El Papa ha viajado hoy hasta el norte de Italia para rezar ante las tumbas de dos sacerdotes ejemplares
Ante la tumba de don Primo Mazzolari (1890-1959), en Bozzolo empezó hoy la peregrinación del Santo Padre para luego proseguir hasta el cementerio de Barbiana y rezar ante don Lorenzo Milani (1923-1967).
Tras hacer hincapié en la personalidad sacerdotal de don Primo Mazzolari, que ha querido proponer a todos los párrocos de Italia y del mundo, arraigada en «la rica tradición cristiana de esa tierra padana, lombarda y cremonesa, el Obispo de Roma meditó sobre la actualidad de su mensaje, que puso simbólicamente con el telón de fondo de tres escenarios, típicos de esa zona de Italia, que cada día llenaban sus ojos y su corazón: el río, la granja y la llanura.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Me han aconsejado que acorte un poco este discurso, porque es un poquito largo. He intentado hacerlo, pero no lo he conseguido. Me venían tantas cosas de acá y de allá… ¡Tened paciencia! Porque no quisiera dejar de decir todo lo que querría decir sobre don Primo Mazzolari.
Vengo como peregrino aquí a Bozzolo y luego a Barbiana, tras los pasos de dos párrocos que han dejado una huella luminosa, aunque “incómoda”, en su servicio al Señor y al pueblo de Dios. He dicho muchas veces que los párrocos son la fuerza de la Iglesia en Italia, y lo repito. Cuando son los rostros de un clero no clerical, como era este hombre, dan vida a un verdadero y propio “magisterio de párrocos”, que hace tanto bien a todos. Don Primo Mazzolari fue definido “el párroco de Italia”; y San Juan XXIII lo saludó como «la tromba del Espíritu Santo en la Baja padana». Creo que la personalidad sacerdotal de don Primo no sea una singular excepción, sino uno espléndido fruto de vuestras comunidades, aunque no siempre haya sido bien comprendido y apreciado. Como dijo el Beato Pablo VI: «¡Caminaba adelante con un paso demasiado largo y a menudo nosotros no le podíamos seguir! Y así sufrió él y hemos sufrido nosotros también. Es el destino de los profetas» (Saludo a peregrinos de Bozzolo y Cicognara, 1-V-1970). Su formación es hija de la rica tradición cristiana de esta tierra padana, lombarda, cremonesa. En los años de su juventud quedó admirado por la figura del gran Obispo Geremia Bonomelli, protagonista del catolicismo social, pionero de la pastoral de los emigrantes.
No me corresponde a mí contaros o analizar la obra de don Primo. Agradezco a quien en los años se ha dedicado a esto. Prefiero meditar con vosotros −sobre todo con mis hermanos sacerdotes que están aquí y también con los de toda Italia: este era el “párroco de Italia”− meditar la actualidad de su mensaje, que pongo simbólicamente como fondo de tres escenarios que cada día llenaban sus ojos y su corazón: el río, la granja y la llanura.
1) El río es una espléndida imagen, que pertenece a mi experiencia, y también a la vuestra. Don Primo realizó su ministerio a lo largo de los ríos, símbolos del primado y del poder de la gracia de Dios, que transcurre incesantemente por el mundo. Su palabra, predicada o escrita, sacaba claridad de pensamiento y fuerza persuasiva de la fuente de la Palabra del Dios vivo, en el Evangelio meditado y redado, reflejado en el Crucifijo y en los hombres, celebrado en gestos sacramentales nunca reducidos a puro rito. Don Mazzolari, párroco de Cicognara y de Bozzolo, no se puso al resguardo del río de la vida, del sufrimiento de su gente, que lo plasmó como pastor contundente y exigente, ante todo consigo mismo. A lo largo del río aprendía a recibir cada día el don de la verdad y del amor, para hacerse su portador fuerte y generoso. Predicando a los seminaristas de Cremona, recordaba: «Ser un “repetidor” es nuestra fuerza. […] ¡Pero, entre un repetidor muerto, un altavoz, y un repetidor vivo hay una gran diferencia! El sacerdote es un repetidor, pero ese repetir suyo no debe ser sin alma, pasivo, sin cordialidad. Junto a la verdad que repito, debe haber, debo poner algo mío, para hacer ver que creo en lo que digo; debe hacerse de modo que el hermano sienta una invitación a recibir la verdad»[1]. Su profecía se realizaba en amar y, al mismo tiempo, en unirse a la vida de las personas que encontraba, para aprovechar toda posibilidad de anunciar la misericordia de Dios. Don Mazzolari no fue uno que lamentase la Iglesia del pasado, sino que intentó cambiar la Iglesia y el mundo a través del amor apasionado y la entrega incondicionada. En su escrito “La parroquia”, propone un examen de conciencia sobre métodos de apostolado, convencido de que las faltas de la parroquia de su tiempo se debían a un defecto de encarnación. Hay tres sendas que no llevan en la dirección evangélica.
− La senda del “dejar hacer”. Es la de quien está en la ventana mirando sin mancharse las manos −ese “balconear” la vida−. Se contentan con criticar, «describir con complacencia amarga y altiva los errores»[2] del mundo que le rodea. Esa actitud deja la conciencia tranquila, pero no tiene nada de cristiano porque quedarse fuera, con espíritu de juicio, a veces áspero. Falta una capacidad propositiva, un enfoque constructivo a la solución de los problemas.
− El segundo método equivocado es el del “activismo separatista”. Nos esforzamos en crear instituciones católicas (bancos, cooperativas, círculos, sindicatos, escuelas...). Así la fe se hace más laboriosa, pero −advertía Mazzolari− puede generar una comunidad cristiana elitista. Se favorecen intereses y clientelas con una etiqueta católica. Y, sin quererlo, se construyen barreras que corren el riesgo de ser insuperables al surgir la pregunta de fe. Se tiende a afirmar lo que divide respecto a lo que une. Es un método que no facilita la evangelización, cierra puertas y genera desconfianza.
− El tercer error es el “sobrenaturalismo deshumanizante”. Nos refugiamos en lo religioso para sortear las dificultades y las desilusiones que se encuentran. Nos alienamos del mundo, verdadero campo del apostolado, para preferir devociones. Es la tentación del espiritualismo. Se deriva un apostolado débil, sin amor. «Los alejados no se pueden remover con una oración que no se convierta en caridad, con una procesión que no ayuda a llevar las cruces del momento»[3]. El drama se consuma en esa distancia entre la fe y la vida, entre la contemplación y la acción.
2) La granja. En el tiempo de don Primo, era una “familia de familias”, que vivían juntos en estos fértiles campos, incluso sufriendo miserias e injusticias, en espera de un cambio, que luego desembocó en el éxodo a las ciudades. La granja, la casa, nos dicen la idea de Iglesia que guiaba a don Mazzolari. También él pensaba en una Iglesia en salida, cuando meditaba para los sacerdotes con estas palabras: «Para caminar hay que salir de casa y de la Iglesia, si el pueblo de Dios ya no viene; y ocuparse y preocuparse también de esos necesitados que, aunque no sean espirituales, necesitan humanidad y, lo mismo que pueden perder al hombre, también lo pueden salvar. El cristiano se ha separado del hombre, y nuestro hablar no puede ser comprendido si antes no lo introducimos por esa vía, que parece la más lejana y es la más segura. [...] Para hacer mucho, hay que amar mucho»[4]. Así decía vuestro párroco. La parroquia es el lugar donde cada hombre se siente esperado, un «hogar que no conoce ausencias». Don Mazzolari fue un párroco convencido de que «los destinos del mundo se maduran en la periferia», e hizo de su propia humanidad un instrumento de la misericordia de Dios, a la manera del padre de la parábola evangélica, tan bien descrita en el libro “La más linda aventura”. Fue justamente definido el “párroco de los alejados”, porque siempre los amó y los buscó, se preocupó no de definir sobre el papel un método de apostolado válido para todos y para siempre, sino de proponer el discernimiento como vía para interpretar el ánimo de cada hombre. Esa mirada misericordiosa y evangélica sobre la humanidad lo llevó a dar valor también a la necesaria gradualidad: el cura no es uno que exige la perfección, sino que ayuda a cada uno a dar lo mejor. «Contentémonos con lo que puede dar nuestro pueblo. ¡Tengamos sentido común! No debemos masacrar las espaldas de la pobre gente»[5]. Yo quisiera repetir esto, y repetirlo a todos los curas de Italia y también del mundo: ¡Tengamos sentido común! No debemos masacrar las espaldas de la pobre gente. Y si, por esas aperturas, se le llamaba a la obediencia, la vivía de pie, como adulto, como hombre, y a la vez de rodillas, besando la mano de su Obispo, al que no dejaba de querer.
3) El tercer escenario −el primero era el río, el segundo la granja−, el tercer escenario es el de vuestra gran llanura. Quien ha recibido el “Sermón de la montaña” no teme adentrarse, como viandante y testigo, en la llanura que se abre, sin límites seguros. Jesús prepara para eso a sus discípulos, conduciéndoles entre la gente, en medio de los pobres, revelando que la cima se alcanza en la llanura, donde se encarna la misericordia de Dios (cfr. Homilía para el Consistorio, 19-XI-2016). A la caridad pastoral de don Primo se abrían diversos horizontes, en las complejas situaciones que tuvo que afrontar: las guerras, los totalitarismos, los enfrentamientos fratricidas, la fatiga de la democracia en gestación, la miseria de su gente. Os animo, hermanos sacerdotes, a escuchar al mundo, a quien vive y obra en él, para haceros cargo de cada pregunta de sentido y de esperanza, sin temer atravesar desiertos ni zonas de sombra. Así podemos ser Iglesia pobre para y con los pobres, la Iglesia de Jesús. La de los pobres es definida por don Primo una “existencia que incomoda”, y la Iglesia necesita convertirse al reconocimiento de su vida para amarles como son: «Los pobres deben ser amados como pobres, o sea, como son, sin hacer cálculos sobre su pobreza, sin pretensiones o derecho de hipoteca, ni siquiera la de hacerles ciudadanos del reino de los cielos, mucho menos prosélitos»[6]. Él no hacía proselitismo, porque eso no es cristiano. El Papa Benedicto XVI nos dijo que la Iglesia, el cristianismo, no crece por proselitismo, sino por atracción, es decir, por testimonio. Es lo que don Primo Mazzolari hizo: testimonio. El Siervo de Dios vivió como cura pobre, no como pobre cura. En su testamento espiritual escribía: «En torno a mi Altar como en torno a mi casa y a mi trabajo nunca hubo “sonido de dinero”. El poco que pasó por mis manos […] fue adonde tenía que ir. Si pudiese tener un reproche en este punto, sería por mis pobres y las obras de la parroquia, a quienes habría podido ayudar ampliamente». Había meditado a fondo en la diversidad de estilos entre Dios y el hombre: «El estilo del hombre: con mucho hace poco. El estilo de Dios: con nada hace todo»[7]. Por eso, la credibilidad del anuncio pasa por la sencillez y la pobreza de la Iglesia: «Si queremos devolver a la pobre gente a su Casa, hace falta que el pobre encuentre allí el aire del Pobre», es decir, de Jesucristo. En su escrito El vía crucis del pobre, don Primo recuerda que la caridad es cuestión de espiritualidad y de mirada. «Quien tiene poca caridad ve pocos pobres; quien tiene mucha caridad ve muchos pobres; quien no tiene ninguna caridad no ve ninguno»[8]. Y añade: «Quien conoce al pobre, conoce al hermano: quien ve al hermano ve a Cristo, quien ve a Cristo ve la vida y su verdadera poesía, porque la caridad es la poesía del cielo traída a la tierra»[9].
Queridos amigos, os agradezco haberme recibido hoy, en la parroquia de don Primo. A vosotros y a los Obispos digo: estad orgullosos de haber generado “curas así”, y no os canséis de ser también vosotros “curas y cristianos así”, aunque eso requiera luchar consigo mismo, llamando por su nombre a las tentaciones que nos insidian, dejándonos curar por la ternura de Dios. Si tuvierais que reconocer no haber acogido la lección de don Mazzolari, os invito hoy a atesorarla. Que el Señor, que siempre ha suscitado en la Santa Madre Iglesia pastores y profetas según su corazón, nos ayude hoy a no ignorarlos más. Porque ellos vieron lejos, y seguirlos nos habría ahorrado sufrimientos y humillaciones. Tantas veces he dicho que el pastor debe ser capaz de ponerse delante del pueblo para indicar el camino, en medio como signo de cercanía o detrás para animar a quien ha quedado atrás (cfr. Evangelii gaudium, 31). Y don Primo escribía: «Donde veo que el pueblo resbala por bajadas peligrosas, me pongo detrás; donde hay que subir, me pongo delante. Muchos no entienden que es la misma caridad la que me mueve en uno y en el otro caso, y que nadie lo puede hacer mejor que un cura»[10].
Con este espíritu de comunión fraterna, con vosotros y con todos los curas de la Iglesia en Italia −con esos buenos párrocos− quisiera concluir con una oración de don Primo, párroco enamorado de Jesús y de su deseo de que todos los hombres tengan la salvación. Así rezaba don Primo:
«Has venido para todos:
para los que creen
y para los que dicen que no creen.
Los unos y los otros,
a veces estos más que aquellos,
trabajan, sufren, esperan
que el mundo vaya un poco mejor.
Oh Cristo, has nacido “fuera de la casa”
y has muerto “fuera de la ciudad”,
para ser de modo aún más visible
el cruce y el punto de encuentro
Nadie está fuera de la salvación, oh Señor,
porque nadie está fuera de tu amor,
que ni se asusta ni se amedrenta
por nuestras oposiciones o nuestros rechazos».
Ahora os daré la bendición. Recemos a la Virgen primero, que es nuestra Madre: sin Madre no podemos ir adelante: Dios te salve, María…
* * *
Desde allí el Papa ha viajado a Barbiana, cerca de Florencia, donde visitó el cementerio para rezar ante la tumba de don Lorenzo Milani. Después, en el prado adyacente a la iglesia, dirigió un discurso conmemorativo.
Queridos hermanos y hermanas, he venido a Barbiana para rendir homenaje a la memoria de un sacerdote que dio testimonio de cómo en el don de sí a Cristo se encuentra a los hermanos en sus necesidades y se les sirve, para que se defienda y promueva su dignidad de personas, con la misma entrega de sí que Jesús nos mostró, hasta la cruz.
1). Me alegro de encontrar aquí a los que fueron en su tiempo alumnos de don Lorenzo Milani, algunos en la escuela popular de San Donato en Calenzano, otros aquí en la escuela de Barbiana. Vosotros sois los testigos de cómo un cura vivió su misión, en los lugares a donde la Iglesia lo llamó, con plena fidelidad al Evangelio y, precisamente por eso, con plena fidelidad a cada uno de vosotros, a quienes el Señor le había encomendado. Y sois testigos de su pasión educativa, de su intento de despertar en las personas lo humano para abrirlas a lo divino.
De ahí su dedicarse completamente a la escuela, con una decisión que aquí en Barbiana llevará a cabo de manera aún más radical. La escuela, para don Lorenzo, no era una cosa distinta respecto a su misión de cura, pero el modo concreto con que realizar aquella misión, dándole un fundamento sólido y capaz de elevarla hasta el cielo. Y cuando la decisión del Obispo lo llevó de Calenzano hasta aquí, entre los niños de Barbiana, enseguida comprendió que si el Señor había permitido aquella separación era para darle nuevos hijos a los que hacer crecer y amar. Devolver a los pobres la palabra, porque sin la palabra no hay dignidad y, por tanto, tampoco libertad ni justicia: eso enseña don Milani. Y es la palabra la que podrá abrir la senda a la plena ciudadanía en la sociedad, mediante el trabajo, y a la plena pertenencia a la Iglesia, con una fe consciente. Esto vale a su modo también para nuestros tiempos, donde solo poseer la palabra puede permitir discernir entre tantos y a menudo confusos mensajes que nos caen encima, y dar expresión a las instancias profundas del propio corazón, así como a las expectativas de justicia de tantos hermanos y hermanas que esperan justicia. De esa humanización que reivindicamos para cada persona en esta tierra, junto al pan, la casa, el trabajo, la familia, forma parte también la posesión de la palabra como instrumento de libertad y de fraternidad.
2) Están aquí también algunos chicos y jóvenes, que representan para nosotros a tantos chicos y jóvenes que hoy necesitan quien les acompañe en el camino de su crecimiento. Sé que vosotros, como tantos otros en el mundo, vivís en situaciones de marginalidad, y que alguno os está cerca para no dejaros solos e indicaros una senda de posible rescate, un futuro que se abra a horizontes más positivos. Quisiera desde aquí agradecer a todos los educadores, a cuantos se ponen al servicio del crecimiento de las nuevas generaciones, en particular de los que se hallan en situaciones extremas. La vuestra es una misión llena de obstáculos y también de alegrías. Pero sobre todo es una misión. Una misión de amor, porque no se puede enseñar sin amar y sin ser conscientes de que lo que se da es solo un derecho que se reconoce, el de aprender. Y que enseñar hay tantas cosas, pero la esencial es el crecimiento de una conciencia libre, capaz de enfrentarse con la realidad y orientarse en ella guiada por el amor, por las ganas de comprometerse con los demás, de hacerse cargo de sus fatigas y heridas, de rechazar todo egoísmo para servir al bien común. Encontramos escrito en Carta a una maestra: «He aprendido que el problema de los demás es igual que el mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir de él solos es la avaricia». Esto es una llamada a la responsabilidad. Un llamamiento que afecta a vosotros, queridos jóvenes, pero antes a nosotros, adultos, llamados a vivir la libertad de conciencia de modo auténtico, como búsqueda de lo verdadero, de lo bello y del bien, dispuestos a pagar el precio que eso comporta. Y eso sin componendas.
3) Finalmente, pero no por último, me dirijo a vosotros sacerdotes que he querido a mi lado aquí en Barbiana. Veo entre vosotros a curas ancianos, que habéis compartido con don Lorenzo Milani los años del seminario o el ministerio en lugares aquí cercanos; y también a curas jóvenes, que representan el futuro del clero florentino e italiano. Algunos de vosotros sois testigos de la aventura humana y sacerdotal de don Lorenzo, otros sois herederos. A todos os quiero recordar que la dimensión sacerdotal de don Lorenzo Milani está en la raíz de todo cuanto he evocado hasta ahora de él. La dimensión sacerdotal es la raíz de todo lo que hizo. Todo nace de su ser cura. Pero, a su vez, su ser cura tiene una raíz aún más profunda: su fe. Una fe totalizante, que se convierte en un entregarse completamente al Señor y que en el ministerio sacerdotal encuentra la forma plena y cumplida para el joven converso. Son conocidas las palabras de su director espiritual, don Raffaele Bensi, al que acudían en aquellos años las figuras más altas del catolicismo florentino, tan vivo en torno a la mitad del siglo pasado, bajo el paterno ministerio del venerable Cardenal Elia Dalla Costa. Así dijo don Bensi: «Para salvar el alma vino a mí. Desde aquel día de agosto hasta el otoño, se sumergió literalmente en el Evangelio y en Cristo. Aquel chico partió enseguida al absoluto, sin vías intermedias. Quería salvarse y salvar, a toda costa. Transparente y duro como un diamante, tenía enseguida que herirse y herir» (Nazzareno Fabbretti, Entrevista a Mons. Raffaele Bensi, Domenica del Corriere, 27-VI-1971). Ser cura como el modo en que vivir el Absoluto. Decía su madre Alicia: «Mi hijo estaba en busca del Absoluto. Lo encontró en la religión y en la vocación sacerdotal». Sin esa sed de Absoluto se puede ser buenos funcionarios de lo sagrado, pero no se puede ser curas, curas de verdad, capaces de ser servidores de Cristo en los hermanos. Queridos curas, con la gracia de Dios, procuremos ser hombres de fe, una fe firme, no aguada; y hombres de caridad, caridad pastoral con todos los que el Señor con confía como hermanos e hijos. Don Lorenzo nos enseña también a querer a la Iglesia, como él la quiso, con la franqueza y la verdad que pueden crear también tensiones, pero jamás fracturas, abandonos. Amemos la Iglesia, queridos hermanos, y hagámosla amar, mostrándola como Madre amorosa de todos, sobre todo de los más pobres y frágiles, tanto en la vida social como en la personal y religiosa. La Iglesia que don Milani mostró al mundo tiene ese rostro materno y atento, proclive a dar a todos la posibilidad de encontrar a Dios y, por tanto, dar consistencia a la propia persona en toda su dignidad.
4) Antes de concluir, no puedo omitir que el gesto que hoy he realizado quiere ser una respuesta a aquella petición tantas veces hecha por don Lorenzo a su Obispo, es decir, que fuese reconocido y comprendido en su fidelidad al Evangelio y en la rectitud de su acción pastoral. En una carta al Obispo escribió: «Si usted no me honra hoy con cualquier acto solemne, todo mi apostolado parecerá como un hecho privado…». Desde el Card. Silvano Piovanelli, de querida memoria, en adelante los Arzobispos de Florencia han dado en varias ocasiones ese reconocimiento a don Lorenzo. Hoy lo hace el Obispo de Roma. Esto no quita las amarguras que acompañaron la vida de don Milani −no se trata de borrar la historia o de negarla, sino de comprender las circunstancias y humanidad que están en juego−, pero dice que la Iglesia reconoce en aquella vida un modo ejemplar de servir al Evangelio, a los pobres y a la Iglesia misma. Con mi presencia en Barbiana, con la oración en la tumba de don Lorenzo Milani pienso dar respuesta a cuanto deseaba su madre: «Me urge sobre todo que se conozca al cura, que se sepa la verdad, que se rinda honor a la Iglesia también por lo que él fue en la Iglesia y que la Iglesia le rinda honor a él… esa Iglesia que le hizo sufrir tanto, pero que le dio el sacerdocio, y la fuerza de esa fe que sigue siendo, para mí, el misterio más profundo de mi hijo… Si no se comprende realmente al sacerdote que don Lorenzo fue, difícilmente se podrá entender de él todo lo demás. Por ejemplo, su profundo equilibrio entre dureza y caridad» (Nazareno Fabbretti, Encuentro con la madre del párroco de Barbiana a los tres años de su muerte, Il Resto del Carlino, Bolonia, 8-VII-1970). El cura «transparente y duro como un diamante» sigue trasmitiendo la luz de Dios en el camino de la Iglesia. ¡Tomad la antorcha y llevadla adelante! Gracias. Dios te salve, María…
¡Muchas gracias de nuevo! Rezad por mí, no lo olvidéis. ¡Que yo también tome ejemplo de este buen cura! Gracias por vuestra presencia. Que el Señor os bendiga. Y vosotros sacerdotes, todos −¡porque no hay jubilación en el sacerdocio!–, todos, adelante y con valentía! Gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] P. Mazzolari, Preti così, 125-126.
[2] Id., Lettera sulla parrocchia, 51.
[3] Ibid., 54.
[4] P. Mazzolari, Coscienza sociale del clero, ICAS, Milano, 1947, 32.
[5] Id., Preti così, 118-119.
[6] Id., La via crucis del povero, 63.
[7] Id., La parrocchia, 84.
[8] Id., La via crucis del povero, 32.
[9] Ibid. 33.
[10] Id., Scritti politici, 195.
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