La nueva Jornada condensará un rasgo del espíritu cristiano que está en el corazón del Evangelio
Probablemente a nadie se le había ocurrido. Pero, una vez que el papa anuncia, al clausurar el jubileo de la misericordia, la celebración de un día anual para recordar de modo especial a los que sufren la miseria, parece lo más natural del mundo. Porque, ciertamente, el Señor anunció que tendríamos siempre a los pobres entre nosotros, y nos prometió tantas cosas si les atendíamos y tratábamos como si lo hiciéramos con Él.
La historia de la Iglesia, por mucho que algunos se empeñen en decir lo contrario, es la historia de la misericordia de Dios, que los cristianos aplican, a pesar de tantos límites personales, para aliviar las carencias ajenas. Hace unos días, en una tertulia se hablaba de un tema tan actual como los llamados “vientres de alquiler”. Alguien recordó un duro suceso de hace tres años: una pareja australiana rechazó al hijo que alumbró una mujer tailandesa pobre de un suburbio de Bangkok, porque nació con el síndrome de Down. Le habían ofrecido once mil euros por gestar una criatura para ellos, pero vinieron gemelos, y los mandatarios descartaron al enfermo. Se desató una gran polémica, que provocó reformas legislativas. Pero ¿qué ha sido del crío y de la madre? Nadie sabía, pero alguien lanzó una hipótesis de trabajo: seguro que una comunidad de religiosas ha resuelto el problema.
En noviembre pasado, cuando las catedrales del orbe cerraban sus puertas jubilares, Francisco proclamaba en la basílica de san Pedro: «Precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo». Tras recordar la parábola evangélica de Lázaro, concluyó: «A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy sea la “Jornada de los pobres”». Esta frase, como señaló Rino Fisichella, presidente del consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, no estaba en el texto de la homilía preparado para la celebración. El Papa la pronunció de forma espontánea, viendo los miles de pobres presentes en la ceremonia.
Algunas efemérides tienen mero sentido histórico. Pero la mayor parte, también en el plano civil, buscan seguir promoviendo aspectos de entidad para la convivencia. En el caso de la pobreza, la nueva Jornada condensará un rasgo del espíritu cristiano que está en el corazón del Evangelio. Por eso, tiene mucho sentido la fecha elegida: una semana antes de la solemnidad de Cristo Rey, pues recuerda que el rey del universo juzgará a los hombres en función de las obras de misericordia, según el texto de Mateo 25, 31-46, proclamado justamente ese día en el ciclo A del tiempo litúrgico.
El mensaje del papa Francisco se construye a partir de un texto de la primera carta de san Juan, que debería inspirar la vida cristiana: “no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Si Dios es amor, lo vemos encarnado en la mirada atenta hacia los demás, especialmente a los pobres, a los desvalidos, a los que padecen miserias materiales o morales. Como es lógico, esa actitud ha de estar presente en las circunstancias ordinarias de cada día, en el trabajo profesional, en la familia, en las múltiples relaciones con quienes nos rodean. El cristiano no se convierte en una especie de agente universal de solución de problemas ajenos. Pero aprende a mirar, a tratar a los demás, como lo que son: imagen, rostro de Cristo. Se forja así un estilo de vida, capaz de superar la indiferencia y compartir dolores, enfermedades y carencias, porque −en expresión de san Josemaría Escrivá, Forja 282− se debe practicar «una caridad alegre, dulce y recia, humana y sobrenatural; caridad afectuosa, que sepa acoger a todos con una sincera sonrisa habitual; que sepa comprender las ideas y los sentimientos de los demás».
En fin, vale la pena leer el mensaje pontificio: su hondo contenido no se agota en absolutos en dos artículos forzosamente breves.