En su catequesis, durante la Audiencia general, el Santo Padre mencionó dos actitudes: la perseverancia y la consolación
San Pablo continúa ayudándonos a comprender mejor en qué consiste la esperanza cristiana. Hoy señala dos actitudes importantes para nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la perseverancia y la consolación. La Sagrada Escritura nos muestra que la perseverancia o paciencia es la capacidad de soportar, de permanecer fieles, sobre todo en medio de las situaciones adversas. Por otra parte, la consolación es la gracia de saber acoger y mostrar en todo momento, especialmente en aquellos marcados por el sufrimiento y la desilusión, la presencia y la acción compasiva de Dios que nunca nos abandona y permanece siempre fiel a su amor por nosotros.
Por eso el Apóstol afirma que somos fuertes, pues en la lógica del Evangelio nuestra fuerza no viene de nosotros sino del Señor, que nos concede experimentar su consolación y su amor fiel, y nos da la capacidad de estar cerca de los hermanos más débiles y de hacernos cargo de su fragilidad.
La Palabra de Dios alimenta en nosotros la esperanza, que se traduce concretamente en servicio recíproco y en el compartir. Esto es posible sólo cuando en el centro está Cristo y su Palabra, porque él es el "hermano fuerte” que nos cuida y nos carga sobre sus hombros de "Buen Pastor”, tierno y solícito.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Agradezcamos al Señor el don de su Palabra y no olvidemos que nuestra esperanza no depende de nuestras capacidades, sino de la ayuda de Dios y de la fidelidad de su amor. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Ya desde hace algunas semanas el Apóstol Pablo nos está ayudando a comprender mejor en qué consiste la esperanza cristiana. Y dijimos que no era un optimismo, era otra cosa. Y el apóstol nos ayuda a comprenderlo. Hoy lo hace acercándola a dos actitudes muy importantes para nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la «perseverancia» y la «consolación» (vv. 4.5). En el pasaje de la Carta a los Romanos que acabamos de escuchar se citan dos veces: primero en referencia a las Escrituras y luego a Dios mismo. ¿Cuál es su significado más profundo, más verdadero? ¿Y de qué modo dan luz a la realidad de la esperanza? Estas dos actitudes: la perseverancia y el consuelo.
La perseverancia podríamos definirla también como paciencia: es la capacidad de soportar, llevar sobre los hombros, sub-portare[1], permanecer fieles, también cuando el peso parece volverse demasiado grande, insostenible, y nos vemos tentados a juzgar negativamente y abandonar todo y a todos. La consolación, en cambio, es la gracia de saber captar y mostrar en cada situación, incluso en las mayormente marcadas por la desilusión y el sufrimiento, la presencia y la acción compasiva de Dios. Ahora, san Pablo nos recuerda que la perseverancia y la consolación nos vienen trasmitidas de modo particular por las Escrituras (v. 4), o sea, por la Biblia. En efecto, la Palabra de Dios, en primer lugar, nos lleva a volver la mirada a Jesús, a conocerlo mejor y a conformarnos a Él, a parecernos cada vez más a Él. En segundo lugar, la Palabra nos revela que el Señor es de verdad «el Dios de la perseverancia y de la consolación» (v. 5), que permanece siempre fiel a su amor por nosotros, es decir, que es perseverante en el amor con nosotros, ¡no se cansa de amarnos! Es perseverante: ¡siempre nos ama! Y cuida de nosotros, tapando nuestras heridas con la caricia de su bondad y de su misericordia, o sea, nos consuela. No se cansa tampoco de consolarnos.
En esta perspectiva, se comprende también la afirmación inicial del Apóstol: «Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, y no complacernos a nosotros mismos» (v. 1). Esta expresión «nosotros los fuertes» podría parecer presuntuosa, pero en la lógica del Evangelio sabemos que no es así, es más, es justo lo contrario porque nuestra fuerza no viene de nosotros, sino del Señor. Quien experimenta en su vida el amor fiel de Dios y su consolación es capaz, incluso es un deber estar carca de los hermanos más débiles y hacerse cargo de sus fragilidades. Si estamos cerca del Señor, tendremos esa fortaleza para estar cerca de los más débiles, de los más necesitados y consolarles y darles fuerza. Eso es lo que significa. Y eso podemos hacerlo sin autocomplacencia, sino sintiéndonos simplemente como un “canal” que trasmite los dones del Señor; y así se convierte concretamente en un “sembrador” de esperanza. Esto es lo que el Señor nos pide, con esa fortaleza y esa capacidad de consolar y ser sembradores de esperanza. Y hoy hay que sembrar esperanza, pero no es fácil…
El fruto de este estilo de vida no es una comunidad donde algunos son de “primera”, los fuertes, y otros de “segunda”, los débiles. El fruto en cambio es, como dice Pablo, «que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros, según Cristo Jesús» (v. 5). La Palabra de Dios alimenta una esperanza que se traduce concretamente en compartir, en servicio recíproco. Porque también quien es “fuerte”, antes o después experimenta la fragilidad y necesita el consuelo de los demás; y al revés, en la debilidad siempre se puede ofrecer una sonrisa o una mano al hermano en dificultad. Y es una comunidad de modo que “con una sola alma y una sola voz, glorifique a Dios” (cfr. v. 6). Pero todo eso es posible si se pone en el centro a Cristo y su Palabra, porque Él es el “fuerte”, Él es el que nos da la fortaleza, quien nos da la paciencia, quien nos da la esperanza, quien nos da la consolación. Él es el “hermano fuerte” que cuida de cada uno de nosotros: porque todos necesitamos ser cargados sobre los hombros del Buen Pastor y sentirnos envueltos por su mirada tierna y amorosa.
Queridos amigos, nunca daremos suficientes gracias a Dios por el don de su Palabra, que se hace presente en las Escrituras. Es ahí donde el Padre de nuestro Señor Jesucristo se revela como «Dios de la perseverancia y de la consolación». Y es allí donde nos somos conscientes de que nuestra esperanza no se funda en nuestras capacidades ni en nuestras fuerzas, sino en la ayuda de Dios y en la fidelidad de su amor, o sea, en la fuerza y el consuelo de Dios. Gracias.
Dirijo mi cordial saludo a los participantes en el Congreso sobre el tema: Watershed: Replenishing Water Values for a Thirsty World, promovido por el Pontificio Consejo para la Cultura y por el Capítulo Argentino del Club de Roma. Precisamente hoy se celebra la Jornada Mundial del Agua, instituida hace 25 años por las Naciones Unidas, mientras que ayer se celebraba la Jornada Internacional de los Bosques. Me alegro de este encuentro, que marca una nueva etapa en el compromiso conjunto de varias instituciones para sensibilizar en la necesidad de proteger el agua como bien de todos, valorando también sus significados culturales y religiosos. Animo en particular vuestro esfuerzo en el campo educativo, con propuestas dirigidas a los niños y jóvenes. Gracias por cuanto hacéis, y que Dios os bendiga.
Hace unos días hemos celebrado la Solemnidad de San José, que es un modelo de esperanza y de perseverancia. ¡Cuántas dificultades superó con la confianza en Dios! Así trasmitió a la Sagrada Familia la consolación de las promesas del Señor. Por su intercesión, Dios nos conceda el don de la solidaridad y su bendición.
La Cuaresma nos llama a la conversión y a la penitencia: nos indica el ayuno, la oración y la limosna como vía de transformación; nos anima al examen de conciencia con la humilde admisión de las culpas y la confesión de los pecados. “Aprended −como dijo San Juan Pablo II− a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro, mal al mal, y bien el bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso” (A los universitarios, 26-III-1981). Llenos de confianza en el poder de la Palabra de Dios, abramos nuestros corazones al don de su misericordia y de su perdón. Sea alabado Jesucristo.
Saludo a los participantes en el encuentro para Directores Migrantes y los animo a proseguir en el compromiso por la acogida y la hospitalidad de los prófugos y de los refugiados, favoreciendo su integración, teniendo en cuenta los derechos y deberes recíprocos para quien acoge y quien es acogido. No olvidemos que este problema de hoy de los refugiados y de los inmigrantes es la tragedia más grande después de la Segunda Guerra Mundial.
Invito a todas las comunidades a vivir con fe la cita del 23 y 24 de marzo para volver a descubrir el sacramento de la reconciliación: “24 horas para el Señor”. Espero que también este año ese momento privilegiado de gracia del camino cuaresmal sea vivido en tantas iglesias del mundo para experimentar el encuentro gozoso con la misericordia del Padre, que a todos acoge y perdona.
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Un particular saludo dirijo a los jóvenes, enfermos y recién casados. El sábado próximo celebraremos la Solemnidad de la Anunciación del Señor a la Virgen María. Queridos jóvenes, sabed poneros a la escucha de la voluntad de Dios como María; queridos enfermos, no os desaniméis en los momentos más difíciles sabiendo que el Señor no da una cruz superior a las propias fuerzas; y vosotros, queridos recién casados, edificad vuestra vida matrimonial sobre la firme roca de la Palabra de Dios.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Del latín supportare: sub (abajo) portare (llevar): llevar algo de abajo arriba, cargar con algo (ndt).
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