La finalidad principal (no exclusiva) de los deberes consiste en instaurar y consolidar la práctica del trabajo personal, imprescindible para cualquier proceso de formación
El debate del sí o el no a los deberes para casa reaparece con cíclica y testaruda frecuencia. Sin embargo, no es algo posmoderno, no; viene de antaño, muy antaño. Mi primera noticia acerca de esta controversia se remonta a Platón y Aristóteles, discípulo y maestro. Una controversia suscitada en el contexto de una pedagogía que acentuaba la felicidad de los niños y se inscribía en el mismo sistema educativo, que diríamos hoy. Resulta curioso que aún se mantengan, a favor y en contra, los mismos argumentos de aquella antigua polémica; cambiando los decires y las circunstancias, lógicamente. Pero transitan el mismo chip razonador.
Platón sustentaba la tesis de un aprendizaje divertido y juguetón; primando ese aspecto lúdico tan connatural a la infancia. Aristóteles, sin desdecir a su maestro, defendía que se enseñara claramente la diferencia entre juego y trabajo. Una cosa es trabajar (estudiar) y otra muy distinta jugar. Generalmente, el trabajo profesional, para cualquiera, se erige en el eje axial sobre el que girará su vida laboral, social, familiar, económica… De ahí la radical importancia de iniciarles en la seriedad y responsabilidad del trabajo, desde chiquitines. Yo soy decidido y abiertamente aristotélico.
La psicología actual demuestra, con rotunda evidencia, el valor del juego en la maduración psicosomática de la infancia, y su importancia en el proceso de socialización; sin reducirlo a un elemento meramente lúdico o a una necesidad de esparcimiento. No obstante, el juego ha de ser compatible, y complementario, con la dedicación de tiempo para consolidar el hábito del trabajo personal. El estudio, la formación, requieren impepinablemente esfuerzo personal. Necesidad que aumenta según se avanza en el nivel de estudios o de profesionalización. Incluso en las tareas más ligadas a la práctica se requiere repetir y repetir hasta lograr instaurar la destreza o habilidad requerida. En este sentido resultan paradigmáticos los estudiantes de piano: ¡cuántas horas sentados frente al teclado, y cuántas veces ensayan y ensayan la misma pieza!
Por eso los niños han de aprender, cuanto antes, a administrar sus tiempos. Y los deberes constituyen un ejercicio eficacísimo para lograr instaurar hábitos de trabajo personal. Creo que la polémica debería variar el ángulo y no debatir acerca de su necesidad, sino sobre criterios de adecuación, proporcionalidad, progresividad… En este punto serán bien recibidas grandes dosis de sentido común, equilibrio y mesura: según la edad, nivel de estudios, horario escolar, espacio para la vida familiar y el ocio, etc. Y desterrar radicalmente dos nefastos posibles vicios: por un lado, que los deberes de los alumnos ahorren trabajo de aula a los profesores; de otro, que los padres acaben por hacerle los deberes a sus hijos.
Reitero: la finalidad principal (no exclusiva) de los deberes consiste en instaurar y consolidar la práctica del trabajo personal, imprescindible para cualquier proceso de formación. Tal vez pueda parecer una razón excesivamente simplista, pero la experiencia demuestra tercamente lo contrario. En Chile utilizan una gráfica y simpática expresión popular: la inteligencia entiende lo que la pompa aguante. Y la pompa es… !la pompa!: la parte del cuerpo que mejor se acomoda a la silla. Si prefieren lo expreso más delicadamente: sitzfleisch (calentar asiento). Se sorprenderían de la cantidad de expedientes universitarios mediocres resultado de la impotencia para aguantar en la mesa de estudio a lo largo del primer y el segundo curso…
El estudio personal, además, no se circunscribe exclusivamente para el período de formación, también se extiende a la etapa profesional. La noción de formación continua ya pertenece al acervo de lo comúnmente aceptado, cuando tres décadas atrás aparecía como algo novedoso e innovador. Desengañémonos: los trabajadores perezosillos están en su puesto de trabajo al menos ocho horas; por menos… te despiden. Un profesional competente, además de rendir el tiempo, se actualiza continuamente, y eso casi nunca se logra en el horario laboral y con toda la ayuda por parte de la institución empleadora. Siempre sucedió así, pero se agudiza en los tiempos por venir; los nuevos yacimientos de trabajo demandan personal muy cualificado y especializado. Los de formación media, corrientilla, se toparán con arduas e incomodas dificultades de empleabilidad. Ahora prima la formación cualificada, el alto nivel de competencia profesional, lo cual requiere impepinablemente −insisto− formación intensa y concienzuda.
Quizá se me cuestione por no tomar en consideración los modernos postulados de la pedagogía y la psicología que enfatizan la rentabilidad y eficiencia de la creatividad, el pensamiento intuitivo, la superdotación, el poder de la autoestima… Los asumo, y los apruebo. Sin embargo, me atengo a aquella convicción de Picasso: creo en la inspiración, pero cuando la inspiración aparezca mejor será que te encuentre trabajando…
¿Y si alguien discrepa de mi opinión? Pues retóricamente le insultaré llamándole Platón. Insulto que, en mi opinión, resulta bastante honroso…
José Benigno Freire, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra