Cuando los recuerdos se sacan a la luz y se comparten pierden el encanto secreto de la añoranza. Más vale que los conserve como defensa de nuestras hermosas tradiciones y costumbres frente a tanta nueva moda
− Aunque sea un lugar común, reconocerá usted que la Navidad es añoranza y nostalgia para creyentes y no creyentes. En Navidad la añoranza envuelve nuestros recuerdos de la infancia y de la adolescencia como para protegerlos de las frustraciones del presente y de los temores del futuro.
− Nosotros en Galicia decimos saudade, que tiene un componente mayor de melancolía y…
− Por favor, no me interrumpa. Me hace perder el hilo y no es nada fácil hablar de la Navidad. Lo que le estaba diciendo es que la añoranza en Navidad crea un mundo a la vez real e irreal, sombrío y brillante al mismo tiempo. Los recuerdos se resisten a desaparecer incluso cuando uno empieza a olvidarse del nombre del vecino de enfrente y de dónde dejó las gafas hace diez minutos; pero al mismo tiempo se van difuminando poco a poco, se diluyen lentamente…
− ¿Algo así como la lágrimas en la lluvia, que decía el replicante en «Blade Runner»? ¿O quizá como esos soldados veteranos de Bruce Marshall, que no mueren y se desvanecen en la niebla? ¿O está usted pensando más bien en la magdalena de los sábados por la mañana de Proust?
− En realidad, no. Estaba pensando en otra referencia estética más convencional, más directa y no tanto en imágenes o metáforas literarias. Yo siento el efecto del paso del tiempo en mis recuerdos navideños, como las pinceladas desvaídas de un cuadro impresionista de Monet o la luz matizada del invierno en un paisaje de Brueghel el Viejo. Hay una pérdida de precisión en los contornos de las personas y de los lugares, pero al difuminarse las figuras se realza la belleza del cuadro. Su contemplación relaja nuestro espíritu y lo envuelve simultáneamente en un sentimiento de alegría y de tristeza. No sé si me entiende usted.
− Le entiendo perfectamente. Nadie puede negar que la Navidad es tiempo de saudade. Yo recuerdo…
− Deténgase de inmediato. Estaba seguro de que antes o después me iba usted a hacer partícipe de sus bellos recuerdos navideños, diluidos en el tiempo. Sinceramente, no estoy dispuesto. No creo que sean muy diferentes de los míos, y si es así deberíamos los dos concentrarnos en nuestras memorias respectivas para no entrar en competencia sobre cenas familiares llenas de niños y de alegría; de villancicos españoles antiguos o traducción de otros extranjeros acompañados por panderetas y zambombas; de paseos por las calles nevadas con cucuruchos calientes de castañas asadas; de turrones y de dulces, inigualable herencia mozárabe de nuestra Navidad. Y sobre todo del nacimiento, grande o pequeño, con ríos de papel de plata o de espejo recubierto de musgo en las orillas.
− Yo recuerdo los pellizcos que me daba mi madre cuando cerraba los ojos en la misa del Gallo, tratando de disimular el sueño como concentración. Afortunadamente, diluidos en el tiempo, los pellizcos duelen menos.
−No se empeñe en compartir conmigo su saudade. Cuando los recuerdos se sacan a la luz y se comparten pierden el encanto secreto de la añoranza. Más vale que los conserve como defensa de nuestras hermosas tradiciones y costumbres frente a tanta nueva moda.
− ¿Se refiere usted a Papa Noel? Como viene del norte, yo de pequeño lo identificaba con la romería vikinga de Catoira en la ría de Arosa.
− En mi infancia no existía lo de Catoira, que se inventó en los años sesenta y, por cierto, se celebra en verano. Además, la Navidad de mis recuerdos transcurría en una época pre-ecuménica y Papa Noel tenía un cierto halo de desviacionismo, aunque hay que admitir que se trata de una tradición cristiana totalmente respetable. A lo que me refiero es al obsesivo afán «progresista» de desacralizar una conmemoración única y esencialmente cristiana. Es sencillamente estúpido el propósito de borrar el carácter cristiano de la Navidad, como si fuera incompatible con un Estado aconfesional o incluso beligerantemente laico. El día menos pensado acuerdan sustituir la Navidad por el Halloween, que es costumbre de inexplicable importación. ¿Se imagina usted a los norteamericanos celebrando la quema de las ochenta brujas de Zugarramurdi, pongo por caso?
− Ciertamente no.
− Yo creo que descristianizar la Navidad es un intento condenado al fracaso. Por mucho que se empeñen los defensores del «progreso», no conseguirán desvirtuar el mensaje universal de amor, de paz y de hermandad que la Navidad supone, tanto para los cristianos como para los que no lo son. Su saudade y mi añoranza dejarían de tener sentido si no son reflejo de ese mensaje universal. A mí me gusta mucho la forma poética en que lo expresó el profeta Isaías: «Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un niño los pastoreará. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey… No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar».
− La verdad, las noticias de todos los días no parecen confirmar la profecía de Isaías. Por todas partes hay guerras, hambrunas y maldad. Más que una profecía parece una encuesta electoral, y Dios me perdone la irreverencia.
− No quisiera meterme en camisas teológicas de once varas, pero lo que hace Isaías es anunciar poéticamente el mensaje de amor que se manifiesta en la encarnación y el nacimiento del Niño Dios, que se confirma con su palabra y que culmina con su muerte y resurrección. Ahora bien, cumplir el mensaje es la responsabilidad y el privilegio de los hombres, actuando libremente y sin ningún determinismo, que es la esencia del cristianismo. Somos nosotros los que tenemos que hacer verdad el mensaje.
− Me esforzaré en ello. Pero esta Nochebuena, viendo la alegría de mis hijos y de mis nietos, me dejaré llevar de mi saudade. No creo que sean cosas incompatibles.
− Desde luego que no. Yo también me sentiré feliz con mi nostalgia.
Daniel García-Pita Pemán
Fuente: abc.es.
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