Necesitamos volver a entendernos, a hablar, a dialogar, a reducir las barreras, a hacer esfuerzos positivos para entender al otro, para imaginarnos por qué piensa como piensa y actúa como actúa
El Periódico publicó hace unos días una larga entrevista a Sherry Turkle, a quien no conocía, a propósito de un libro publicado recientemente en España, titulado En defensa de la conversación. Sí señor: es un argumento en favor de hablar con los demás, de perder el tiempo con ellos, de guardar largos ratos el móvil o el ordenador o la tablet para mirar a los ojos a otro, preguntarle y dejarse preguntar.
Me gustaron particularmente algunas de sus ideas. “podemos escoger a quién seguimos en las redes sociales, optamos por las personas que siguen nuestra ideología y paulatinamente nuestro mundo pierde matices, nos exponemos menos a la disensión y a opiniones distintas. Eso, por un lado, reduce nuestra capacidad para el debate, para el intercambio de ideas; y por otra, genera situaciones de sorpresa cuando nuestra opinión (política, por ejemplo) resulta ser la perdedora, pues al estar rodeados de personas con nuestra misma actitud creemos que todo el mundo es así”. Todos podemos citar docenas de ejemplos de esto, empezando, al menos en mi caso, por mí mismo. Y, claro, cerrarse a las ideas de los demás nos empobrece intelectualmente y, lo que es peor, nos impiden entender lo que ellos piensan y por qué lo piensan. Y, claro, decimos que son esto o lo otro, que están profundamente equivocados y cosas por el estilo. Y los primeros perjudicados somos nosotros.
Es algo que ya había leído unos días antes en el Financial Times, en una colaboración de David Goodhart, a quien tampoco conocía, titulada Why I left my liberal London tribe: más elaborado, pero, de nuevo, señalando no el fallo de los otros, sino el de uno mismo: el propio Goodhart, en este caso. Presenta dos grupos de personas, uno, los más educados, más viajados, más leídos, liberales (en el sentido americano, o sea, más bien socialdemócratas), y otro, los que no reúnen esas características, con un amplio número de ciudadanos entre ambos extremos.
Lo importante, de nuevo, es que unos y otros nos aislamos en nuestras ideas, no leemos a los otros, no queremos saber de ellos, si no es para burlarnos o incluso para insultarlos. Es lógico: prestar atención al que piensa distinto de nosotros nos causa desasosiego, si no repugnancia, de modo que creamos barreras defensivas. Y nuestra vida diaria no hace sino reforzar esas actitudes. Y, dice Goodhart, cuando la sociedad ha entrado en batallas sobre seguridad e identidad, se ha ampliado la brecha entre esas dos concepciones. Lo relevante aquí no es el desempleo, la desigualdad de la renta o la inseguridad económica, sino el alejamiento de las ideas, y el bloqueo que nos lleva a olvidar al que piensa distinto, e incluso a odiarlo.
Goodhart señala algunos caracteres de su tribu liberal, acomodada, educada, como la tendencia a sufrir más por algo que pasa en otro continente que por la suerte de las personas que viven en el barrio de al lado, la incomprensión de los sentimientos religiosos o nacionales y el desdén por la gente “ordinaria”. Hablando de la narrativa de su tribu, Goodhart señala que la igualdad de raza y género, por ejemplo, no llega a la igualdad de todos los seres humanos, con el consiguiente deber de preocuparnos por todos ellos.
Su conclusión, a raíz de lo que podemos llamar su “conversión”, es que hay otro liberalismo, maduro y emocionalmente inteligente, “que ve que existe realmente una sociedad”, no solo una masa amorfa de individuos, sociedad “que funciona bien sobre la base de hábitos de cooperación y confianza y de lazos de lengua, historia y cultura. Y lo que él dice de sus correligionarios liberales, vale también, me parece, para otros grupos ideológicos y políticos.
Mi moraleja es que necesitamos volver a entendernos, a hablar, a dialogar, a reducir las barreras, a hacer esfuerzos positivos para entender al otro, para imaginarnos por qué piensa como piensa y actúa como actúa. Esto no quiere decir que nos pasemos a su bando, sino que estamos tratando de hacer nuestra sociedad más humana.