Acudir a la fuente y leer al papa en primera persona hace descubrir contexto y matices de la información que algunos han obviado
El viaje de vuelta de Francisco desde Armenia ha dejado numerosas noticias sobre unas palabras del pontífice acerca de las personas con tendencia homosexual. Acudir a la fuente y leer al papa en primera persona hace descubrir contexto y matices de la información que algunos han obviado. A continuación ofrecemos las palabras completas del papa sobre este tema.
Pregunta de la periodista Cindy Wooden (CNS)
En los días pasados, el cardenal alemán Marx, ante una gran conferencia −muy importante− sobre la Iglesia en el mundo moderno que tuvo lugar en Dublín, afirmó que la Iglesia Católica debe pedir disculpas a la comunidad gay por haber marginalizado a estas personas. En los días sucesivos a la masacre de Orlando, tantos han dicho que la comunidad cristiana tiene algo que ver con el odio hacia estas personas. ¿Qué piensa usted?
Respuesta del papa Francisco
Repetiré lo mismo que dije en mi primer viaje, y repito también lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: que no deben ser discriminados, que deben respetarse, acompañarles pastoralmente. Se pueden condenar, no por motivos ideológicos, sino por motivos −digamos− de comportamiento político, ciertas manifestaciones demasiado ofensivas para los demás. Pero estas cosas no tienen que ver con el problema: si el problema es que una persona tiene esa condición, y tiene buena voluntad y busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgarle? Debemos acompañarles bien, según lo que dice el catecismo. ¡El catecismo es claro![1]
Después hay tradiciones en algunos países, en algunas culturas, que tienen una mentalidad diversa sobre este problema. Yo creo que la Iglesia no solo debe pedir perdón −como ha dicho el cardenal “marxista” [dijo de broma] (cardenal Marx)− a esta persona que es gay, que ha ofendido, sino que debe pedir perdón también a los pobres, a las mujeres y a los niños explotados en el trabajo, se debe pedir perdón por haber bendecido tantas armas… La Iglesia debe pedir perdón por no haberse comportado, tantas veces −y cuando digo “Iglesia” quiero decir los cristianos, la Iglesia es santa, los pecadores somos nosotros− los cristianos deben pedir perdón por no haber acompañado tantas decisiones, tantas familias… Recuerdo, de cuando era pequeño, la cultura de Buenos Aires, la cultura católica cerrada −vengo de allí−: no se podía entrar en la casa de una familia divorciada. Estoy hablando de hace 80 años. La cultura ha cambiado, gracias a Dios. Como cristianos debemos pedir disculpas, no solo sobre esto. Perdón y no solo disculpas. ¡Perdón, Señor! Es una palabra que olvidamos −ahora hago de pastor y os hago un sermón−.
Es verdad, tantas veces el “cura jefe” y no el cura padre, el sacerdote que golpea y no el sacerdote que abraza, perdona, consuela… ¡Hay tantos! Tantos capellanes de hospitales, de cárceles, tantos santos. Pero estos no se ven porque la santidad es pudorosa, se esconde.
Sin embargo la desvergüenza es descarada: es descarada y se hace ver. Tantas organizaciones, con tanta gente buena y no tan buena, o gente a la que le dan una “ayuda grande” y miran para otro lado, como los poderes internacionales con los tres genocidios.
Nosotros, los cristianos −sacerdotes, obispos− también hemos hecho esto; pero los cristianos también tenemos una Teresa de Calcuta y muchos teresas de Calcuta! ¡Tenemos muchas monjas en África, muchos laicos, muchas parejas de esposos santos! El trigo y la cizaña, el trigo y la cizaña. Así dice Jesús que es el Reino. No debemos escandalizarnos por ello. Debemos orar para que el Señor termine con las malezas y haya más grano. Pero esta es la vida de la Iglesia. No se puede poner un límite. Todos nosotros somos santos, porque tenemos el Espíritu Santo dentro, al mismo tiempo nosotros —todos nosotros— somos pecadores. Yo el primero. ¿De acuerdo? Gracias. No sé si he respondido… No sólo disculpas, sino perdón.
2357. La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358. Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.