“Ilustres intolerantes” parecen convencidos de que la depravación y la estupidez de la Iglesia católica no requería confirmación científica, aunque algunos deberían haberse dado cuenta de que muchas historias era inventadas
Este comentario no es original. Intento sólo hacer eco a la entrevista con el sociólogo americano Rodney Stark, publicada a finales de agosto en Tempi.it, con el título “las diez mentiras anticatólicas que no honran a los historiadores”. La conversación se centra en el último libro de Stark, Bearing False Witness, en el que pasa revista a “ilustres intolerantes” que difunden como históricas mentiras sobre la Iglesia católica. Insiste en ideas centrales aparecidas en mayo en la revista Catholic World Report.
No se trata propiamente de una obra apologética, en el sentido clásico del término, porque el autor no es católico. Como explica, creció entre las glorias de la Reforma y, como tantos luteranos, en los oficios dominicales consolidaba la “perversión de los católicos”. Si ha escrito este libro −que desinfla viejos mitos, como sugiere el subtítulo Debunking Centuries of Anti-Catholic History−, no es para defender una bandera que nunca ha sido la suya, sino “para defender la historia”.
De Rodney Stark hay poco en castellano. He conocido a este importante sociólogo, nacido en 1934, director del instituto de estudios sobre la religión de la Baylor University de Waco (un ateneo de inspiración baptista en Texas), a través de trabajos y conversaciones de Massimo Introvigne, así como de reseñas en la revista milanesa Studi Cattolici y en la madrileña Aceprensa. Dentro de su fecunda labor de investigación, abundan las referencias a cómo del “despreciado cristianismo” deriva “la libertad, el progreso y la riqueza de nuestra civilización”. En Bearing False Witness recoge los diez “mitos anticatólicos” con que se ha topado más frecuentemente en el curso de sus innumerables estudios.
Entre esos mitos están el antisemitismo fundado teológicamente por la acusación de deicidio; el exterminio de los paganos tras la "conquista" cristiana de Roma; los siglos oscuros de la Edad Media, interrumpidos sólo por la revolución racional de la Ilustración; las cruzadas como primer hecho sangriento del colonialismo europeo; los crímenes de la Inquisición española y la caza de brujas; el caso Galileo, prototipo de la fobia de la Iglesia hacia la ciencia; la justificación de la esclavitud; el apoyo de dictaduras contra la democracia; la superioridad social y civil de la Reforma protestante.
En un libro muy documentado, critica a quienes presenta como "ilustres intolerantes", colegas académicos que, en vez de trabajar como tales, se han adherido ávidamente a los tópicos anticatólicos: parecen convencidos de que la depravación y la estupidez de la Iglesia católica no requería confirmación científica, aunque algunos deberían haberse dado cuenta de que muchas historias era inventadas. Así, Cristóbal Colón habría descubierto América para demostrar con la navegación que la Tierra es redonda y no plana, en contra de la creencia de los cardenales españoles adversarios de su empresa.
Esa hostilidad hacia la Iglesia, explica Stark, viene de lejos, especialmente de los odios y falsas acusaciones generados por la Reforma y las posteriores guerras de religión, que permanecen en la cultura popular de las naciones protestantes. Como otros mitos antiprotestantes en países católicos. Voltaire y sus colegas inventaron la edad oscura medieval, para proclamar que estaban liberando a la civilización de su atraso religioso. En realidad, no existió un Medioevo oscurantista. Al contrario, "la clave más importante para el ascenso de la civilización occidental −se lee en el libro− fue la dedicación de tantas mentes brillantes a la búsqueda del conocimiento. No iluminación. Ni iluminismo. Ni sabiduría. ¡Conocimiento!" Esas brillantes cabezas eran cristianas, porque el cristianismo es una religión teológica (basada en el razonamiento en torno a Dios), que no sólo es coherente con los esfuerzos científicos de explicar el mundo, sino que ha dado origen a la ciencia: "la ciencia no ha surgido en ningún otro lugar, porque las religiones que miraban el universo como un misterio impenetrable hacían absurdo cualquier esfuerzo científico”.
Sorprende, sin embargo, que esos “ilustres intolerantes” continúen disfrutando de credibilidad, al menos en los medios de comunicación. Incluso, cuando sus tesis han sido refutadas, y ellos mismos han admitido su hostilidad a la Iglesia. Es el caso de John Cornwell, el célebre autor de El Papa de Hitler, piedra angular de la propaganda anti-Pío XII: a pesar de su falta de base, se relanza periódicamente por la prensa o se recicla en nuevos textos, incluidos errores científicamente desacreditados. La famosa tesis de Max Weber sobre la ética protestante no tiene ningún fundamento, afirmaba en otra entrevista de 2014. Pero muchos mitos se difunden también porque, según observa Stark con cierta amargura, "los medios de comunicación tienen prejuicios ante la religión".
Pietro Piccinini termina la entrevista preguntándole por sus creencias actuales: “Perdí la fe luterana cuando era un joven veinteañero y estuve sin fe (nunca ateo) hasta los sesenta, cuando los años empleados en escribir sobre la religión me han llevado a concluir que el cristianismo ofrece la explicación más plausible de la vida”.