La enseñanza del Concilio Vaticano II sobre ecumenismo se centra en la conversión interior; se avanzará a través de la búsqueda sincera y profunda de la enseñanza de Jesucristo
Escribo cuando termina la octava por la unidad de los cristianos, una iniciativa de gran raigambre en todo el mundo. Al cabo, el año próximo será el centenario de los comienzos en la Iglesia Episcopaliana de Estados Unidos, y se cumplirán las bodas de oro de la celebración conjunta por la Iglesia católica y el Consejo Mundial de las Iglesias.
Tras el pontificado de san Juan XXIII y la clausura del Concilio Vaticano II, los ánimos estaban preparados para vencer antiguas resistencias en materia de ecumenismo. Desde entonces, la unidad ha sido uno de los objetivos principales de los papas. Juan Pablo II llegó a publicar en 1995 una encíclica dedicada expresamente al ecumenismo: Ut unum sint. Y ha estado presente en infinidad de gestos y textos que quizá no es preciso recordar.
Juan Pablo II hizo suyas las palabras escritas por Pablo VI al Patriarca ecuménico Atenágoras I: “Que el Espíritu Santo nos guíe por el camino de la reconciliación, para que la unidad de nuestras Iglesias llegue a ser un signo cada vez más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la humanidad”. Pablo VI y Atenágoras habían recitado juntos en Jerusalén, el año 1964, la oración sacerdotal de Cristo, “que todos sean uno”, la víspera de su Pasión y Muerte.
Esa misma palabra −reconciliación− se incluye este año como lema para los actos de oración y reflexión por la unidad de los cristianos, inspirado en Evangelii Gaudium, 9, más un texto de san Pablo: “Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia (cf. 2 Co 5, 14-20)”. En la página Web del Vaticano se pueden consultar los textos preparados por el Consejo Pontificio para la unidad y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de las Iglesias. Se elaboran no sólo para el octavario, sino para todo el año. Se encarga de la redacción un equipo con experiencia en diversos lugares del planeta. En 2017, como era lógico, la tarea recayó en Alemania, en el 5º centenario de la Reforma, que conmemorarán juntos católicos y protestantes.
No parece necesario resumir la intensidad ecuménica protagonizada por el papa Francisco. Me referiré sólo al desarrollo del “ecumenismo de sangre”, implícito ya en la Encíclica mencionada de Juan Pablo II. Tuvo que abrirse paso frente a reticencias de peso, basadas en textos antiguos de grandes Padres de la Iglesia. Pero quizá la intensidad de las persecuciones y del sufrimiento de los creyentes en tantos lugares del mundo, especialmente en Oriente Medio, consolida una dura y real situación: los verdugos no distinguen entre las diversas confesiones cristianas.
El camino de la unidad está erizado de dificultades. Pero también favorecido por la urgencia de acciones asistenciales conjuntas para resolver tantas necesidades insoslayables. Son continuas, por otra parte, las manifestaciones que denotan avances significativos.
Así, en una reciente entrevista para la agencia Sir del metropolitano Hilarion, responsable del departamento para las relaciones externas del patriarcado de Moscú. Ha estado seis veces con Francisco desde su elección y lo describe de modo expresivo: “es muy fácil hablar con él”. Desde esas audiencias y las frecuentes entrevistas con el cardenal Koch, presidente del consejo pontificio, aborda las relaciones ecuménicas entre Moscú y Roma: “tenemos una relación muy buena y constructiva. Tenemos un diálogo constante”. Además, a partir de la reunión con el patriarca Kyrill en Cuba, en febrero de 2016, se han desarrollado misiones humanitarias comunes para ayudar a cristianos y personas que sufren, sobre todo en Siria, donde las víctimas de la guerra y los refugiados tienen necesidades de máxima entidad.
Lo pensaba también al leer el resumen en La Croix, 18-I, de la declaración del arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión anglicana, Justin Welby, y el arzobispo de York, John Sentamu, que llaman a la superación de las divisiones entre los cristianos: “Conmemorar la Reforma debería llevarnos al arrepentimiento por nuestra parte de la responsabilidad en la perpetuación de las divisiones. Debe estar unido a una acción dirigida a reunirse con las otras iglesias y a reforzar los lazos con ellas”.
Se advierte el eco del mensaje de Francisco en Lund (Suecia) el pasado 31 de octubre, que acaba de recordar a la delegación ecuménica de Finlandia, que acude cada año a Roma con motivo de la octava, desde hace más de tres décadas. Lutero no quería dividir la Iglesia, sino reformarla: “El año conmemorativo de la Reforma representa para católicos y luteranos una ocasión privilegiada para vivir de manera más auténtica la fe, para redescubrir juntos el Evangelio y dar testimonio de Cristo con vivacidad renovada”. Insistió en que “el verdadero ecumenismo, se basa en la conversión común a Jesús como nuestro Señor y Redentor. Sin nos acercamos junto a él, nos acercamos también los unos a los otros”.
Como es sabido, la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre ecumenismo se centra en “la conversión interior. Porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de la mente, de la negación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad" (UR, 7). No se avanzará con gestos y tácticas, sino a través de la búsqueda sincera y profunda de la enseñanza de Jesucristo.