… pero afirma que la visión del hombre que tiene la Iglesia “es verdadera” y lo aplica desde los anticonceptivos a la idea de familia
Es belga, está casada, tiene tres hijos, una licenciatura en Filosofía y un máster en Ciencias Sociales por la Sorbona de París. Y tiene sólo 32 años. Pero Thérèse Hargot no sólo contradice la "antítesis contemporánea (que tiene su símbolo en la anticoncepción) según la cual la maternidad y la carrera son inconciliables", pues estudió estando ya casada y con hijos, sino que, bella y para nada vulgar, demuestra también que la mujer vale por su modestia. Femenina hasta la médula, Thérèse es también la viva demostración de que confiar en el hombre no es sinónimo de "debilidad"; es más bien lo contrario.
Thérèse contrajo matrimonio a los 19 años. Nació en 1984 en una
familia muy creyente, la cuarta de ocho hermanos, pero
cuando tenía 15 años perdió la fe. Sin embargo,
defiende la antropología católica como la
más apropiada para una auténtica liberación de la mujer
Esta joven filósofa francesa es muy decidida y tiene una gran seguridad en sí misma, precisamente porque sabe que la "ambivalencia femenina" se resuelve en la confianza en la figura masculina. Es más: como no creyente, demuestra que "la visión del hombre que tiene la Iglesia es verdadera no sólo para quien tiene fe", sino para todo hombre razonable. Estos son los temas que Hargot ha afrontado durante la última etapa de su gira italiana en la que ha presentado su obra Una juventud sexualmente liberada, y ésta es la entrevista que le hizo Benedetta Frigerio para La Nuova Bussola Quotidiana:
En su libro usted habla del aborto como una consecuencia de la anticoncepción, y después explica que la verdadera libertad está en poner en práctica los métodos naturales. ¿Puede explicarnos por qué?
El hecho que las mujeres puedan conocer su propio cuerpo les da una gran autonomía, pero también se la da a sus hombres. Para mí, la verdadera libertad no reside en depender de un médico que me prescriba los anticonceptivos y de una empresa farmacéutica que los produzca.
¿Por qué sostiene que la anticoncepción es responsable de una visión social que ha convertido a la figura de la madre en la antítesis de la mujer trabajadora?
Cuando la mujer contemporánea llega al momento fatal del nacimiento del primer hijo se da cuenta de que hay una incompatibilidad entre estos dos papeles. No porque sean incompatibles de por sí, sino porque nuestra sociedad los ha hecho tales, empujando a la mujer a hacer carrera como si fuera un hombre, según unas modalidades que no le pertenecen, que no le son afines. En este sentido, el feminismo ha fracasado. La verdadera revolución social, el nuevo feminismo, debería, por el contrario, luchar para que el mundo del trabajo permita a las mujeres hacer carrera teniendo en cuenta su papel de madre: por ejemplo, a través de la flexibilidad o según tiempos y modalidades adaptadas a la naturaleza femenina. Sería también necesario ayudar a las adolescentes a confiar en sus cuerpos y en sus deseos, también el de formar una familia sin contraponerlo a la voluntad de hacer carrera. Porque la maternidad valoriza a la mujer en sus capacidades.
La anticoncepción es el resultado de una visión "libertina" resumida en el eslogan: "Mi cuerpo es mío y lo gestiono yo". Y, sin embargo, nunca como en el siglo feminista la mujer se ha transformado en un objeto. ¿Por qué, en su opinión?
Sí, predicar que "mi cuerpo es mío" y, por consiguiente, "lo gestiono yo" ha transformado el cuerpo femenino en un objeto. Esta misma frase, de hecho, justifica la comercialización consensuada del cuerpo. Lo vemos con el vientre de alquiler: "Si la mujer quiere −se oye decir−, lo puede hacer". El problema es que quien está de acuerdo con este eslogan no tiene argumentos teóricos con los que confutar, por ejemplo, la práctica de los servicios sexuales de las adolescentes a cambio de dinero o de móviles. Por este motivo creo que es una hipocresía por parte de esas feministas que se oponen a estas prácticas o al vientre de alquiler sin reconsiderar las premisas de su pensamiento, resumido en ese eslogan.
¿Cree usted que hay un vínculo entre los derechos feministas y la guerra cuyo objetivo es que la mujer y el hombre sean enemigos?
El hecho es que el feminismo de Simone de Beauvoir y de sus compañeras originó un ideal femenino superior al masculino que negaba la igualdad entre los sexos que, con palabras, decían que querían. Pero también en este caso el conflicto es posible gracias a la anticoncepción, que genera una guerra interna en las mujeres al tener que hacer un esfuerzo para poder compaginar el ser madres con el ser mujeres. Es a causa de esta lucha interna que la guerra ha estallado también a nivel social.
Usted describe a la mujer como un ser de naturaleza ambivalente: puede estar embarazada, desear tener un hijo y, al mismo tiempo, tener dudas al respecto. Al contrario, el hombre es la autoridad que, como garantía de la ley, le recuerda a la mujer que el hijo tiene que venir al mundo. De esta manera, ¿no contrapone usted también ambos sexos?
Yo diría que no, porque el hombre tiene esta naturaleza como función protectora de la mujer, aunque es verdad que la sociedad le ha despojado de su papel. Basta pensar en la ley del aborto, que lo priva de cualquier responsabilidad.
Cuando usted habla de ley, ¿qué quiere decir?
Hablo de ius [derecho] y no de lex [ley]: es decir, no hablo de la ley en particular, adaptada a cada caso concreto, sino de la norma general. Efectivamente, hay un nivel objetivo fundamental de la ley (ius), que después se desarrolla a más niveles, adaptándose a los casos particulares (lex). La ley sobre el aborto contradice el ius analizando el problema de la maternidad. Me gustaría repetir que, sin embargo, el problema que hay en el origen es la anticoncepción, a la que el aborto le hace el servicio de proporcionarle clientes cuando fracasa.
¿Cuál es, en cambio, la función de la mujer respecto al hombre y, por consiguiente, en relación a la sociedad?
La mujer es testigo del misterio de la vida. Me gusta mucho una frase de Juan Pablo II para el que "la mujer es testigo de lo invisible". Es decir, la mujer es testimonio del vínculo con el sentido sagrado de la existencia. Por esto, su ministerio es el de la humildad, en el sentido que tiene de recordarle al varón que no es Dios. Por ejemplo, cuando una mujer alumbra sufriendo le está hablando al hombre de su impotencia: éste, en ese momento, tiene la tarea de protegerla pero, al mismo tiempo, no puede hacer nada para impedir el dolor del parto. Esta posición de humildad en la que la mujer pone al hombre le sirve a éste para acompañar a su hijo en la vida.
Con mucha frecuencia su pensamiento llega a las mismas conclusiones que el Magisterio de la Iglesia. ¿No se ha preguntado nunca por qué?
Me lo explico con el hecho que compartimos la misma visión filosófica respecto a la idea de persona: para la Iglesia la fe y la razón son las dos alas con las que el intelecto se eleva hacia la verdad. Éste es el lado interesante de mi trabajo para los católicos: que compartiendo como laica el realismo del magisterio católico demuestro precisamente la razonabilidad de la fe.
Fuente: religionenlibertad.com.
Entrevista de Benedetta Frigerio, publicada originariamente en lanuovabq.it.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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