VaticanInsider.LaStampa.it (Entrevista de Francesco Iacobini)
“En la sociedad plural moderna, el pensamiento secular debe aprender de la sabiduría de la que las tradiciones religiosas son custodias, pero también las tradiciones religiosas (y esto vale también para nosotros, para la Iglesia) deben aprender del pensamiento secular”
«Nosotros no pretendemos "catolizar" la cultura, más bien se trata de evangelizarla. Y este proceso no es una operación de mercadeo o de ingeniería social creada con tal propósito, no tiene la intención de manipular a las masas. Es la expresión de un deseo, que luego hay que adaptar a la realidad y, de cualquier manera y siempre, al respeto de la libertad ajena».
Monseñor Melchor Sánchez de Toca y Alameda, español, sacerdote de la Archidiócesis de Toledo, llegó a Roma poco tiempo antes del Jubileo del año 2000, tras haber cursado estudios de filosofía y teología en su patria.
En el Vaticano le pusieron inmediatamente a la prueba, con la organización del Jubileo de los Científicos, la primera manifestación de este tipo en el ámbito de los Jubileos de la Iglesia; después habría colaborado con las demás iniciativas del Consejo de la Cultura, dirigido en ese tiempo por el cardenal Paul Poupard. Posteriormente se dedicó al desarrollo del nuevo diálogo entre ciencia y fe, y desde 2007 trabaja muy cerca del cardenal Gianfracno Ravasi, que ahora dirige el dicasterio cultural de la Santa Sede.
Cuando uno conoce a Mons. Sánchez, se tiene la impresión de que posee una actitud equilibrada y de confianza con respecto al mundo y las potencialidades de la época contemporánea, sin irenismos banales pero tampoco con una cordialidad artificial; se advierte que tiene un carácter dinámico al lado de una mirada penetrante, capaz de leer con ojo atento y paciente, y, en general, una gran autenticidad.
Le pedimos que exponga el estado de la cuestión con respecto a los principales compromisos y sobre el espíritu que anima el trabajo del Pontificio Consejo de la Cultura
«En realidad, no hemos inventado nada, porque el paradigma del encuentro entre el Evangelio y la cultura fue expresado por San Pablo, basta pensar en el capítulo 4 de la Epístola a los filipenses, en donde invita a considerar profundamente todo lo que existe de bueno y verdadero», nos dice inmediatamente.
«Esto significa reconocer que más allá de las fronteras de la Iglesia no está la nada, sino realidades que son el fruto de la creatividad humana, y que hay que acoger. Esto vale no solo para la cultura griega antigua, sino para la secular y plural de la modernidad».
Claro, pero este interés y esta relación con la creatividad humana se han vuelto un poco arduos debido a la actual fragmentación del saber. ¿Cómo hay que afrontar este aspecto?
En efecto, la fragmentación del saber, así como la hiperespecialización académica, son uno de los males de nuestro tiempo. El filósofo Paul Ricoeur hablaba de “hipertrofia de los medios y una atrofia de los fines”. Sin embargo, la universidad nació justamente en el seno de la Iglesia como universitas studiorum, como una empresa colectiva del saber, contraponiéndose a la enseñanza de maestros particulares.
Hoy, esta inspiración se ha perdido, mientras la Iglesia sigue teniendo la visión del conjunto en su mismo nombre, católica, es decir abierta a todo. Creo que las universidades católicas tienen mucho que decir al respecto y pueden ofrecer un aporte original, si responden a su vocación. Y nosotros, como Pontificio Consejo de la Cultura, debemos apoyar este compromiso.
Un compromiso que está expuesto al riesgo del fracaso, sobre todo porque también la Iglesia (en la elaboración cultural o en la relación con las ciencias) a veces parece elitista y no logra transformar este trabajo en un patrimonio difundido. ¿Cómo se recupera en concreto esta laguna; alejándose del intelectualismo puro?
Aquí hay que estar muy alertas, porque el diálogo “elevado” es necesario, es una prioridad. El peligro opuesto al elitismo es una especie de populismo, una automarginación de los centros en los que se elabora el pensamiento, achatándose en el horizonte banal de los talk shows o de los realities. Si pensamos en nuestro Patio de los Gentiles, iniciativa que quiso el Santo Padre Benedicto XVI para favorecer un diálogo sincero entre la Iglesia y otras expresiones del pensamiento contemporáneo, y, en particular, entre los creyentes y los no creyentes, los temas que se discuten son importantes y exigentes, y van más allá de los estereotipos de la hostilidad recíproca.
Está claro, luego, que no basta este nivel elevado, porque hay una dimensión más general y difundida de estos temas, vivida por millones de personas. Esta “laguna” podría llenarse también con el trabajo de los centros culturales católicos, relacionados con las iniciativas individuales, de las parroquias, de las órdenes religiosas. Es una red que ya existe y que hay que potenciar todavía más. Además, ahora existen todos los nuevos lenguajes de las comunicaciones, la red, los contenidos y las modalidades expresivas deben considerarlos.
Los logros científicos y tecnológicos son los grandes protagonistas de nuestro tiempo, en conjunto, son un factor que está reescribiendo el código y las relaciones humanas fundamentales. La Iglesia parece haber entendido esta dinámica y ha desarrollado una nueva sensibilidad, sobre todo teórica, por este conjunto de oportunidades y problemas. ¿Cómo se está orientando la Iglesia?
Nosotros, sobre todo, preferimos pensar en los desafíos y en las oportunidades, más que en las amenazas o los peligros de esta situación que vivimos. Si debemos hablar de amenazas forzosamente, creemos que lo son no solo para la Iglesia católica, sino para toda la humanidad: Fukushima, el efecto invernadero, la manipulación de embriones humanos ponen en discusión un cierto modelo de desarrollo que tiene un fin en sí mismo.
De cualquier manera, con respecto a la nueva atención por las ciencias empíricas contemporáneas de la que usted habla, me parece que se puede resumir afortunadamente en la expresión “doppelter Lernprozess”, proceso de doble aprendizaje, usada por Jürgen Habermas y también por el entonces cardenal Ratzinger, en el diálogo de 2004 a la Academia Católica de Baviera: en la sociedad plural moderna, el pensamiento secular debe aprender de la sabiduría de la que las tradiciones religiosas son custodias, pero también las tradiciones religiosas (y esto vale también para nosotros, para la Iglesia) deben aprender del pensamiento secular. Es una idea recurrente de Joseph Ratzinger, y, por ello (para el diálogo entre los creyentes y no creyentes, que desarrollamos con iniciativas como el Patio de los Gentiles), el Papa declaró sin medias tintas la necesidad de un mutuo aprendizaje.
Claro, el terreno de las relaciones con la ciencia parece bastante hostil, la Iglesia parece tener algunas cosas que hacerse perdonar... Usted es, entre otras cosas, un experto del Caso Galileo, y tendría que advertir el problema.
Nosotros sabemos que la ciencia contemporánea es la flor en el ojal de la cultura occidental. La ciencia y la tecnología prevalecen en todos los aspectos de nuestra vida, desde la salud hasta el entretenimiento, pasando por la política. Es una realidad que no se puede ignorar. En el pasado, la relación entre la ciencia y la fe estaba fuertemente condicionada. Por parte del positivismo había un prejuicio en contra de la religión, considerada una etapa infantil del desarrollo humano, y el cientismo ha hecho que la ciencia natural fuera el único conocimiento posible y válido.
Esto generó que la Iglesia católica, como reacción de defensa, tuviera una conducta de desconfianza en relación con la ciencia. Hoy este cientismo de vieja guardia es un poco menos arrogante, la misma ciencia moderna ha mostrado los límites reales y teóricos de la ciencia en general. Y así, también la teología debe romper su aislamiento, porque las ciencias naturales proponen problemas no solo de tipo epistemológico, sino también de tipo estrictamente filosófico y metafísico, e invitan a la teología a una búsqueda de sentido global.
Es por ello que hay que formar tanto teólogos con buenas competencias en el campo científico, como científicos con formación, por lo menos, en filosofía, para poder establecer un diálogo enriquecedor. Es lo que el Pontificio Consejo para la Cultura, en particular con el proyecto STOQ (Science, Theology and Ontological Quest) ha tratado de hacer en los últimos años, en colaboración con las universidades pontificias romanas.
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