En los varones hay potencialidades que solo son capaces de sacar a la luz las mujeres de su vida, empezando por su madre
La diferencia sexuada se manifiesta en el obrar, presentándose como dos modos activos y diferentes de hacer lo mismo, que se potencian uno al otro, con dos características: una fecundidad exponencial y una capacidad de “mutuo engendramiento”. Cuando la masculinidad y la feminidad unen sus recursos en un objetivo común, se potencian y entre los dos son capaces de conseguir lo que no pueden hacer aisladamente. No sólo en la familia, también en el arte, en el deporte, en la cultura, en el trabajo, en los medios de comunicación, en la construcción de la historia. Es plástico e ilustrativo, por ejemplo, cómo en el patinaje artístico por parejas −además de la sincronización al hacer lo mismo−, cuando cada uno pone en juego lo específico, él la fuerza, ella la flexibilidad, son capaces de sorprender con sus posibilidades.
Desde la psicología se constata que las diferencias no son sólo biológicas o culturales, sino que también hay diversidades innatas en el plano psíquico y mental. En este sentido el psiquiatra suizo Jung, en su búsqueda de los arquetipos humanos y, en concreto, de los arquetipos femeninos del ánima y de la madre, constató que la psique humana es sexuada (no asexuada como afirmaron los medievales); observando además que los sexos no sólo son complementarios entre ellos sino en el interior de cada uno, al advertir que los varones tienen dentro de su psique un “anima” que, en ocasiones, tarda en desarrollarse y que si no lo hace resultan personalidades extrañas y empobrecidas.
En otras palabras, cada sexo tiende a desarrollar con más facilidad una vertiente de la naturaleza humana, pero tiene también una serie de actitudes, imprescindibles para humanizar la vida, empezando por la propia, que sólo puede desarrollar con la ayuda del otro sexo. Esta constatación es asequible a la experiencia humana ordinaria, según la cual en los varones hay potencialidades que solo son capaces de sacar a la luz las mujeres de su vida, empezando por su madre.
De ahí que, por ejemplo, de un varón que sepa querer se pueda decir que ama con corazón de padre y de madre. Y las mujeres tienen potencialidades (a las que Jung designó como “animus”), que sólo se desarrollan si son potenciadas por los hombres de su vida: su padre, sus hermanos varones, sus amigos, sus compañeros y colegas,... En esta línea ha señalado Pedro Juan Viladrich que entre varón y mujer se da una especie de “mutuo engendramiento”. La experiencia lo demuestra en cuanto al desarrollo de la personalidad, aunque luego los valores cristalicen en cada uno de modo diferente.
Blanca Castilla de Cortázar Doctora en Filosofía y Teología, de la Real Academia de Doctores de España