nuevo interrogados: “¿Creéis en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?”. Y esta vez respondían: “¡Creo!”
En los tiempos modernos se ha perdido parcialmente el encanto de ese rito: hemos perdido la sensibilidad al lenguaje del cosmos. Nos ha quedado naturalmente la profesión de fe, hecha según la interrogación bautismal, que es propia de la celebración de algunos sacramentos. En todo caso, permanece intacta en su significado. ¿Qué quiere decir ser cristianos? Quiere decir mirar a la luz, continuar haciendo la profesión de fe en la luz, incluso cuando el mundo está envuelto en la noche y las tinieblas.
Los cristianos no están exentos de las tinieblas, externas y también internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibida en el Bautismo, son hombres y mujeres “orientados”: no creen en la oscuridad, sino en el fulgor del día; no sucumben a la noche, sino que esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino que anhelan resurgir; no están doblegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien. Y esa es nuestra esperanza cristiana. La luz de Jesús, la salvación que nos lleva a Jesús con su luz que nos salva de las tinieblas.
Nosotros somos los que creen que Dios es Padre: ¡esa es la luz! No somos huérfanos, tenemos un Padre y nuestro Padre es Dios. Creemos que Jesús bajó hasta nosotros, caminó en nuestra misma vida, haciéndose compañero sobre todo de los más pobres y frágiles: ¡esa es la luz! Creemos que el Espíritu Santo actúa sin pausa por el bien de la humanidad y del mundo, e hasta los dolores más grandes de la historia serán superados: ¡esa es la esperanza que nos despierta cada mañana! Creemos que todo afecto, toda amistad, todo buen deseo, todo amor, hasta los más pequeños y olvidados, un día hallarán su cumplimiento en Dios: ¡esa es la fuerza que nos empuja a abrazar con entusiasmo nuestra vida de todos los días! Y esa es nuestra esperanza: vivir en la esperanza y vivir en la luz, en la luz de Dios Padre, en la luz de Jesús Salvador, en la luz del Espíritu Santo que nos empuja a ir adelante en la vida.
Hay además otro signo muy bonito de la liturgia bautismal que nos recuerda la importancia de la luz. Al término del rito, a los padres −si es niño− o al mismo bautizado −si es adulto− se les entrega una vela, cuya llama se enciende del cirio pascual. Se trata del grande cirio que en la noche de Pascua entra en la iglesia completamente oscura, para manifestar el misterio de la Resurrección de Jesús; de ese cirio todos encienden su propia vela y trasmiten la llama a los vecinos: en ese signo está la lenta propagación de la Resurrección de Jesús en las vidas de todos los cristianos. La vida de la Iglesia −diré una palabra un poco fuerte− es contaminación de luz. Cuanta más luz de Jesús tengamos los cristianos, cuanta más luz de Jesús haya en la vida de la Iglesia, más viva está. La vida de la Iglesia es contaminación de luz.
La exhortación más bonita que podemos dirigirnos mutuamente es la de acordarnos siempre de nuestro Bautismo. Yo querría preguntaros: ¿cuántos de vosotros se acuerdan de la fecha de su Bautismo? ¡No respondáis porque alguno sentirá vergüenza! Pensad y si no la recordáis, hoy tenéis deberes para hacer en casa: ve a tu madre, a tu padre, a tu tía, a tu tío, a tu abuela o abuelo y pregúntales: “¿Cuál es la fecha de mi Bautismo?” ¡Y no olvidarla más! ¿Está claro? ¿Lo haréis? El encargo de hoy es aprender o recordar la fecha del Bautismo, que es la fecha del renacimiento, es la fecha de la luz, es la fecha en la que −me permito una palabra− fuimos contaminados por la luz de Cristo. Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la pila bautismal. Allí morimos a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Allí nos volvimos humanos como nunca lo habríamos imaginado. Por eso todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el que fuimos signados el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y actúa el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos los que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte.
¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un “cristo-foro”, es decir “portador de Jesús” en el mundo! Sobre todo, para los que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de tinieblas y de odio. Y eso se nota en tantos detalles pequeños: por la luz que un cristiano tiene en sus ojos, por el trasfondo de serenidad que no se ve afectado ni en los días más complicados, por las ganas de recomenzar a amar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escriba la historia de nuestros días, ¿qué se dirá de nosotros? ¿Que hemos sido capaces de esperanza, o que hemos puesto nuestra luz bajo el celemín? Si somos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza. El Bautismo es el inicio de la esperanza, la esperanza de Dios, y podremos trasmitir a las generaciones futuras razones de vida.
Saludos
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los venidos de Francia y Haití. Que este tiempo de vacaciones os ayude a ser cada vez más conscientes de que vuestro Bautismo es una fuente de esperanza para trasmitir a los demás. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los de Japón, Nigeria, Irak y Estados Unidos de América. Me alegra particularmente dar la bienvenida a los fieles del Patriarcado Caldeo, acompañados por su Obispo, Monseñor Shlemon Warduni. Para vosotros y vuestras familias invoco la gracia del Señor Jesús para que seáis un signo de la esperanza cristiana en vuestras casas y comunidades. ¡Dios os bendiga!
Con cariño saludo a los peregrinos de lengua alemana presentes en esta Audiencia. En la Iglesia, a través del Bautismo, Cristo nos ha confiado su luz. Si somos fieles a Cristo confesándolo ante el mundo y haciendo el bien a pesar de las tinieblas del mal, podemos difundir la luz de la esperanza de Dios. Para eso, que el Espíritu Santo nos dé su gracia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos de España y Latinoamérica. Os invito a recordar el Bautismo, la fecha de vuestro Bautismo, y a ser luz de Cristo para los demás, siendo portadores de la vida nueva recibida en el Bautismo, para que los que sufren y los descartados de la sociedad puedan percibir a través de nuestro testimonio de vida la claridad de la esperanza en Cristo. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los miembros de la Fraternidad de los “Irmãozinhos de Assis” aquí presentes. Queridos amigos, estar bautizado significa estar llamado a la santidad. Pidamos la gracia de vivir nuestros compromisos bautismales como verdaderos imitadores de Jesús, nuestra esperanza y nuestra paz. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los de Siria, Líbano y Oriente Medio. El Bautismo es el misterio de la esperanza sólida que nunca defrauda, porque nos hace entrar en el Amor de Dios, nos hace ser Altar del Espíritu Santo, hijos del Reino de Dios y miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Recordemos la fecha de nuestro Bautismo y celebrémoslo porque es el día de nuestro nuevo nacimiento. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. La semana pasada recordamos nuestros encuentros en Polonia y los eventos de la Jornada Mundial de la Juventud que vivimos hace un año. Agradezco al Señor el entusiasmo de fe de los jóvenes que el Espíritu Santo suscitó aquellos días y sigue reforzando en sus corazones. ¡Que sean centinelas de la esperanza para las generaciones futuras! Con este recuerdo me viene a la cabeza también la figura del amado cardenal Franciszek Macharski, de quien justo hoy se cumple el primer aniversario de su muerte. Que permanezca viva la memoria de este gran pastor, entregado a los hombres, con la confianza en Jesús misericordioso. ¡Dios os bendiga!
Queridos peregrinos de lengua italiana: bienvenidos. Me alegra recibir a las Hermanas Franciscanas Misioneras del Sagrado Corazón, a las Hermanas Angélicas de San Pablo y a las Hermanas Murialdinas de San José, aquí reunidas con ocasión de sus respectivos Capítulos Generales. Saludo a los grupos parroquiales y Asociaciones, con un pensamiento especial para la Cooperativa Auxilium y los niños que atiende. Que la visita a las Tumbas de los Apóstoles aumente en cada uno el deseo de unirse con renovado empeño a Jesús y su Evangelio. Un particular saludo para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Que la Fiesta de la Transfiguración del Señor que celebraremos el próximo domingo, ayude a todos a no perder nunca la esperanza, sino a abandonarnos confiados en las manos de Cristo nuestro Salvador.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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