El Santo Padre meditó durante la audiencia general sobre la costumbre de poner un Nacimiento en las casas durante la Navidad e invitó a reflexionar sobre las enseñanzas del Niño Jesús
Queridos hermanos y hermanas:
En estos días de Navidad, contemplamos al Niño Jesús, reviviendo en nuestros corazones el misterio de la Encarnación con gestos sencillos y tradicionales, como poner el pesebre en nuestras casas.
Esta devoción al Niño Jesús nos permite meditar, siguiendo el ejemplo de la Virgen María, la humildad de Dios, que se hace pequeño por nosotros.
A pesar de que sabemos poco de la infancia de Jesús, podemos aprender mucho de Él mirando a los niños. También Jesús quiere que lo estrechemos en nuestros brazos, que le demostremos nuestro amor, nuestro interés. Que abandonemos nuestra pretensión de autonomía y acojamos la verdadera forma de la libertad, que consiste en reconocer y servir a quien tenemos delante. Él ha venido a revelarnos el rostro del Padre, rico en misericordia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Veo que hay muchos mexicanos por allí.
Acojamos al Señor en nuestros corazones, demostrémosle nuestro amor y el gozo de saber que Él siempre está en medio de nosotros. Muchas gracias.
En estos días navideños tenemos delante al Niño Jesús. Estoy seguro de que en nuestras casas todavía muchas familias han hecho el belén, continuando esta bonita tradición que se remonta a san Francisco de Asís y mantiene vivo en nuestros corazones el misterio de Dios que se hace hombre.
La devoción al Niño Jesús está muy difundida. Muchos santos y santas la han cultivado en su oración diaria, y han deseado modelar su vida con la del Niño Jesús. Pienso, en particular en santa Teresa de Lisieux, que como monja carmelita llevó el nombre de Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro. Ella −que también es Doctora de la Iglesia− supo vivir y dar testimonio de esa “infancia espiritual” que se asimila precisamente meditando, en la escuela de la Virgen María, la humildad de Dios que se hizo pequeño por nosotros. Y esto es un misterio grande: ¡Dios es humilde! Nosotros, que somos orgullosos, llenos de vanidad y nos creemos gran cosa, ¡no somos nada! Él, el grande, es humilde y se hace Niño. ¡Esto es un verdadero misterio! Dios es humilde. ¡Esto es bonito!
Hubo un tiempo en que, en la Persona divino-humana de Cristo, Dios fue un niño, y esto debe tener su significado peculiar para nuestra fe. Es verdad que su muerte en la cruz y su resurrección son la máxima expresión de su amor redentor, pero no olvidemos que toda su vida terrena es revelación y enseñanza. Durante el periodo navideño recordamos su infancia. Para crecer en la fe necesitamos contemplar más a menudo a Jesús Niño. Es cierto que no conocemos nada de este periodo suyo. Las pocas indicaciones que poseemos hacen referencia a la imposición del nombre ocho días después de su nacimiento y a la presentación en el Templo (cfr. Lc 2,21-28); y la visita de los Magos con la consiguiente huida a Egipto (cfr. Mt 2,1-23). Luego, hay un gran salto hasta los doce años, cuando con María y José va de peregrinación a Jerusalén para la Pascua, y en vez de volver con sus padres se queda en el Templo hablando con los doctores de la ley.
Como se ve, sabemos poco de Jesús Niño, pero podemos aprender mucho de Él si miramos la vida de los niños. Es una bonita costumbre que tienen los padres y los abuelos, la de mirar a los niños y ver lo que hacen.
Descubrimos, en primer lugar, que los niños quieren nuestra atención. Deben estar en el centro, ¿por qué? ¿Porque son orgullosos? ¡No! Porque necesitan sentirse protegidos. También para nosotros es necesario poner a Jesús en el centro de nuestra vida y saber, aunque pueda parecer paradójico, que tenemos la responsabilidad de protegerlo. Él quiere estar entre nuestros brazos, desea ser cuidado y poder fijar su mirada en la nuestra.
Además, hacer sonreír a Jesús Niño para demostrarle nuestro amor y nuestra alegría, porque está entre nosotros. Su sonrisa es señal del amor que nos da la certeza de ser amados. A los niños, finalmente, les gusta jugar. Pero hacer jugar a un niño significa abandonar nuestra lógica para entrar en la suya. Si queremos que se divierta un niño es necesario comprender qué le gusta a él, y no ser egoístas ni hacerles hacer las cosas que nos gustan a nosotros. Es una enseñanza para nosotros.
Delante de Jesús estamos llamados a abandonar nuestra pretensión de autonomía −y este es el núcleo del problema: nuestra pretensión de autonomía−, para acoger en cambio la verdadera forma de libertad, que consiste en conocer a quién tenemos delante y servirlo. Él, niño, es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Vino a nosotros para mostrarnos el rostro del Padre rico de amor y de misericordia. Estrechemos, pues, entre nuestros brazos al Niño Jesús, pongámonos a su servicio: Él es fuente de amor y serenidad. Y será bonito que, hoy, cuando volvamos a casa, nos acercarnos al belén y besemos al Niño Jesús, y decirle: “Jesús, quiero ser humilde como tú, humilde como Dios”. Pedirle esa gracia.
Invito a rezar por las víctimas de las calamidades que en estos días han afectado a Estados Unidos, Gran Bretaña y América del Sur, especialmente Paraguay, causando desgraciadamente víctimas, muchos desplazados e ingentes daños. Que el Seños dé consuelo a aquellas poblaciones, y la solidaridad fraterna les socorra en sus necesidades.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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