Catequesis de Benedicto XVI, en la Audiencia general de hoy
"Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestro obrar se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo que nos deja insatisfechos"
Si la oración y la Palabra de Dios no alimentan nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de que los mil trabajos y preocupaciones de la vida cotidiana nos sofoquen; rezar nos hace ver la realidad con ojos nuevos, y nos ayuda a encontrar el camino en medio de las adversidades. Así lo ha afirmado hoy Benedicto XVI en la catequesis de la audiencia general de hoy, pronunciada ante más de 20.000 fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
El Papa ha explicado en su discurso cómo la oración impulsó a la Iglesia de los primeros tiempos para seguir adelante en medio de las dificultades, y cómo puede ayudar al hombre de hoy a vivir mejor. «La Iglesia —ha dicho el Pontífice—, desde el inicio de su camino, se ha encontrado con situaciones imprevistas que ha tenido que afrontar, nuevas cuestiones y emergencias a las que ha tratado de dar respuesta a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo».
Esto se manifestó ya en tiempos de los Apóstoles. El evangelista San Lucas narra en los Hechos«un problema serio que la primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que resolver (…) sobre la pastoral de la caridad hacia las personas solas y necesitadas», cuestión difícil que podía provocar divisiones dentro de la Iglesia. «En este momento de emergencia pastoral, destaca la distinción realizada por los Apóstoles. Ellos se encuentran ante la exigencia primaria de anunciar la Palabra de Dios según el mandato del Señor, pero consideran con la misma seriedad el deber de (…) proveer con amor a las situaciones de necesidad en las que encuentran los hermanos y las hermanas, para responder al mandamiento de Jesús: amaos los unos a los otros como yo os he amado».
La decisión que toman es clara: no es justo que abandonen la oración y la predicación, por lo que «son elegidos siete hombres de buena reputación, los Apóstoles rezan para pedir la fuerza del Espíritu Santo, y luego les imponen las manos para que se dediquen de forma especial al servicio de la caridad». Esta decisión, explicó el Papa, «muestra la prioridad que debemos dar a Dios, a la relación con Él en la oración, tanto personal como comunitaria. Sin la capacidad de pararnos a escuchar al Señor, a dialogar con Él, se corre el riesgo de agitarse y preocuparse inútilmente por los problemas y las dificultades, incluidas las eclesiales y pastorales».
Benedicto XVI recordó que los santos «han experimentado una profunda unidad de vida entre oración y acción, entre amor total a Dios y amor a los hermanos». San Bernardo, modelo de armonía entre ambos, «afirma que demasiadas ocupaciones, una vida frenética, a menudo terminan por endurecer el corazón y hacer sufrir al espíritu. Es una advertencia preciosa para nosotros en la actualidad, ya que estamos acostumbrados a valorar todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia. El episodio de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda la importancia del trabajo, del esfuerzo en las actividades cotidianas, que hay que desarrollar con responsabilidad y dedicación; pero también nuestra necesidad de Dios, de que nos guíe, de su luz que nos da fuerza y esperanza. Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestro obrar se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo que nos deja insatisfechos. (…) Todos los pasos de nuestra vida, todas las acciones —también las de la Iglesia— deben ser hechas ante Dios, en la oración, a la luz de su Palabra».
Cuando la oración se alimenta con la Palabra de Dios, «se ve la realidad con ojos nuevos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da nueva luz al camino en cualquier situación. Nosotros creemos en la fuerza de la Palabra de Dios y de la oración. (…) Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida».
Para terminar, Benedicto XVI subrayó que, cuando oramos, «incluso cuando nos encontramos en el silencio de una Iglesia o de nuestra habitación, estamos unidos en el Señor a numerosos hermanos y hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos que, manteniendo su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de intercesión, de acción de gracias y de alabanza».