En la audiencia general de este miércoles el Santo Padre explicó dos obras de misericordia muy relacionadas entre sí
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está dedicada a dos obras de misericordia muy relacionadas entre sí: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. La falta de instrucción es una grave injusticia que atenta contra la dignidad de las personas. Cuántas personas y sobre todo niños, a causa del analfabetismo, caen víctimas de la explotación y de otras lacras sociales. La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de comprometerse en el campo de la enseñanza para cumplir su misión de evangelización. Muchos santos han consagrado su vida a la educación de los más desfavorecidos, sabiendo que ese es el camino para superar la miseria y la discriminación.
"Dar buen consejo al que lo necesita” es un verdadero acto de amor hacia las personas que están desorientadas o tienen dudas. Todos podemos tener en algún momento dudas sobre la fe. La escucha de la Palabra de Dios y la catequesis nos ayudan a superar esas dudas. Pero además es importante concretar la fe en nuestra vida, para que no se convierta en algo teórico y abstracto. Cuando practicamos la fe, sirviendo a los hermanos y especialmente a los más necesitados, entonces muchas dudas desaparecen porque sentimos la presencia de Dios que nos ama.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a tener un corazón atento a las necesidades de las personas que nos rodean, para que también ellas puedan experimentar el amor que Dios les tiene. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Terminado el Jubileo, hoy volvemos a la normalidad, pero aún quedan algunas reflexiones sobre las obras de misericordia, de modo que seguiremos con ellas. La reflexión de hoy sobre las obras de misericordia espirituales se refiere a dos acciones fuertemente vinculadas entre sí: aconsejar a los que tienen dudas y enseñar a los ignorantes, es decir, a los que no saben. La palabra ignorante es demasiado fuerte, pero quiere decir los que no saben algo y a los que hay que enseñar.
Son obras que se pueden vivir tanto a nivel sencillo, familiar, al alcance de todos, como −especialmente la segunda, la de enseñar− en un plano más institucional, organizado. Pensemos por ejemplo en cuántos niños sufren aún de analfabetismo: ¡no se puede entender, que en un mundo donde el progreso técnico, científico, ha llegado tan alto, haya niños analfabetos! Eso no se puede entender; es una injusticia. ¡Cuántos niños sufren de falta de instrucción! Es una condición de gran injusticia que afecta a la dignidad misma de la persona. Además, sin educación se convierten en presa fácil de la explotación y de varias formas de malestar social.
La Iglesia, en el curso de los siglos, ha sentido la exigencia de implicarse en el ámbito de la educación porque su misión de evangelización comporta el compromiso de devolver la dignidad a los pobres. Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada justo aquí en Roma por san Justino, en el siglo segundo, para que los cristianos conocieran mejor la Sagrada Escritura, hasta San José de Calasanz, que abrió las primeras escuelas populares gratuitas de Europa, tenemos un amplio elenco de santos y santas que en varias épocas han llevado la educación a los más desaventajados, sabiendo que, a través de ese camino, podrían superar la miseria y las discriminaciones.
Cuántos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagrados, sacerdotes han dado su vida por la instrucción, por la educación de niños y jóvenes. ¡Y eso es grande! ¡Pues yo os invito a darles un homenaje con un buen aplauso! [aplauso de los fieles]. Esos pioneros de la educación comprendieron a fondo la obra de misericordia y llevaron un estilo de vida tal como para transformar la sociedad misma. A través de un trabajo sencillo y pocas estructuras supieron restituir la dignidad a tantas personas.
Y la instrucción que daban solía estar orientada también al trabajo. Pensemos en Don Bosco, San Juan Bosco [aplauso de los fieles]. Hay salesianos aquí, ¿eh? Pues pensemos en Don Bosco que con aquellos niños de la calle, con el oratorio y luego con las escuelas y los talleres, los preparaba para el trabajo. Así surgieron muchas y variadas escuelas profesionales que habilitaban para el trabajo mientras educaban en los valores humanos y cristianos. La educación, por tanto, es ciertamente una peculiar forma de evangelización.
Cuanto más crece la educación las personas adquieren más conciencia y certezas, que todos necesitamos en la vida. Una buena instrucción nos enseña el método crítico, que incluye también un cierto tipo de duda, útil para hacer preguntas y comprobar los resultados alcanzados, en vista de un conocimiento mayor. Pero la obra de misericordia de aconsejar a los que dudan no se refiere a ese tipo de duda. Expresar la misericordia con los que dudan equivale, en cambio, a calmar el dolor y el sufrimiento que provienen del miedo y de la angustia, que son consecuencias de la duda. Por tanto, es un acto de verdadero amor con el que se pretende sostener a una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguno podría preguntarme: “Padre, pero yo que tengo tantas dudas de fe, ¿qué debo hacer? ¿Usted nunca tiene dudas?”. Sí, tengo tantas; tengo tantas… Es verdad que en algunos momentos a todos nos vienen dudas. Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son una señal de que queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, a Jesús, y el misterio de su amor por nosotros. “Pero es que yo tengo esta duda. Busco, estudio, veo o pido consejo sobre qué hacer”. Esas dudas hacen crecer. Es bueno, pues, que nos planteemos preguntas sobre nuestra fe, porque de ese modo nos lanzamos a profundizarla.
Las dudas, en todo caso, hay que superarlas. Es necesario para eso escuchar la Palabra de Dios, y comprender lo que nos enseña. Un camino importante que ayuda en esto es la catequesis, con la que el anuncio de la fe viene a encontrarnos en lo concreto de la vida personal y comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otro camino igualmente importante, el de vivir lo más posible la fe. No hagamos de la fe una teoría abstracta donde las dudas se multiplican. Más bien, hagamos de la fe nuestra vida. Procuremos practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Y entonces muchas dudas desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin mérito nuestro, habita en nosotros y compartimos con los demás.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, estas dos obras de misericordia tampoco están lejos de nuestra vida. Cada uno puede comprometerse a vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio del amor de Dios no se ha revelado a los sabios e inteligentes, sino a los pequeños (cfr. Lc 10,21; Mt 11,25-26). Por tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a trasmitir y la certeza más segura para salir de la duda, es el amor de Dios con el que hemos sido amados (cfr. 1Jn 4,10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre. ¡Y Dios nunca da marcha atrás con su amor, jamás! Va siempre adelante, ahí está..., es dado para siempre ese amor del que debemos sentir fuerte la responsabilidad de ser testigos, ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias.
* * *
El domingo pasado terminamos el Jubileo Extraordinario. Pero no se ha cerrado el corazón misericordioso de Dios para nosotros pecadores, que no dejará de inundarnos con su gracia. Del mismo modo, que no se cierren nunca nuestros corazones y no dejemos de hacer siempre obras de misericordia corporales y espirituales. Que la experiencia del amor y del perdón de Dios que hemos vivido en este Año Santo permanezca en nosotros como permanente inspiración para la caridad con los hermanos.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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