Stephen Curry, el mejor jugador de la temporada en la NBA, ha firmado por la marca ‘Under Armour’, la cual tiene previsto colocar la frase “puedo hacerlo todo” en su calzado deportivo
El origen de la misma procede del versículo de los Filipenses 4:13; “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Se trata del pasaje de la Biblia preferido de Stephen Curry, tal y como el propio jugador ha reconocido.
Fernando San Emeterio, medallista olímpico con la selección española de baloncesto, al tener conocimiento de este hecho, ha enviado un mensaje a la gran estrella americana con el siguiente texto: “Oye Curry…, ¿todo el mundo con tus zapatillas puede hacer eso? Yo las tengo”. Presentando serias dudas a que con sólo calzar la marca del astro americano se pueda llegar en la cancha a sus mismas cotas de virtuosismo.
Quizás el alero español, a la hora de lanzar sus pensamientos a las redes sociales, puso únicamente su atención en la inscripción de las zapatillas de Curry y, por las mismas, no pudo evitar un tono de cierto sarcasmo en su comentario, pues el “todo lo puedo” conduce casi tautológicamente a afirmar que uno es capaz de lograr cualquier cosa que se le ponga por delante. Si así fuera, esta noticia no habría sido más que una gota dentro del inmenso océano del optimismo antropológico en el que navegan muchos de nuestros conciudadanos que, al abrigo del envenenado aforismo de “querer es poder”, confían en el voluntarismo para alcanzar cualquier puerto remoto. Estaríamos hablando, por tanto, de una muestra de arrogancia y soberbia del jugador de los Warriors. Un exhibicionismo anclado en un impúdico complejo de superioridad que, en definitiva, no consiste más que en la manifestación de un sentimiento de inferioridad disfrazado.
Pero este no es el caso del testimonio de Stephen Curry, sus declaraciones apuntaban a la Carta de los Filipenses, al hecho de que es Dios el que nos hace poder y querer. Con la fuerza del Espíritu Santo recibimos la vida de Dios que Cristo vino a comunicarnos. Muchas veces nos sentimos débiles, pero esto nunca debe ser una excusa para que abandonemos la vocación que Dios nos ha dado en nuestra vida, sea el matrimonio, la vida consagrada, la soltería, el sacerdocio o, como en el caso de San Emeterio, el jugar en la selección española de baloncesto, aunque nunca llegue a conseguir el récord en el concurso de triples o de jugadas más espectaculares en el All Star americano.
Muchas veces esos momentos débiles que aparecen en el camino de nuestra vocación son especialmente intensos. El hombre, tarde o temprano, constata que sin Cristo no puede nada, especialmente en lo que se refiere a nuestra vida espiritual. Son periodos de nuestra existencia en los que, por diferentes causas, nos sentimos fatigados y cansados de tanto luchar. Fases de agotamiento moral en las que uno está tentado a pensar que la moral cristiana es impracticable y que no hay solución. Dom André Louf, un antiguo abad del monasterio trapense de Mont-des-Cats, en el norte de Francia, ha denominado a esta situación con el apelativo de ascesis de la debilidad.
De esta etapa de intensiva ascesis no vale salir en falso o de cualquier manera, tal y como hizo Lutero, según nos reseña Jean Lafrance, cuando “al enfrentarse con las exigencias morales; se zafó de las mismas, afirmando que las obras no tienen ninguna importancia con tal de que se tenga fe. Se olvidó de que Jesucristo podía sacarle de esa situación y hacer posible lo que era imposible, a saber: obedecer las exigencias del Evangelio y de la moral”. De la misma forma que Dios hizo posible la victoria de Gedeón, guerrero del Antiguo Israel, después de haberle mermado su ejército a un exiguo número de 300 soldados frente a los 135.000 de su enemigo, muestra que las victorias sólo son de Él, que Dios somete, a menudo, a sus hijos a estos procesos de ascesis de debilidad para aumentarles la fe y el deseo de permanecer en el camino de la conversión.
Walter J. Ciszek describe en sus memorias “Caminando por valles oscuros” lo que es un ejemplo palmario de esta situación. Este jesuita norteamericano de origen polaco, que se ofreció voluntario para evangelizar la Unión Soviética, nos narra en su autobiografía cómo Dios, en su providencia, no deja vivir en paz a los hombres hasta la crisis en el corazón que, antes o después, los convierte. “Hasta que no perdí por completo la esperanza en mis propias fuerzas y capacidades, hasta que mis fuerzas no entraron definitivamente en bancarrota, no me rendí. Sólo puedo llamar a esto una experiencia de conversión”.
En cierta manera, salvando las enormes distancias y circunstancias del misionero jesuita que hoy se encuentra en proceso de canonización, ésta fue también la experiencia de ascesis de la debilidad que experimentó Stephen Curry cuando sus importantes lesiones, al principio de su carrera, estuvieron a punto de dar al traste con ella. “Esto me llevó, afirmaba el jugador más valorado de la Liga de Baloncesto Americano, a un acercamiento a Cristo y a predicar con cada canasta que meto. De esta manera uso el regalo que Él me ha dado de manera correcta”. Así lo ratificaba también su compatriota Clint Dempsey, una de las máximas estrellas del balompié americano (soccer), en una de sus declaraciones: “Dios da fuerzas incluso cuando las circunstancias parecen imposibles”. Y, con seguridad, muchos de nosotros también podríamos certificar lo mismo si repasamos con detenimiento momentos de nuestras vidas en los cuales nos hemos visto desarbolados por los acontecimientos y nuestra confianza plena en Dios ha servido para salir de ellos fortificados.
Si dejamos que Dios obre en nosotros, cada uno puede alcanzar en su vocación y en la misión que Dios le ha preparado una superioridad tan apabullante como la que están demostrando estas estrellas del deporte americano en sus respectivos campos. “Con Dios no hay posibilidad de fracaso, y de esta persuasión nace el santo complejo de superioridad para afrontar las tareas con espíritu de vencedores, porque nos concede Dios su fortaleza” (San Josemaría Escrivá de Balaguer).
“Sin Ti no puedo nada”. En esta escueta sentencia reside el complejo de superioridad de todo cristiano. Con la fuerza de Dios podemos todo lo que Él ha dispuesto para nosotros. A fin de cuentas; ¿qué es el hombre, más que “un pobre que necesita pedir todo a Dios” (Cura de Ars)? Nosotros, al igual que hace Stephen Curry cada vez que encesta detrás de la línea de tres puntos, podemos también golpearnos el pecho y levantar el dedo índice señalando al cielo en señal de agradecimiento. Nuestro “triple” consiste en cumplir la voluntad de Dios.