La apertura a los problemas de los demás, especialmente a los más débiles y necesitados, es camino de encuentro con Jesucristo, honda preparación para la alegría de la Pascua de Resurrección
En la vida cristiana, la Cuaresma no es un paréntesis, sino como la intensificación de elementos centrales de la doctrina y la moral. Desde luego, con cierto tono penitencial, como corresponde a la propia existencia que desearía desembarazarse de limitaciones y miserias.
Enlaza con los comienzos de la predicación evangélica, ya en las palabras del Bautista, y pronto en las primeras de Jesucristo. Y está presente en los documentos más antiguos de la Iglesia, como aquel clásico del Pastor de Hermas, IV, 2, que vale la pena releer: “Yo −dijo− estoy encargado de la penitencia, y a todos los que se arrepienten les concedo inteligencia. ¿O es que no te parece −me dijo− que este mismo arrepentirse es un género de inteligencia? Sí −prosiguió−, el arrepentimiento es una inteligencia grande. Porque el pecador que hace penitencia cae en la cuenta que hizo el mal delante del Señor y sube a su corazón el remordimiento de la obra que ejecutó y se arrepiente y ya no vuelve a obrar el mal, sino que se entrega a la práctica del bien por múltiples modos y humilla y atormenta su alma por haber pecado”.
Lo recuerda el papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma del 2017. Este año propone de modo especial la parábola de Epulón y Lázaro como tema de meditación: “La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión”.
Sin duda, la apertura a los problemas de los demás, especialmente a los más débiles y necesitados, es camino de encuentro con Jesucristo, honda preparación para la alegría de la Pascua de Resurrección.
Al terminar febrero, se publicó una entrevista al papa en Scarp de’ tenis, una revista de la calle de Milán. La ocasión, la próxima visita de Francisco a la diócesis ambrosiana el día 25. En las respuestas del pontífice hay muchas referencias a aspectos esenciales sobre la acogida. Por encima de todo, destaca la necesidad de comprender a los demás, de ponerse en su lugar, “meterse en sus zapatos”, saliendo del propio egoísmo.
Lo explica con sentido pedagógico: “Ponerse en los zapatos de los demás significa tener una gran capacidad de comprender, de entender los momentos y las situaciones difíciles… Si pensamos, además, en las existencias que están hechas a menudo de soledad, ponerse en los zapatos del otro significa servicio, humildad, generosidad, que es también la expresión de una necesidad. Necesito que alguien se ponga en mis zapatos. Porque todos necesitamos comprensión, compañerismo y un consejo”. Como escribió san Josemaría en Camino, 463: “Más que en ‘dar’, la caridad está en ‘comprender’”.
Buena parte de esa comprensión se expresa en mirar a la gente con humanidad, conscientes de que son personas. Al dar una limosna, “es importante el gesto, ayudar a los que piden mirándoles a los ojos y tocando sus manos. Echar el dinero y no mirar a los ojos, no es un gesto de cristiano… Enseñar la caridad no es descargar las propias culpas, pero es un acercarse, un mirar a una miseria que llevo dentro de mí y que el Señor comprende y salva. Porque todos tenemos miserias dentro”.
Como es natural, los comportamientos personales se proyectarán eficazmente también en las relaciones mutuas e, incluso, en la evolución de las decisiones gubernamentales hacia una perspectiva de radical servicio: concretamente, en la acogida por parte de naciones desarrolladas de emigrantes y refugiados, dará lugar a una auténtica integración, que evite guetos lamentables en sí, aparte de un posible caldo de cultivo de rebeldías y violencias extremistas.