El Vicario auxiliar del Opus Dei recuerda –al micrófono de Alessandro Gisotti, de Radio Vaticana− los últimos momentos de Mons. Javier Echevarría y traza un retrato de su figura
Usted ha estado con él en los últimos momentos…
He tenido la ocasión de darle la unción de enfermos, que recibió muy alegre… Y poco después se fue apagando, serenamente… como ha sido su vida, una vida de servicio, de entrega a la gente… Por tanto, una sensación de pena, pero también de serenidad, porque de personas tan buenas estamos seguros de que tendremos también su ayuda desde el Cielo.
Es una persona que, como se sabe, vivió con dos santos: con San Josemaría, muchísimos años, y luego con el Beato Álvaro del Portillo. Aprendió de ellos a ser muy fiel a la Iglesia −¡a amar a la Iglesia!−, al Papa, a las almas… Me ha impresionado la capacidad de estar al alcance de la gente, de escuchar, de no tener nunca prisa para hablar con las personas, incluso conversaciones imprevistas con alguno que se acercaba… Un sacerdote y obispo fiel, bueno, siempre a mano.
Desde hace más de 20 años dirigía el Opus Dei: ¿cuál es la herencia más fuerte que deja Mons. Echevarría al Opus Dei y también a la Iglesia?
Diría que la fidelidad al espíritu recibido de San Josemaría: él ha sido el segundo sucesor del fundador y siempre tuvo en la cabeza la fidelidad al espíritu recibido. Una fidelidad que no era simplemente una repetición sino −retomando también lo que decía el fundador− que lo que permanece es el meollo, el espíritu: los modos de hacer, de hablar cambian con el tiempo, pero lo que permanece es la fidelidad al espíritu, y esa es también la verdad que recibimos de ser fieles al Espíritu, pero abiertos siempre a las novedades.
Obviamente el Prelado Echevarría conocía bien a San Juan Pablo II, a Benedicto XVI y también al Papa Francisco. ¿Qué puede decirnos del trato con los Papas que ha tenido el Prelado del Opus Dei?
Por un lado, un gran cariño al Papa −¡a todos!− y también un sentido de fidelidad, porque lo que para todos los católicos debe ser, y es, una fidelidad a Cristo, a la Iglesia, no es separable de la fidelidad al Vicario de Cristo, a la Iglesia, al Papa… Cuando tenía ocasión de estar con el Papa, siempre tenía un sentimiento de alegría y de emoción.