Hay una realidad: hay a quien a veces le da pudor decirle a su ‘contraparte’, explícitamente, lo que espontáneamente soltaba en el noviazgo
Hoy tengo que escribirte un post rápido. Como voy en el AVE, lo tengo más fácil. Lo de la velocidad.
Sí, ya sé que tenemos pendiente una entrada del blog que hable de “Pasión, capacidad y empleabilidad: 3 pilares para un buen futuro”, pero hoy me siento incapaz de hablar de capacidad… Me falta tiempo.
No creas que he incumplido mi compromiso (el de la última entrada): en ella te decía que te escribiría sobre eso en un próximo post, no en el próximo post. Que ya me voy conociendo a mí mismo −y mis circunstancias− como para intentar no pillarme los dedos con promesas que pueden no depender únicamente de mi voluntad.
Ando loco. No es una excusa. Es hablar claro y con sinceridad. Hay días que no te da la vida… y escribes desde el IPhone y en el tren. Y das gracias de poder hacerlo.
Me comentaba un buen amigo a este respecto (el de que nos faltan horas), que tenemos que utilizar un 80% de nuestro tiempo en afilar la sierra y el 20% restante en serrar. Y creo que llevo sobredosis de serrado. ¿A ti no te pasa? Vamos a ver si paramos para afilar… e invertimos los porcentajes.
Me viene a la cabeza mi mujer. Ayer la tenía enfrente (posicionalmente hablando), mientras yo escribía. Ella también estaba pegada al ordenador, al suyo: trabajando, que es gerundio…
Y, mientras la observaba, pensaba en lo importante que es tener detalles de cariño con nuestra parte “contraria”. De eso va a ir esta rápida entrada.
Algo te comenté sobre la materia en este post, en el que te recordaba, amigo, que tienes que fijarte en que ha ido a la peluquería, y decirle lo guapa que está (iba a escribir “que la han dejado”, pero te pongo un “está” y me quedo corto: procedería un “es”).
Y a veces no digo yo que seamos un poco zafios (o zafias, que dirían ahora) pero… tener más detalles nunca está de más.
Me trae esto a la memoria un chiste que he leído hoy (que no se preocupe quien me lo remitió, no voy a descubrirle) con la siguiente conversación:
−Cariño, después de tantos años, ¿todavía me quieres? Y la persona interpelada responde, pensando tener gracia: −No, todavía no.
No hace más de una semana que −con buena fe y para insistir en la importancia de demostrar cariño al cónyuge− alguien comentaba la historia de otra pareja (del mismo percal) donde uno de los dos se “quejaba” al otro:
−Cariño, nunca me dices que me quieres.
Y el otro (u otra) respondía:
−Ya te lo dije hace treinta años. Si un día cambio de opinión, te lo haré saber.
¡Animal!
Evidentemente, no te doy cuenta de estas conversaciones ficticias con la pretensión de hacerte reír. Lo hago sobre todo con la intención de que, junto a mí, pienses.
Tras las anteriores caricaturas hay una realidad: hay a quien a veces le da pudor decirle a su contraparte, explícitamente, lo que espontáneamente soltaba en el noviazgo (“Si ya lo sabe…”). Hay quien cree que, como eso se da por descontado, no hay que contarlo. Y está errado. O errada. Si quieres, ponle incluso una hache delante del adjetivo descalificativo.
Nunca, nunca está de más que entre marido y mujer (y viceversa) verbalicemos el amor que nos profesamos. O que se lo digamos a nuestros padres (antes de que se nos vayan). Y a nuestros hijos (¡antes de que nos vayamos!). Que nunca se queden palabras por decir.
Hay muchas más personas de las que creemos hambrientas de afecto verbal. Y no solo de este. Pero de este, también. Y no cuesta tanto explicitar nuestros sentimientos. Hay quien dice que ello incluso puede fortalecerlos.
Conozco un caso real en que ella, romántica, sí, pero aunque no lo fuera, le confesaba a un mediador sus cuitas a este respecto. El mediador, que no quería echar leña al fuego, le argüía que estuviera segura del amor del cónyuge (al que luego, él, pensaba pillarle por banda). E intentando allanar el terreno, le anticipaba a ella: −Ya sabes que unas personas somos más expresivas que otras; si te quiere un montón, aunque sea un poco torpe…
Ella quedaba convencida. Y la verdad es que no había razón alguna para que no lo estuviera.
Por más que −esto no es un chiste, alguien me lo relató como verídico y le creo−, llegada la noche, y ya a punto de dormir, ella le cogiera de la mano y dijera:
−Cariño, ¡cuánto te quiero!
Y recibió por respuesta:
−Por cierto, ¿hay vinagre?
¡La madre que te parió! iba a decir yo.
¿Te acuerdas de la canción “Dime que me quieres”?
Pues eso, digámoslo. A quien corresponda y a cada uno como corresponda: cónyuge, hijos, padres y demás parientes, amigos e interesados.
Digámoslo. Se lo debemos. Y si ya lo hacemos, hagámoslo aún más. ¡Que es gratis y no sabes qué valor tiene! Te vas a enterar.
Si este post veloz te ha ayudado a pararte a reflexionar… difúndelo por las redes.
Y si quien también ha de reflexionar es tu “contraparte”, pásaselo. Sin acritud. Recuerda que sois dos medias naranjas (no limones).
¡Un abrazo!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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