La Misericordia nos permite volver a la amistad con Dios, el fin originario con el que nos pensó
Un año más, en la sesión de diciembre del Women’s lobby invitamos al Dr. Joan Costa (os dejo el vídeo al final del post). En esta ocasión, intentando casar el final del año internacional de la Mujer (según la ONU) con el inicio del año de la Misericordia del Papa Francisco, le pedimos que disertara sobre ambas realidades. Comenzó la sesión con una pregunta: en qué se diferencian el amor y la misericordia? Y explicó los distintos tipos de amor según diversos autores. La misericordia es el amor entre desiguales, el que está en desventaja conmigo bien por su debilidad física, por su carencia material, porque está en deuda conmigo, porque me ha herido… El amor entre desiguales es el amor propio de la misericordia. No el que mira por encima del hombro, sino todo lo contrario.
Es el amor que se abaja, poniéndonos a la altura del otro para levantarlo a nuestra altura. Es un amor que siempre enaltece al otro, un amor que le levanta. Es el amor que Dios tiene con la humanidad, porque hay una distancia infinita entre él y sus criaturas. ¿Y el amor entre esposos? Al casarse es entre iguales, pero después…
La grandiosidad de la misericordia es hacerse vulnerable y es lo que ha hecho Dios: hacerse pequeño, hacerse vulnerable en Cristo para levantarnos y hacernos familia suya, hacernos formar parte de su naturaleza divina y de su hogar. Cristo es el rostro de la misericordia de Dios Padre. Y nosotros estamos hechos a imagen y semejanza de Cristo… Ergo, nuestra manera de vivir (de pensar, de sentir, de actuar) tiene que reflejar el modelo. Por eso, cuando no vivimos la misericordia, no vivimos la verdad como Dios nos ha pensado.
La misericordia es la ley fundamental de nuestro vivir en la tierra. También la economía, la política, la vida cultural… Si no manifiesta la dinámica amorosa, misericordiosa, no refleja la verdad como Dios nos ha pensado. No es una opción de algunas personas, sino la ley fundamental de nuestro vivir. Y es condición sine qua non para nuestra salvación. Nadie podría llegar al Cielo sin que Cristo se hubiera hecho hombre. Nos permite volver a la amistad con Dios, el fin originario con el que nos pensó. Ese es nuestro destino: formar parte de su intimidad aquí y en la eternidad. La verdad del hombre y nuestro verdadero hogar es el corazón de Dios Trinidad.
Como decía Juan Pablo II en Kazaquistán, “somos un latido del corazón de Dios”. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Sentirse queridos es lo que más levanta el corazón humano. La gente no se siente querida, por eso los libros de autoayuda están tan buscados…
Este año santo la Iglesia invita a pasar la Puerta Santa, que significa aceptar en nuestro corazón el don que Dios nos hace de sí mismo, de su ternura, de su perdón. Es aceptar el regalazo de Dios.
Es propio de Dios el amor de misericordia y especialmente en ella se manifiesta su omnipotencia. Los dioses del mundo romano y griego eran dioses omnipotentes, pero por serlo no eran susceptibles de ser vulnerables, ni tenían carencias. Para un filósofo griego o creyente romano no existía la virtud de la humildad, ni cabía en su mente que un Dios pudiera ser vulnerable.
¿Cuál es más omnipotente? El que no es capaz de hacerse vulnerable o el que es capaz de hacerse vulnerable? ¿Cuál es más poderoso? El que es capaz de romper la Omnipotencia de los griegos y romanos…
Al hacerse pequeño es donde se manifiesta verdaderamente su grandeza. El amor es el que nos hace grandes, pero al mismo tiempo tremendamente vulnerables y sensibles.
La no correspondencia en el amor es lo que más hiere al ser humano. Por eso la gente está tan destrozada, porque no se siente querida. Dios se ha hecho vulnerable, se ha hecho niño, capaz de ser maltratado. Se ha hecho amoroso capaz de recibir nuestros desamores. Y ahí es donde se muestra su grandeza.
Y si estamos hechos a imagen de Dios… a eso se llama servir, hacerse pequeño, decir te necesito… Sin ti me falta algo, si no me quieres, yo no soy yo.
¿Cómo ama Dios? ¿Por qué la misericordia tiene nombre de mujer? Hay dos etimologías de la palabra. La raíz latina, de miserias y corazón: tú dame tu miseria que yo te doy mi corazón, y así te engrandezco, te quito tu miseria y te doy mi vida.
Y la raíz aramea, del mundo hebreo, donde se dice que Dios ama con entrañas de misericordia. Dios también es madre. Toda paternidad y maternidad encuentran en Dios su fuente y su ejemplo.
En Él se dan ambas. Cuando se explica en la Biblia que Dios nos quiere con amor (entrañas) de misericordia, la palabra exacta que se utiliza en hebreo sería “con amor de matriz”. En la matriz el pequeño es protegido, custodiado, alimentado… Es así como Dios nos quiere a cada uno. Un amor en el que te puedes sentir seguro.
Adán descubre que su vocación es amar cuando le dan a Eva y entonces tuvo que aprender que es amar. Dios hace a la mujer femenina. Y la feminidad está toda ella pensada desde lo afectivo y hormonal en función de la maternidad. Toda mujer está diseñada por Dios para hacer posible la acogida de una vida humana. Aunque no hayan escogido nada de ese bebé, le quieren incondicionalmente. Una madre no desnaturalizada entiende que ese nuevo ser cabe en su cuerpo y en su corazón y le quiere como es. Amar es acogerte tal y como eres por ti mismo, no porque respondes a mis expectativas, porque eres como a mí me gustas, no.
La maternidad es la gran lección para aprender a querer. No sé cómo eres, pero cabes en mi cuerpo, te custodio y me erijo en tu promotor. Voy a sacar de ti lo mejor de ti mismo. Te voy a alimentar nueve meses y después te educaré. Eso es amar. La feminidad es la gran lección vital para que la humanidad pueda aprender a amar. Por eso cuando una mujer es una egoísta que deja de amar, lo estropea todo, porque incapacita a lo humano (marido, hijos, padres, ambiente…) para aprender esa gran lección que nos hace verdaderamente humanos.
Por eso la misericordia tiene nombre de mujer. Así nos ama Dios y así nos ama Jesús.
El lema pontificio del Papa Francisco es “Miserando atque eligendo”, y lo recoge de cuando Jesús mira con misericordia a Mateo que era un publicano (vendido a los romanos), eran de la peor calaña, y le elige para formar parte de los suyos, de su hogar, de su iglesia, de los que le van ayudar a tirar todo adelante.
Una de las manifestaciones de la misericordia es el perdón. ¿Sirvo o me sirvo? Si no perdono, quiere decir que no te amaba de modo incondicional. Hay un límite de ti que ya no quiero, por tanto, no te quiero por ti mismo, sino por lo que me era útil de ti o lo que me gustaba. ¿Puede Dios dejar de perdonar? No, sería contradictorio con su esencia que es el amor, dejaría de ser Dios. El único pecado que dice Jesús que Dios no perdona es el pecado contra el Espíritu Santo. Para que el perdón llegue a su término, el perdón tiene que ser acogido. Hasta que el mal es reconocido y el perdón es acogido, ese problema, aunque uno esté dispuesto a perdonarlo, ese problema no se arregla, porque solo el perdón acogido aniquila el mal.
El pecado contra el Espíritu Santo es que ante el perdón incondicional por parte de Dios, por nuestra parte o no reconocemos el mal o no le quiero pedir perdón por el mal que reconozco. No puede ser perdonado, porque el perdón no es acogido por nuestra parte. Es lo único que nos cierra las puertas del Cielo. Dios te ofrece “¿quieres vivir conmigo para siempre?” Si le decimos que no, como él no puede negar nuestra libertad, tiene las manos atadas. “He hecho todas las locuras para traerte conmigo, he pagado todo el mal que tú has hecho, te he llamado a mi intimidad, te dicho que me importas… ¿Quieres? ¡No! Nunca justifiques el mal por pequeño que sea, porque si se justifica, queda el mal en nuestra vida. Pero si una vez reconocido se dice lo siento y se pide perdón, aniquilado el mal desaparece y nunca más nos lo tira a la cara porque está pagado ya por El.
Si estamos hechos a imagen de Dios, la misericordia tiene que ser nuestra ley fundamental para vivir. A nivel individual y a nivel institucional, como iglesia tenemos que manifestar al mundo esa manera de ser de Dios. ¿Cómo?
Haciendo nuestro el corazón de Jesús. Hay dos grandes caminos para ello. El primero, meditando la palabra de Dios para que el Espíritu Santo moldee en nosotros el corazón de Aquel que es nuestro modelo. Hay que recuperar el valor del silencio. Para cambiar el carácter haciéndose bondadosos, el camino es hace ratos de oración, meditando la vida de Cristo para que vayamos conformando nuestro modo de vivir. El segundo camino es recorrer un peregrinaje. Ir preparando el corazón para recibir ese regalo que nos supera infinitamente. El Papa nos propone cuatro etapas: no juzgar, no condenar, perdonar y dar lo mejor de nosotros mismos. El lema de este año es “bienaventurados los compasivos porque Dios se compadecerá de ellos” y el camino son estos cuatro verbos: Disculpar, no prejuzgar, no poner malas intenciones en las acciones del otro. Se pone en práctica con las obras de misericordia (7 corporales y 7 espirituales). Por ejemplo, enseñar al que no sabe, pero corregir sin humillar.
El Papa dice que hablar de misericordia es reconocer nuestro pecado y llamar a la conversión. Para todos, tarde o temprano, llega el juicio de Dios del cual nadie puede escapar. Dios es infinitamente justo e infinitamente misericordioso. No se contraponen una y la otra. La justicia sin misericordia es cruel e inhumana. La justicia debe ser pues misericordiosa. La justicia es dar a cada uno lo suyo y ¿qué es lo propio del ser humano? Ser amado por sí mismo. Por lo tanto, la misericordia y el perdón es la plenitud de la justicia.
La misericordia sin justicia también es inhumana, porque hace peor al injusto, más irresponsable, cruel e inhumano.
En la lógica de Dios, cuando me hago pequeño, cuando pierdo, es cuando gano, porque me hago digno de ser amado y porque el otro ve que me importa su bien. Hay que rehacer cabezas y corazones con esta lógica también para hacer un mundo justo.
Pasar la Puerta Santa es recibir la indulgencia del año de la misericordia. ¿Qué es la indulgencia? Un regalo y una llamada. Es vivir la comunión de los santos. Te puedes apropiar de todo el bien de los demás, de su santidad. Tu eres mis brazos, mi corazón, mi tiempo… Y esa es la verdad del amor humano. “Lo que puedo por ti es como si lo pudiera por mí”. Por eso podemos mucho más de lo que puede uno solo. A la hora de cambiar, contamos con la fuerza de todos los demás.
Si yo no aporto mis brazos, estoy dejando de responder a muchos que cuentan con mi santidad, con mi sacrificio… Todo lo que hago tiene una impronta en el tiempo y en la eternidad. Vale la pena ver el minuto 50 del video que recoge la conferencia, explicando el ejemplo del banquete en el cielo y en el infierno. Avanti!!
Nuria Chinchilla, en blog.iese.edu/nuriachinchilla
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