¿Es verdad, como dicen algunos, que ya con este Papa las Nulidades matrimoniales son para todos, y para todos gratis?
Estamos en el Año Santo de la Misericordia. Una buena ocasión para adentrarnos en una mejor y más estrecha unión con Dios −su nombre es Misericordia, nos dice el Papa Francisco− y con su Madre bendita, que tiene un Corazón Dulcísimo... Dulzura tan unida a que experimentemos la Misericordia...
De mi materia, las Nulidades matrimoniales, el Papa Francisco nos dice que son la periferia de la existencia, una de las varias periferias de la existencia para el que la sufre... A las que no hay que descartar, desechar, dejar de lado...
El Papa anima a que los Procedimientos de las Nulidades matrimoniales sean más ágiles y más sencillos. Pero ¿es verdad, como dicen algunos, que ya con este Papa Francisco las Nulidades matrimoniales son para todos, y para todos gratis? Me preguntan. Y contesto: no, para todos no. Para el que tenga causa de nulidad y la pueda probar.
Ante situaciones matrimoniales irregulares, tales como casado canónicamente y después divorciado y casado civilmente con 20 años de feliz matrimonio civil, como me decía uno... Yo diría: ánimo, en el Año Santo de la Misericordia arregla tu vida, que se puede.
El Papa en el ángelus del domingo 7 de febrero de 2016 ha dicho sobre la Misericordia:
El Evangelio de este domingo cuenta −en la redacción de san Lucas− la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5,1-11). El hecho sucede en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo sin pescar nada, están lavando y preparando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, Simón, llamado Pedro, le pide separarse un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la gente que se había reunido numerosa. Cuando terminó de hablar, le dice a Pedro que se adentre en el lago para echar redes. Simón ya había conocido a Jesús y experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que responde: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes” (v. 5). Y su fe no queda decepcionada: de hecho, las redes se llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían (cfr v. 6).
Frente a este evento extraordinario, los pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (v. 8). Ese signo prodigioso le convenció de que Jesús no es solo un maestro formidable, cuya palabra es realmente poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y tal presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo.
La respuesta de Jesús a Simón Pedro es tranquilizadora y decidida: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (v. 10). Y de nuevo el pescador de Galilea, poniendo su confianza en esta palabra, deja todo y sigue a Aquel que se ha convertido en su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, compañeros de trabajo de Simón. Esta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, “pescar” a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para restituir a todos la plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno pueda encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida.
Y aquí de forma particular pienso en los confesores, son los primeros en tener que dar la misericordia del Padre siguiendo el ejemplo de Jesús. Como han hecho los dos monjes santos, padre Leopoldo y padre Pío.
El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos fiarnos verdaderamente de la palabra del Señor? ¿O nos dejamos desanimar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos frente al Señor y abatidos por los propios errores, diciéndoles las mismas palabras de Jesús: “No temas”. Es más grande la misericordia del Padre que tus pecados. Es más grande. No temas. Que la Virgen María nos ayude a comprender cada vez más que ser discípulo significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos.
* * *
André-Joseph Léonard, que fue Arzobispo de Malinas Bruselas, dijo sobre la Misericordia:
“Constato que el método del Papa Francisco empieza a tocar a numerosas personas. Pero para muchos, esto exigirá un enfoque que aclare las conciencias. Pues la misericordia supone que se tenga conciencia de la propia miseria para que el corazón de Dios acoja dicha miseria, la asuma, la tome en Él para transfigurarla y donárnosla de nuevo. La misericordia tiene sentido si somos conscientes de que la necesitamos”.
O sea, si somos conscientes de nuestros pecados; si nos arrepentimos del mal que hemos hecho y, arrodillados ante Cristo crucificado le pedimos perdón, y le agradecemos su Misericordia. Entonces le daremos a Dios la alegría de poder ser verdaderamente Misericordioso con nosotros (Ernesto Juliá).
Ánimo, enderecemos nuestra vida en el Año Santo de la Misericordia, cada cual en lo suyo, que es ocasión privilegiada.
Rosa Corazón
Abogada del Tribunal de la Rota y de Tribunales Eclesiásticos de España
Doctora en Derecho, con Doctorado Europeo
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