A veces creo que deberíamos aprender de los esquimales y su capacidad para matizar y distinguir; sería, sin duda, el soplo de aire fresco que necesitamos
Se dice de los esquimales que tienen la capacidad para distinguir entre más de 30 tonalidades de blanco. Tiene su lógica, porque apenas ven otro color en las gélidas latitudes donde viven. Si te encuentras con un esquimal dando un paseo por el Ártico y le preguntas por dónde queda tal o cual iglú, supongo que te dirá en el idioma inuit que al lado de ése de color blanco-nieve-primavera o del otro de un tono más apagado. Tú, claro, los verás todos iguales, sin más distinción.
Algo parecido nos pasa a los varones cuando nos preguntan por el traje de la novia en una boda. “Era blanco”, nos limitamos a decir. Y, para nosotros, está perfectamente definido el vestido. “¿Pero blanco qué?”, te suele espetar la interlocutora, en caso de ser fémina. “¿Blanco, marfil, blanco roto, blanco hueso?”, prosigue. “Pues blanco”, insistimos. Y de ahí no pasamos. Yo, personalmente, sigo sin saber qué diantres es eso del blanco roto, aunque confieso que tampoco me quita el sueño.
Hay mucha gente que solo ve la vida en blanco y negro. No hay matices ni tonalidades. Y, además, sienten la irrefrenable necesidad de encasillar al resto de la humanidad en sus estrechos esquemas. Tienes que ser de izquierdas o de derechas; conservador o progresista; tolerante o intolerante; separatista o españolista, y así.
Luego, además, en el mismo paquete vienen las conclusiones precipitadas: “Si eres conservador, tienes que ser así, así y así”. Cuando protestas y dices que esa etiqueta no va contigo, no te creen; te han metido en el saco cerrado de sus prejuicios y no admiten el más mínimo matiz o diferenciación. Esto de uniformar al oponente que no piensa como tú es propio, evidentemente, de mentes simples y que raramente buscan la verdad. Tratar de argumentar con ellos es misión casi imposible.
Bajando a lo concreto de nuestra querida y atormentada España, resulta curioso ver que si pones alguna objeción a las ocurrencias de Podemos, de la CUP o de ERC, necesariamente estás siendo condescendiente con la corrupción de PP y PSOE. Si defiendes la unidad de España, te cae inmediatamente el sambenito de facha y franquista. Si eres favorable a la iniciativa privada, te conviertes en un enemigo acérrimo de lo público. Si te parece bien que la gente vaya a los toros, aunque a ti no te interesen especialmente, eres cómplice del asesinato de animales. Si eres partidario de que exista la escuela concertada, al momento pasas a ser sospechoso de querer demoler la educación estatal. La lista es casi interminable. Es el pensamiento sin matices, sin profundidad; un pensamiento cocinado a base de consignas y emociones.
En nuestra querida y atormentada España resulta demasiado habitual encontrarse esta actitud. Muchos agachan las orejas ante estos inquisidores modernos y prefieren vivir poniéndose de perfil. Otros preferimos hacer poco caso a estos encasilladores de personas, que no son capaces de salir de las coordenadas de sus prejuicios.
A veces creo que deberíamos aprender de los esquimales y su capacidad para matizar y distinguir. ¿Se imaginan a unos cuantos de ellos en el Congreso de los Diputados enseñando a nuestros políticos? Sería, sin duda, el soplo de aire fresco que necesitamos.