Sabemos que la paz no es sólo ausencia de guerra o de discordias y fruto de pactos o tratados políticos
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La paz vendrá cuando todos los hombres se decidan sinceramente a actuar siempre con una clara y contundente justicia, empapada por el amor al prójimo
El día primero de enero se celebró la Jornada Mundial por la Paz. Cuando comienza un nuevo año todos nos deseamos paz, felicidad y bienestar, y por este motivo los cristianos festejan esta Jornada de la Paz. Ahora bien, ¿la queremos sincera e íntegramente? ¿Somos capaces de crear las condiciones para lograrla a nivel personal y colectivo? ¿O nos encontramos demasiado limitados por nuestros egoísmos, resentimientos, recuerdos y enemistades seculares? Nuestras debilidades nos incapacitan para el diálogo, para escuchar a los demás, y nos llevan hacia una falta de humanidad o de comprensión para saber quién y cómo es el hombre; cuál es su dignidad original.
Un inteligente poeta cristiano galés, Waldo Williams, en su conocido poema ¿"What is Man"? (¿Qué es el hombre?), escribe lo siguiente en clave un poco críptica:
«What is it to be alive? / To dwell in a great hall between narrow walls. / What is it to recognize? To find a single root beneath all the branches. / What is it to have faith? / To stay still at the hearth until we are ready to receive our guest. / What is it to forgive? / To find a way through the thorn, to stand alongside our old enemy».
«¿Qué significa estar vivos? Vivir en una gran estancia entre muros estrechos. ¿Qué quiere decir reconocer? Encontrar una única raíz bajo todas las ramas. ¿Qué significa tener fe? Permanecer quietos junto al hogar, a fin de estar preparados para recibir a nuestro invitado. ¿Qué significa perdonar? Encontrar un camino entre espinas para estar al lado de nuestro viejo enemigo».
Un hombre así puede dar y recibir la paz. La paz vendrá cuando todos los hombres se decidan sinceramente a actuar siempre con una clara y contundente justicia, empapada por el amor al prójimo.
Este año, Benedicto XVIhace un llamamiento a «educadores, padres, madres y familias, estamentos educativos, medios de comunicación, responsables políticos y sociedad en general», para espolear a la juventud —gran esperanza para el mundo— a renovar la estima «por el valor positivo de la vida, el deseo de dedicarse al bien común y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraternal», como el gran itinerario para construir un mundo de paz.
¿Quién no ha leído y meditado, más de una vez, aquellas preciosas palabras de Francisco de Asís?:
«Hazme, Señor, instrumento de vuestra paz; que donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya ofensa, lleve el perdón; donde haya discordia, lleve la unión; donde haya error, lleve la verdad; donde haya duda, lleve la fe; donde haya desesperación, lleve la esperanza; donde haya tinieblas, lleve la luz; donde haya tristeza, lleve la alegría».
En esta oración se encuentra el intenso núcleo de todo lo mencionado hasta ahora, para poder alcanzar la paz o acercarse y ser sus mensajeros e instrumentos: amor, perdón, verdad, confianza, esperanza, alegría, luz... Sabemos que la paz no es sólo ausencia de guerra o de discordias y fruto de pactos o tratados políticos. Requiere, sobre todo, diálogo constructivo, sana comprensión, reconciliación sincera; exige mansedumbre, ternura y cariño por los hermanos; quiere bondad de corazón y de mente, delicadeza e interés hacia los demás; presupone el olvido de las ofensas recibidas y purificación de la memoria; nos abre las ganas de compartir y despierta compasión con los más necesitados de ayuda material y espiritual... Y, en definitiva, un real y constante compromiso social que edifique la sociedad en el bienestar integral y en el bien común.
Nuestros tiempos —nuevos tiempos— piden nuevas actitudes; no sólo bonitas palabras sino también acción: obras, hechos, trabajos pacificadores, como hace la comunidad de Sant'Egidio, por poner un ejemplo bien evidente. Ver siempre, pues, —en cada uno de los otros— personas, seres semejantes e iguales a nosotros, rostros humanos, criaturas que necesitan un auténtico amor y no falsos o fantasiosos "sustitutivos". Los hombres poseemos una alta dignidad con una inteligencia y una voluntad libre. Nos hemos de persuadir de que ningún hombre o mujer es un extraño en el mundo de los vivientes, sino, precisamente, un ser con todas aquellas espléndidas prerrogativas que recibió como criatura humana, es decir, tal como fue querida —estimada— por su Creador.
Cualquier hombre o mujer debe aspirar a la paz personal y social; tiene derecho, como también lo tiene de confiar en verdaderos pacificadores...