Es importante saber distinguir que la Unión Europea nace y tiene vocación como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias
Hace años circulaba un chascarrillo que afirmaba que si alguien habla bien de Inglaterra es inglés; si habla mal de Alemania, es francés; y si habla mal de España, es español. Así que lo de hablar mal de nuestra nación es algo carpetovetónico.
Al margen de estas pequeñas bromas, lo cierto es que Europa fue asolada, en el siglo XX, por dos grandes guerras que desangraron el continente. ¡Nunca más! El proyecto de la Unión Europea es un ambicioso plan para que no solo no haya este tipo de cataclismos, sino para que los franceses, hablen bien de Alemania o de España; y los españoles, hablemos bien además de España, de los gabachos o de la «pérfida Albión» (a pesar del brexit). En fin, que vivamos en armonía y colaboración los del norte con los del sur, los del este con los de oeste. Y no seamos paletos.
Me parece que este es el mensaje que el papa Francisco quiso transmitir con motivo del 60 aniversario de la Unión. Un discurso pletórico de europeísmo, procediendo de alguien que no es europeo. Afirmaba que «los padres fundadores nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar. El origen de la idea de Europa es −cita a A. De Gasperi− "la figura y la responsabilidad de la persona humana con su fermento de fraternidad evangélica, [...] con su deseo de verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia milenaria"».
Por eso, el aspecto que más destaca es, a mi juicio, la valoración y profundización de la solidaridad como primer y principal elemento de vitalidad al proyecto europeo. La capacidad para abrirse a los demás y empatizar. Porque no podemos decir «de esta agua no beberás»: la historia lo atestigua. La paz es algo vivo, no la de los cementerios. Hace posible construir un futuro personal y colectivo. Mirar de frente al porvenir, con la esperanza de un mundo mejor. Sin dejarnos constreñir por las fuerzas oscuras que quieren quitarnos la ilusión y hacernos caer en el averno del caos, en el miedo que encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de ideales.
Y continúa Francisco, en su discurso, afirmando que «los padres fundadores tenían clara conciencia de formar parte de una empresa colectiva, que no sólo traspasaba las fronteras de los Estados, sino también las del tiempo, a fin de unir a las generaciones entre sí, todas igualmente partícipes en la construcción de la casa común».
Solidaridad a través del tiempo. Lo que quiere decir que, en algunos momentos, surgen o surgirán crisis, que no es algo negativo, sino «momento de discernimiento, que nos invita a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un período de desafíos y de oportunidades». Es importante, por tanto, saber distinguir que la Unión Europea nace y tiene vocación como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias. Una realidad holística, en la que el conjunto supera, y con creces, la mera yuxtaposición de las partes.