Hoy quiero ocuparme específicamente de la falta de un empleo digno que afecta a los hombres y mujeres de edad madura
“Tengo más de 40 −años− pero valgo mucho”, publicaba un conocido hace unas semanas en LinkedIn. En realidad, el 40 estaba tachado y había sido sustituido por un 55: “Tengo más de 55, pero valgo mucho”. Me dolió ver ese “pero”, cuando lo razonable hubiera sido un “y”.
Bajo aquella frase había otra: “En contra de la discriminación por la edad en el empleo”.
Pensé en tantas personas maduras, competentes y expertas, que han sufrido o padecen hoy en sus propias carnes la cruz del desempleo. Me vinieron a la cabeza y al corazón rostros concretos, de hombres y mujeres determinados, incluidos algunos amigos y familiares. ¿Quién no lo ha vivido de cerca?
Quise compartir lo que había encontrado en aquella red social profesional para subrayar mi solidaridad. Alguien veterano me escribió al poco: “Gracias, por la parte que me toca”. Y no pude menos que responderle: “A mí aún no, pero rozando el larguero…” Tengo 54. ¿En esas circunstancias es, quizás, más factible ponerte en sus zapatos?
¡Qué duro debe de hacerse despertar un día, y otro, y otro más… sin un horizonte a la vista! Cuando pasan las hojas del calendario sin que nada más pase…
A esos años es habitual tener una familia de la que hacerte cargo… Pero, si estás en paro, ¿cómo? Y no se trata “sólo” de que no tener un trabajo puede hacer insostenible sacar adelante a aquellos que más quieres, como quieres y como debes…
Para mayor inri, al terrible hachazo que ello puede causar en tu autoestima, se añade la injusticia de privarte de la posibilidad de aportar lo mejor de ti al servicio de una empresa (entiende ello en su concepto más amplio).
Porque tienes derecho a colaborar, desde tu ejercicio profesional, en la construcción de un mundo mejor. Y tú vales como activo. Aunque algunos no lo sepan emplear.
A ti, si te encuentras en esa dura situación, pero también a ellos, a tus potenciales contratantes, os recuerdo esa cita de Ingmar Bergman que comparaba el transcurrir de los años con la escalada de una gran montaña: “Mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”.
● Hablo de personas con experiencia: la profesional y la de, al menos, la universidad de la vida; que ya les ha hecho doctores siquiera sea a base de sexenios.
“La gran cosa acerca de envejecer es que usted no pierde todas las otras edades que han estado”, señalaba con acierto la escritora estadounidense Madeleine L’Engle.
● Me refiero a esos que saben lo que vale un peine; los mismos que a lo mejor ya apenas lo necesitan para sí. Los que, quizás, han pasado muchos años en una empresa o unos cuantos en muchas de ellas.
“Los años enseñan muchas cosas que los días jamás llegan a conocer”, escribía Ralph Waldo Emerson.
● Tengo en mente, en fin, a todas esas personas que quieren y saben defender la camiseta y pelear el partido en búsqueda de la victoria aunque sea en la prórroga o incluso en los penaltis. Siempre con espíritu deportivo, dejándose la piel.
Hay que pelear “partido a partido. Si se cree, se puede”, que diría el Cholo Simeone. Lo saben bien −al menos lo primero− quienes tienen claro que su Champions es poder pagar los estudios al hijo o… echar una mano a aquel otro que lo está pasando regular; regular, no −que aquí tú y yo hablamos claro−, mal.
Son personas sin ningún “pero” por razón de edad: al menos igual de sensatas, equilibradas, responsables, perseverantes, luchadoras. Dispuestas a dar lo mejor de sí… si alguien les ofrece la oportunidad que merecen.
La voz y hasta el grito dolorido y doloroso de los que sufren cada día junto a los suyos −aunque quizás pretendan disimulárselo recíprocamente−.
La de los que saben y practican aquello de que no valen las excusas, sino la formación continua, el esfuerzo y la −no fácil en esas circunstancias− motivación.
La voz de quienes cuando se escapa un tren ya están buscando coger otro, u otro… apretando los dientes y sin perderse en lamentos estériles a pie de andén. Porque tienen claro que los años arrugan la piel, pero renunciar a la esperanza marchita el alma. Y ese es un lujo que no pueden permitirse, si es que pudieran alguno…
A todas esas personas, tú como yo, las queremos, las necesitamos entre nuestros mayores activos.
Comenzaba hablándote del texto que vi publicado en LinkedIn. Concluía el mismo, y así finalizo yo, con esta frase: Comparte y dale a me gusta si crees que todos valemos.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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