En la primera carta del año 2016, el Prelado del Opus Dei habla de la Virgen, de la necesidad de hacer examen de conciencia y del Jubileo de la Misericordia que prosigue en la Iglesia
Manifiesta Mons. Javier Echevarría su gozo, coincidiendo la fecha de su Carta pastoral con la solemnidad de Santa María Madre de Dios: Nos causa una enorme alegría confesar nuestra fe en la Maternidad divina de María, raíz de los demás privilegios con los que la Trinidad adornó a Nuestra Señora. Dios la creó inmaculada y la colmó de la gracia, para que también su cuerpo virginal estuviese como predispuesto para engendrar al Hijo de Dios en la carne. ¡Qué maravilla! −exclama−. Bien podemos decir a la Madre de Dios y Madre nuestra: ¡Más que tú, sólo Dios!1.
Después de considerar el entusiasmo de los cristianos de Éfeso, ciudad donde se celebró el Concilio ecuménico que definió este dogma, hace, con palabras de San Josemaría, una petición: Quiera Dios Nuestro Señor que esta misma fe arda en nuestros corazones, y que se alce de nuestros labios un canto de acción de gracias: porque la Trinidad Santísima, al haber elegido a María como Madre de Cristo, Hombre como nosotros, nos ha puesto a cada uno bajo su manto maternal. Es Madre de Dios y Madre nuestra.
Toma pie el Prelado de unas palabras del Santo Padre Francisco, afirmando que nos ayudan a enmarcar el año nuevo, pocas semanas después del comienzo del Jubileo. Constituyen una invitación a recorrer estos meses bajo el amparo santo de Nuestra Señora, Mater misericórdiæ, como rezamos en la Salve. Vemos a la Virgen como la criatura que con mayor abundancia ha experimentado la misericordia divina, porque acogió en su seno al Hijo unigénito de Dios, y la que mejor ha correspondido a ese derroche de amor: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Sobre la devoción a María afirma que es la mejor senda para descubrir el rostro misericordioso de nuestro Padre Dios, que resplandece en el Verbo encarnado. Es de gran importancia que abramos siempre el corazón a la misericordia divina. Una necesidad imprescindible en todo momento, pero quizá nuestro tiempo lo requiera de modo especial, y cita en este sentido unas palabras del Papa en una reciente Audiencia general: En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, para que contemplando la Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre la oscuridad del pecado, lleguemos a ser testigos más convencidos y eficaces.
Más adelante se refiere al año concluido, afirmando que resulta lógico y frecuente trazar un balance del año transcurrido y, a la luz de esa mirada, plantearse unas metas para el año sucesivo. Poniendo en el plano sobrenatural este modo de conducirse, nada más evidente que comenzar los doce próximos meses con el santo y urgente afán de renovar los deseos de identificación con Jesucristo. El mejor modo consiste en acudir a nuestra Madre: a Jesús siempre se va y se "vuelve" por María(Camino, 495), y propone formular buenos propósitos luchar por cumplirlos.
Y también, para este año un objetivo sugerido por Don Álvaro del Portillo: “rellenar este libro en blanco, que hoy se abre, con el primor y la delicadeza que se ponía en la Edad Media para miniar aquellos pergaminos, que son una preciosidad, haciendo una caligrafía perfecta, sin borrones. Y como habrá manchas −porque todos tenemos la naturaleza caída, y estamos llenos de miserias−, que no nos falte la valentía de reconocerlas como tales, para suprimirlas. ¿Y cómo las borraremos? Con la humildad y acudiendo al sacramento de la Penitencia”.
Buscar remedio a nuestras faltas –continua− es una tarea de amor. Por eso hemos de aprovechar un medio muy necesario —indispensable— que es el examen de conciencia. Sugiere hacerlo con constancia cotidiana, invocando al Espíritu Santo para que nos conceda su luz, y terminar con un acto de dolor y algún propósito concreto para la jornada siguiente. De este modo, enderezaremos el rumbo de nuestra conducta, y borraremos con actos de contrición las manchas que podamos haber estampado en el libro de nuestra vida.
Al concluir su Carta, el Prelado pide oraciones para que muchas almas se beneficien de la indulgencia jubilar en este Año de la misericordia, acudiendo antes a recibir el perdón de Dios en la Penitencia, y también por sus intenciones:la Iglesia, el Papa y sus colaboradores, la paz del mundo, todas las almas. Y, para esto, recurramos a la intercesión de la Madre de Dios. Pidámosle que “la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios” (Misericordiæ Vultus n. 24).