El Papa pidió rezar para que su vejez sea "tranquila, religiosa y fecunda… Y también alegre"
Hoy el Papa Francisco cumple 80 años y, si bien regularmente pide que se rece por él, seguramente en este día agradecerá de modo muy especial las oraciones hechas, con afecto filial, por su persona e intenciones.
Esta mañana ha desayunado en la residencia Santa Marta en compañía de ocho personas sin techo. Luego, ha celebrado la Misa en la Capilla Paulina con los cardenales residentes en Roma.
Homilía del Papa en su 80 cumpleaños
En el momento en que la vigilante espera se hace más intensa en el recorrido del Adviento; en este momento en que la Iglesia, hoy, comienza a rezar con las grandes antífonas, momento fuerte en el que nos acercamos a la Navidad, la Liturgia nos hace pararnos un poco. Dice: “Detengámonos”, y nos hace leer este pasaje del Evangelio. ¿Qué significa este pararse en un momento que va progresando en intensidad? Simplemente, la Iglesia quiere que hagamos memoria: “Párate, y haz memoria. Mira atrás, mira el camino”. La memoria: esa actitud deuteronómica que da al alma tanta fuerza. La memoria que la Escritura misma subraya como modo de rezar, de encontrar a Dios. «Acordaos de vuestros pastores», nos dice el autor de la Carta a los Hebreos (13,7). «Traed a la memoria los días pasados…» (Hb 10,32): lo mismo. Y luego, en la misma Carta, esa lista de testigos, en el capítulo XI, que han caminado para llegar a la plenitud de los tiempos: “Haced memoria, mirad atrás para poder avanzar mejor”. Ese es el significado de la jornada litúrgica de hoy: la gracia de la memoria. Hay que pedir esa gracia: no olvidar.
Es propio del amor no olvidar; es propio del amor tener siempre a la vista tanto, tanto bien que hemos recibido; es propio del amor mirar la historia: de dónde venimos, nuestros padres, nuestros antepasados, el camino de la fe… Y esa memoria nos hace bien, porque hace aún más intensa esta vigilante espera de la Navidad. Un día tranquilo. La memoria que toma desde el inicio la elección del pueblo: «Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham» (Mt 1,1). El pueblo elegido, que camina hacia una promesa con la fuerza de la alianza, de las sucesivas alianzas que va haciendo. Así es el camino del cristiano, así es nuestro camino, sencillo. Se nos ha hecho una promesa, se nos ha dicho: camina en mi presencia y sé irreprensible como es nuestro Padre. Una promesa que será plena al final, pero que se consolida con cada alianza que hacemos con el Señor, alianza de fidelidad; y nos hace ver que no hemos sido nosotros los que elegimos: nos hace comprender que todos hemos sido elegidos. La elección, la promesa y la alianza son como los pilares de la memoria cristiana, ese mirar atrás para ir adelante.
Esta es la gracia de hoy: hacer memoria. Y cuando escuchamos este pasaje del Evangelio, hay una historia, una historia de gracia, tan grande; pero también una historia de pecado. En el camino siempre encontramos gracia y pecado. Aquí, en la historia de la salvación hay grandes pecadores, en esta genealogía (cfr. Mt 1,1-17), y hay santos. Y también nosotros, en nuestra vida, hallaremos lo mismo: momentos de gran fidelidad al Señor, de alegría en el servicio, y algún momento feo de infidelidad, de pecado, que nos hacer sentir la necesidad de la salvación. Y esa es también nuestra seguridad, porque cuando tenemos necesidad de salvación, confesamos la fe, hacemos una confesión de fe: “Yo soy pecador, pero Tú puedes salvarme, Tú me llevas adelante”. Y así se avanza con la alegría de la esperanza.
En el Adviento comenzamos a recorrer ese camino, aguardando en vigilante espera al Señor. Hoy nos detenemos, miramos atrás, vemos que el camino ha sido hermoso, que el Señor no nos ha defraudado, que el Señor es fiel. Vemos también que, tanto en la historia como en nuestra vida, ha habido momentos bellísimos de fidelidad y momentos feos de pecado. Pero el Señor está ahí, con la mano tendida para levantarte y decirte: “¡Sigue adelante!”. Y esa es la vida cristiana: sigue adelante, hacia el encuentro definitivo. Que este camino de tanta intensidad, en vigilante espera de que venga el Señor, no nos quite nunca la gracia de la memoria, de mirar atrás a todo lo que el Señor ha hecho por nosotros, por la Iglesia, en la historia de la salvación. Y así comprenderemos por qué hoy la Iglesia hace leer este pasaje que puede parecer un poco aburrido, pero aquí está la historia de un Dios que ha querido caminar con su pueblo y hacerse, al final, un hombre, como cada uno de nosotros.
Que el Señor nos ayude a retomar esta gracia de la memoria. “Pero es difícil, aburrido, hay tantos problemas…”. El autor de la Carta a los Hebreos tiene una frase bellísima para nuestras quejas, bellísima: “Tranquilos, aún no habéis resistido hasta la sangre” (cfr. 12,4). Incluso un poco de buen humor, por parte de aquel autor inspirado, para ayudarnos a ir adelante. Que el Señor nos dé esta gracia.
Saludo al final de la Misa
Quisiera agradeceros esta concelebración y que me acompañéis en este día: ¡muchas gracias! Y a usted, Eminencia, Cardenal decano, por sus palabras tan sentidas: ¡muchas gracias!
Desde hace unos días me viene a la cabeza una palabra, que parece fea: vejez. Asusta, al menos… Ayer mismo, Mons. Cavaliere me regaló el De senectute de Cicerón −una gota más−. Recuerdo lo que os dije el 15 de marzo de 2013, en nuestro primer encuentro: “La vejez es sede de sabiduría”. Esperemos que también para mí sea eso. ¡Esperemos que sea así! También me viene a la cabeza −me vino muy temprano− aquel poema: «Tacito pede lapsa vetustas» [Ovidio]: con paso silencioso te cae encima la vejez. ¡Es un golpe! Pero cuando lo piensas como una etapa de la vida que es para dar alegría, sabiduría, esperanza, entonces recomienzas a vivir. Y me viene a la mente también otra poesía que os cité aquel día: «La vejez es tranquila y religiosa» [Hölderlin]. Rezar para que la mía sea así: tranquila, religiosa y fecunda. Y también gozosa. Gracias.