El Papa recordó la importancia de la fidelidad a la doctrina y la inmutabilidad de esta, pero contando con la misericordia
En el discurso de clausura del sínodo, pronunciado el pasado sábado hacia las seis de la tarde, el papa destacó que aunque los padres sinodales no han encontrado “soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan la familia”, lo más importantes es que esos desafíos “se han puesto a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra”. Francisco dijo a los obispos que el trabajo de estas semanas demuestra que “la Iglesia católica no tiene miedo a sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia”.
Palabras del papa referidas también a la sinodalidad y a la diversidad de opiniones expresadas entre los obispos: “Las distintas opiniones que se han expresado libremente −y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos− han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza “módulos impresos”, sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos”.
Francisco recordó la importancia de la fidelidad a la doctrina y la inmutabilidad de esta, pero contando con la misericordia: “Los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra, sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón”, destacó. “El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor”. Una frase que el papa explicó así: “La Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón” con un “Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia”.