En su Audiencia general el Santo Padre propuso a la atención de los fieles el tema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
Queridos hermanos y hermanas:
El texto de la primera carta de san Pedro que hemos escuchado, centra la reflexión de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos. En él, el Apóstol se dirige a la primera generación de fieles para que tomen conciencia del don que han recibido por el bautismo. Del mismo modo, todos nosotros, durante esta Semana de Oración, estamos llamados a redescubrir nuestro bautismo, y a hacerlo juntos todos los cristianos, católicos, protestantes y ortodoxos, dejando atrás lo que nos divide.
Compartir el Bautismo significa que todos somos pecadores y que necesitamos la salvación que Dios nos ofrece, todos experimentamos la misma llamada a salir de las tinieblas e ir al encuentro de Dios lleno de misericordia. Precisamente en el bautismo, nos sumergimos en la fuente de la misericordia y de la esperanza, de la que nadie está excluido, esta experiencia de gracia crea un vínculo indisoluble entre los bautizados, de modo que nos consideremos realmente hermanos y miembros de un solo pueblo de Dios, capaz de anunciar las maravillas que él ha obrado a partir del testimonio sencillo y fraterno de la unidad, así como del compromiso mutuo de poner en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales, realizando así nuestra común misión de transmitir a los otros la misericordia recibida, empezando por los pobres y abandonados.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. En esta Semana de Oración pidamos que todos los discípulos de Cristo encontremos el modo de colaborar juntos para llevar la misericordia del Padre a cada rincón de la tierra. Que Dios los bendiga.
Hemos escuchado el texto bíblico que este año guía la reflexión en la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, que va del 18 al 25 de enero: esta semana. Dicho texto inspirado en la Primera Carta de san Pedro[1] fue elegido por un grupo ecuménico de Letonia, encargado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias y por el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos.
En el centro de la catedral luterana de Riga hay una pila bautismal que se remonta al siglo XII, cuando Letonia fue evangelizada por san Mainardo. Esa pila es señal elocuente de un origen de fe reconocida por todos los cristianos de Letonia, católicos, luteranos y ortodoxos. Ese origen es nuestro Bautismo común. El Concilio Vaticano II afirma que «el bautismo constituye un poderoso vínculo sacramental de unidad entre todos los que con él se han regenerado» (Unitatis redintegratio, 22). La Primera Carta de Pedro se dirige a la primera generación de cristianos para hacerles conscientes del don recibido con el Bautismo y de las exigencias que comporta. También nosotros, en esta Semana de Oración, estamos invitados a redescubrir todo eso, y hacerlo juntos, yendo más allá de nuestras divisiones.
Compartir el Bautismo significa, sobre todo, que todos somos pecadores y necesitamos ser salvados, redimidos, liberados del mal. Este es el aspecto negativo, que la Primera Carta de Pedro llama «tinieblas» cuando dice: «[Dios] os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,9). Esta es la experiencia de la muerte, que Cristo hizo propia, que se simboliza en el Bautismo al ser sumergidos en el agua, y le sigue el emerger, símbolo de la resurrección a la nueva vida en Cristo.
Cuando los cristianos decimos que compartimos un solo Bautismo, afirmamos que todos −católicos, protestantes y ortodoxos− compartimos la experiencia de ser llamados de las tinieblas implacables y enajenantes al encuentro con el Dios vivo, lleno de misericordia. Todos, desgraciadamente, experimentamos el egoísmo, que genera división, cerrazón, desprecio. Recomenzar del Bautismo quiere decir volver a la fuente de la misericordia, fuente de esperanza para todos, porque ninguno está excluido de la misericordia de Dios.
Compartir esta gracia crea un vínculo indisoluble entre los cristianos, de tal modo que, en virtud del Bautismo, podemos considerarnos todos realmente hermanos. Somos realmente pueblo santo de Dios, aunque, a causa de nuestros pecados, no seamos aún un pueblo plenamente unido. La misericordia de Dios, que actúa en el Bautismo, es más fuerte que nuestras divisiones.
En la medida en que acojamos la gracia de la misericordia, cada vez seremos más plenamente pueblo de Dios, y también seremos capaces de anunciar a todos sus obras maravillosas, precisamente a partir de un sencillo y fraterno testimonio de unidad. Los cristianos podemos anunciar a todos la fuerza del Evangelio, comprometiéndonos a compartir las obras de misericordia corporales y espirituales. Y ese es un testimonio concreto de unidad entre los cristianos: protestantes, ortodoxos, católicos.
En conclusión, queridos hermanos y hermanas, todos los cristianos, por la gracia del Bautismo, hemos obtenido misericordia de Dios y hemos sido acogidos en su pueblo. Todos, católicos, ortodoxos y protestantes, formamos un «sacerdocio real y una nación santa» (1Pe 2,9). Esto significa que tenemos una misión común, que es la de trasmitir la misericordia recibida a los demás, partiendo de los más pobres y abandonados. Durante esta Semana de Oración, pidamos para que todos los discípulos de Cristo encontremos el modo de colaborar juntos para llevar la misericordia del Padre a todas los rincones de la tierra.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Llamados para anunciar a todos las obras maravillosas de Dios (cfr. 1Pe 2,9) (ndt).
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