Desde el principio del actuar de los cristianos, de los católicos, en toda la tierra, hemos procurado aunar la Fe y la Razón
Daniel Tirapu, en su reciente artículo en esta página, incluye una frase en la que resume, con su natural agudeza de ingenio, sus consideraciones.
“Por tanto no me conviertan en católico cualquier tema que vaya contra lo fácil o lo políticamente correcto”.
Y la refiere, lógicamente, a la respuesta que recibe cuando trata de argumentar sobre aborto, eutanasia, matrimonio indisoluble, etc., utilizando argumentos de razón. Cuando la otra parte se encuentra sin “razones” que oponerle, le dice: “Es que tú eres católico y por tanto estás intentando imponerme tus creencias desde una fe que no comparto”.
Desde el principio del actuar de los cristianos, de los católicos, en toda la tierra, hemos procurado aunar la Fe y la Razón. Conscientes de que, uno e idéntico es el Dios que nos ha creado, que ha puesto en marcha el mundo, y el que se nos ha revelado en su Hijo, Jesucristo; hemos procurado asentar todas las enseñanzas, toda la doctrina, de manera que la razón sea consciente de sus límites, y a la vez, descubra dentro de sí misma el anhelo de llegar a horizontes sólo asequibles con la luz de la Fe, que jamás es contraria a la razón, que jamás es irracional. Dios que se comunica con el hombre iluminando su inteligencia con la luz de la razón, y la Luz de la Fe.
A una pregunta sobe la encíclica Veritatis splendor, el entonces card. Ratzinger responde:
“A mi modo de ver, la creciente animosidad de algunos medios de comunicación contra la Iglesia está condicionada ante todo por el relativismo intelectual y moral. Para éste, la Iglesia es perturbadora e incluso parece ser una amenaza personal (…) Pero aunque la Iglesia fuera desplazada cada vez más de la vida pública, seguirá existiendo su misión de recordarle a Dios a toda la sociedad”.
Y prosigue:
“Una sociedad que excluye a Dios de una manera consciente y lo relega por completo a lo privado se autodestruye. Por eso, los cristianos sólo tienen la obligación frente al mundo de dar fe de Dios y, así, de mantener presentes los valores y verdades, sin los cuales a la larga no puede existir convivencia humana soportable”.
Los interlocutores del prof. Tirapu deben ser, obviamente, personas que han relegado a Dios a lo “privado”: no quieren que intervenga de alguna manera en la sociedad. Como si las relaciones humanas en la ciudad terrena las hubiéramos inventado los hombres, y quisiéramos tenerlas en exclusiva. Eso pretendieron, entre otros, Stalin, Hitler, Mao, y ahí están los resultados.
Los católicos, los cristianos, hemos introducido claramente a Dios en la historia. A veces nos hemos equivocados al hacerlo: estados confesionales; y alianzas entre trono y altar por ejemplo. Con altibajos, a lo largo de los 2.000 años de cristianismo, hemos vivido con esta obligación: hemos salvado a los gemelos que morían al nacer por considerarlos un “castigo” de alguna divinidad; hemos sostenido el matrimonio natural; hemos defendido a los concebidos-no-nacidos; hemos cuidado los enfermos de peste; hemos recogido ancianos abandonados por sus familias, etc. etc.
¿Lo hemos hecho sólo por la razón? ¿No nos ha sostenido en esta batalla nuestra Fe? Hemos hecho algo más difícil y, a la vez, más grandioso. Sabedores de la Creación del mundo por un Dios que no hace nunca nada en contra de la razón, del sentido que da a todas sus criaturas, hemos actuado siempre uniendo Fe y Razón; Razón y Fe.
“Es que tú eres católico y por tanto estás intentando imponerme las creencias desde una fe que no comparto”.
No les falta “razón”; les falta sin embargo abrir el horizonte de la inteligencia, para descubrir en la “razón”, el anhelo, la sed de la Fe.
Y por eso seguiremos “razonando” con todo el mundo, precisamente, “porque somos católicos”.
Ernesto Juliá Díaz, en religionconfidencial.com.
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