Fidel Castro habló con un Papa que habla de la fe, que sabe reprender pero también hacer comprender qué significa la religión
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Fidel Castro se encontró con un Papa que habla de la fe, que sabe reprender pero también hacer comprender qué significa la religión
Llegó apenas concluido el almuerzo, en torno al mediodía, sólo con su escolta personal. Entró en la nunciatura con gran respeto, y se sentó a la mesa con Benedicto XVI. Veinte minutos de encuentro privadísimo, bebiendo café. Por una parte, el líder máximo, no ya el líder de la nación, cuyas riendas están en manos de su hermano Raúl. Por otra, Benedicto XVI, que en cambio tiene en sus manos las riendas de la Iglesia y la está llevando hacia el Año de la Fe, según un programa bien preciso: hablar de Dios, confiar las naciones a la Virgen (lo hizo en Cuba, lo hizo antes en México, también durante este viaje), sostener la libertad para todos de vivir la propia religión.
«Un encuentro intenso y cordial», lo ha definido el padre Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede. Habiendo llegado casi en silencio, Fidel Castro habló unos diez minutos con el cardenal Bertone, Secretario de Estado Vaticano, que lo acogió y saludó: ya lo conocía del viaje que el Secretario de Estado había realizado en el 2008 a Cuba. Luego, Fidel Castro estuvo unos veinte minutos con el Papa. Por un lado, el hombre en búsqueda Fidel, que planteaba preguntas. Por el otro, Benedicto XVI, que daba respuestas. «¿Qué hace un Papa?», pregunta Fidel. «Sirve a la Iglesia universal», responde Benedicto XVI: el cual pasó luego personalmente al Padre Lombardi —en una hoja escrita por él— las informaciones para dar en el briefing.
Fidel agradeció al Papa por las beatificaciones de la Madre Teresa, benefactora de Cuba, por la cual él tenía veneración y gratitud, y la de Juan Pablo II, el primer Papa en visitar Cuba, en 1998 (Castro ya se había encontrado con él, en el Vaticano, en 1996). Benedicto XVI llegó en torno a las 12.30 y —refiere el Padre Lombardi— «el encuentro se inició con mucha cordialidad. El Papa habló de su alegría de estar en Cuba y de la cordialidad con la cual fue acogido. Fidel dijo que había seguido todo el viaje por la televisión». Y luego otra pregunta, sobre los cambios de la liturgia en la Iglesia, que Castro ve distinta de cuando él era joven.
Fidel Castro no quiso encontrarse con el Papa en el marco de la visita al Palacio de la Revolución. Allí el dueño de casa era el hermano Raúl y ser presentado como un simple familiar no aprovecharía a la retórica de una revolución que parece desvanecerse, si no todavía evaporarse completamente. En Cuba hay libertad de culto, no libertad de religión. Benedicto XVI lo sabe muy bien, y ayer ha puesto en manos de Raúl una lista de prisioneros políticos. Como diciendo: lo sabemos, y esperamos que todo se resuelva.
Ciertamente no ha puesto una lista en manos de Fidel, dada la naturaleza informal del encuentro. Una taza de café, entre dos personas casi coetáneas (Fidel es del ’26, el Papa del ’27). «Soy anciano pero todavía puedo hacer mi deber», ha bromeado el Papa con Fidel Castro. Fidel y el Papa tienen mucho que los diferencia. Se hablaba de una auténtica conversión de Fidel al catolicismo. Esto ha irritado al Partido en Cuba, que ha difundido un artículo muy punzante contra Repubblica, que había dado la noticia. En realidad, Fidel, libre de los asuntos de gobierno, pasa el tiempo leyendo, buscando un sentido a la vida.
Tal vez los jesuitas con los que ha estudiado —de los cuales, sin embargo, no ha tomado nunca la religión— han dejado signos profundos sobre sus preguntas acerca de la vida. «Fidel es cristiano en cuanto bautizado —ha comentado el padre Lombardi— pero sobre su fe personal y pública no tengo nada para decir». Sobre la mesita de noche están todavía en exposición el manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, y el “Origen de las especies” de Darwin. Pero están vivas, en Fidel, también las reflexiones que ha hecho con Frei Betto, el teólogo de la liberación que le ha enseñado cómo pueden conciliarse catolicismo y marxismo. Algo no precisamente ortodoxo. Pero, al menos, alguna pregunta de sentido le da.
De frente, siempre con la taza de café en la mano, Benedicto XVI tiene en cambio ya todas las respuestas, que le surgen de una fe que se hace camino con argumentos de razón. La palabra se convierte en Palabra. Y es una palabra cortante como la espada. «Cuba ha dado pasos adelante», concedió Benedicto XVI durante la Misa de la mañana. Pero no basta, agregó luego.
En el diálogo entre los dos —primero estaba presente la mujer Dalia, los dos hijos fueron presentados al Papa sólo al final del encuentro—, Fidel Castro también preguntó sobre las dificultades de los tiempos actuales para la humanidad (últimamente se ha apasionado de modo particular con la cuestión ecológica, ¿y a quién preguntar sino al que ha sido definido “el Papa verde”?), ha hablado de las “dificultades de la ciencia para responder a las preguntas de hoy”. Son los temas del Papa. Que explica el problema de la ausencia de Dios, de las consecuencias de la ausencia de Dios, de la importancia fundamental de la relación entre fe y razón. Fidel está cada vez más curioso. «Santidad, ¿me puede enviar libros para profundizar lo que me ha dicho?», pidió al final del encuentro. Y el Papa: «Debo pensar cuáles enviarle».
Fidel es hoy un hombre en busca de sentido. Y, sin embargo, es el hombre que más que ninguno ha intentado extirpar el cristianismo de su nación. Porque, después de la Revolución, no sólo las actividades religiosas y el proselitismo fueron limitados sino que también —a partir de 1961— los bienes eclesiásticos fueron confiscados sin compensación, y centenares de miembros del clero extranjero fueron expulsados de la isla. Para siempre. Y la nación vivió el ateísmo de Estado hasta 1992. Luego, un giro: la Constitución del `92 garantiza la libertad de religión en el artículo 55. Más que libertad religiosa, es libertad de culto. Y se requiere la visita de Juan Pablo II en 1998 para que quien va a la Iglesia no sea ya visto con sospecha, para que Navidad sea considerada festividad, para que algunos grupos religiosos obtengan el permiso de importar materiales religiosos y recibir a líderes de la propia religión. Es también el signo de la importancia diplomática de la Iglesia Católica. Porque la llegada de Juan Pablo II abre también —por ejemplo— a la concesión a la comunidad judía de la isla de celebrar los ritos en público e importar material religioso y comida kosher para la Pesach.
Toda esta historia está pesando sobre las espaldas de Fidel Castro. Pero está también frente a un Papa que habla de la fe, que sabe reprender pero también hacer comprender qué significa la religión. Es el encuentro entre dos coetáneos, y la única nota de oficialidad tal vez está al final, cuando el Papa regala a Fidel las medallas del Pontificado. Es un encuentro que escapa a la retórica de la Revolución. Pero entra en la historia de este Pontificado.