Quizá tenemos que aprender a querer más a la gente como es, a respetarla y admirarla en su peculiaridad, en su diversidad, en sus diferencias con nosotros…
De repente, descubres una historia sorprendente y desconocida. Te asombras y te preguntas cómo algo así ha podido pasar oculto durante tanto tiempo. Es quizá la sensación después de ver The Imitation Game, sobre la tremenda historia del matemático y criptólogo británico Alan Turing, cuya misión fue descifrar los códigos secretos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Los nazis contaban con una máquina llamada “Enigma” para codificar los mensajes secretos con que dirigían sus operaciones militares. Alan Turing recibe en Londres el encargo de descifrar ese código liderando un pintoresco equipo de expertos en criptografía, matemáticos, lingüistas e incluso un campeón de ajedrez. El éxito final de la misión, y la inteligente gestión posterior de ese logro, permitió a los aliados anticiparse a muchas operaciones del ejército de Hitler y así ganar la guerra. Se estima que gracias a Turing la guerra terminó dos años antes y se salvaron catorce millones de vidas. Además, el prodigioso ingenio que construyó sirvió para sentar las bases de lo que después sería la informática.
El motivo por el que esta historia es conocida desde hace relativamente poco es porque toda ella ha sido un secreto de estado celosamente guardado durante cincuenta años. Es una película bélica vista desde la retaguardia, que retrata tanto lo que ocurría detrás del frente como, sobre todo, la conflictiva personalidad del protagonista y los complejos procesos por los que finalmente se producen los grandes avances de la ciencia o los grandes cambios de la historia. Turing se presenta como un genio antisocial e incomprendido, perdido en un mundo al que presta un valiosísimo servicio pero que le acaba destruyendo. Y hay una frase, repetida en varios momentos, que resume el mensaje que se quiere resaltar: «a veces son aquellos que no te imaginas, quienes hacen aquello que nadie puede imaginar».
Quizá estamos acostumbrados a historias que recorren la biografía de una celebridad señalando sus habilidades, ya desde la infancia, como si estuviera predestinado, mostrando sus logros como un chispazo genial, siempre lleno de inspiración, que supera grandes dificultades y al final triunfa y es reconocido por todos. Pero muchas veces no es así. Y son personas desconocidas, con un carácter difícil, personas quizá nada normales, con una genialidad que nadie reconoce, incluso que ellas mismas desearían ser más normales pero no lo son, y resulta que son precisamente esas personas que nadie imagina las que son capaces de hacer grandes cosas, cosas que nadie podía imaginar.
Así lo resume Joan Clarke en un diálogo final con Alan Turing: «Nadie normal podría haber hecho eso. ¿Sabes? Esta mañana… yo estaba en un tren que pasó por una ciudad que no existiría… si no fuera por ti. Compré un billete a un hombre… que probablemente estaría muerto, si no fuera por ti. He leído luego… que hay todo un nuevo campo de investigación científica… que existe gracias a ti. Ahora, si lo quisieras, podrías haber sido normal… Te puedo prometer que yo no. El mundo es un lugar infinitamente mejor… precisamente, porque tú no lo fuiste. Yo creo que… a veces es la gente… de la que nadie imagina nada… son quienes hacen las cosas que nadie puede imaginar».
Quizá efectivamente solemos ansiar una normalidad, en nosotros o en los demás, que es una normalidad más o menos buena o deseable, pero es cierto que, muchas veces, es la gente que se aleja de esos estándares quienes luego son capaces de hacer lo que otros nunca habrían logrado. Quizá juzgamos y valoramos a las personas por cuestiones y aspectos que, luego, con una perspectiva mayor, se demuestran un error de apreciación. Quizá tenemos que aprender a querer más a la gente como es, a respetarla y admirarla en su peculiaridad, en su diversidad, en sus diferencias con nosotros, o en sus diferencias con lo que nos gusta a nosotros. Quizá tenemos que ser más agradecidos y más justos con el esfuerzo de cada uno por hacer el mundo un poco mejor, aunque se salga de los estándares que nosotros consideramos normales. También con eso podemos hacer este planeta más humano y más habitable.