Los calificativos para acompañar la “pastoral” −la acción evangelizadora de la Iglesia− han proliferado últimamente
A los largo de los dos mil años que los cristianos llevamos anunciando a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, “Dios de Dios, Luz de Luz”; y transmitiendo al mundo su encarnación, su vida, su muerte, su Resurrección; hemos vivido una “pastoral de salida, de encuentro”. De salida hacia todos los rincones del mundo, hacia todos los hombres y mujeres de todas las culturas y civilización; y de “encuentro”. La Biblia, y en especial el Nuevo Testamento, sea quizá el libro traducido al mayor número de lenguajes del mundo, si es que queda algún idioma en que no se haya traducido.
En una reciente entrevista, la Dra. Anca M Cernea, rumana greco-católica, que participó en los trabajos del Sínodo de 2015 como Auditora, ante unas preguntas sobre la acción pastoral actual de la Iglesia, y la “batalla cultural” que se libra en el interior mismo de la Iglesia, recoge una frase de un sacerdote francés, padre Michel, quien, refiriéndose a la pastoral que parece predominar en estos momentos, señala:
“Antes, la Iglesia evangelizaba, predicaba, enseñaba. Más tarde, prefirió limitarse a dar testimonio. Luego se contentó con manifestar una presencia. Y ahora sólo se está poniendo a la escucha”. Y añade la doctora: “Creo que esto lo resume todo. Y es lamentable, porque eso de dejarse guiar por el mundo en vez de convertirlo no es precisamente lo que Cristo mandó hacer a los apóstoles”.
Todos somos más o menos conscientes de la pérdida de sentido cristiano, católico, que han sufrido no pocas palabras, muy familiares en el lenguaje de la Iglesia, como pueden ser “paz”, “conciencia”, “justicia”, “libertad”; por no añadir también “misericordia”, “pecado” (que se emplea muy poco, y muchas veces no en su pleno sentido)”infierno” (que se dice todavía mucho menos), etc. etc. Pero, ¿podemos decir que la Pastoral de la Iglesia, hoy, sólo está a la escucha del mundo?
El padre Michel señala, sin duda, las grandes tentaciones en las que pueden caer no pocos cristianos ante el mundo que les rodea: quedarse pasivos; tener temor de dar testimonio de su fe, y hasta llegar a ocultarla para no “herir” a nadie, para no “molestar” a nadie, para dejar que cada uno sea “feliz” a su manera. Y no podemos negar la realidad de esas conductas. Pero ¿queda ahí la Pastoral? No.
Los ejemplos de tantos cristianos que se toman en serio su Fe, que son conscientes de que el mundo necesita a Dios, a Cristo, en la Cruz y en la Resurrección, son sin embargo muy numerosos, acaecen en todos los rincones del mundo, y, a la fin, son los que prevalecen, perduran, y mantienen fecunda la vida de la Iglesia.
La pastoral de “salida y de encuentro”, de la que tanto se habla hoy, adquiere su verdadero sentido, si en ella el cristiano, el católico, vive esos cuatro detalles que el padre Michel señala; y los vive en su conjunto, no cediendo camino al ateo, al agnóstico, al no creyente. La Iglesia está siempre a la escucha del Espíritu Santo, para anunciar al mundo la Salvación que Dios nos ofrece en Cristo Jesús aquí −en los Sacramentos− y, al dejar la tierra, en la Vida Eterna. No está, como algunos pretenden, a la escucha del “espíritu del mundo”, para interpretar con ese “espíritu” mundano, la voz del Espíritu Santo.
Y así, el cristiano evangeliza, predica y enseña. A la vez, da testimonio, con una caridad acogedora, sembrando paz y alegría a su alrededor. Al dar testimonio de su amor a Cristo y a los hombres, el cristiano manifiesta la presencia de Cristo en el mundo; y abre su mente y su corazón a la escucha.
¿A la escucha de qué?
Del palpitar de la voz de Dios, de la luz de la vida eterna, que está latente en todo ser humano; y despertar ese latido cuando el hombre se obstina en apagarlo, en no escucharlo. El cristiano vive la Pastoral de ayudarlo, de animarle a oírlo.
La Dra. Cernea incluye en su entrevista esta frase:
“Un famoso ateo, Penn Jillette, co-anfitrión de un programa de televisión muy popular en América del Norte, dijo estas palabras: «Si usted cree que hay un cielo y un infierno, y que uno podría ir al infierno o no conseguir la vida eterna, o lo que sea, y usted piensa que no vale la pena decírselo, porque sería incomodo… ¿Cuánto hay que odiar a alguien para no predicar? ¿Cuánto hay que odiar a alguien para creer que haya vida eterna, y no decírselo?”».
La Iglesia vive para transmitir el Amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por eso escucha, se manifiesta, da testimonio, evangeliza, predica y enseña, a Cristo Muerto y destructor del pecado y de la muerte, y Resucitado, a Cristo Eucaristía; y la Vida Eterna: muerte, juicio, infierno y Gloria.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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