Para lograr un matrimonio feliz según J.R.R. Tolkien, autor de ‘El Hobbit’, enamorado, poeta de fantasías... y con los pies en el suelo
Cuando conoció a su futura esposa, Edith, a la edad de 16 años, se enamoró locamente de ella y empezó inmediatamente a cortejarla de manera informal, llevándola a menudo a salas de té. Cuando el sacerdote que ejercía de tutor de Tolkien supo del romance, le prohibió seguir en contacto con Edith hasta que tuviera 21 años, para que no se distrajera de los estudios.
Tolkien obedeció de mala gana. Durante largos años esperó a la que él sabía que era su alma gemela. La vigilia de su vigésimo primer cumpleaños le escribió una carta en la que le declaraba su amor y le pedía su mano en matrimonio. Una semana más tarde estaban prometidos.
A lo largo de su vida Tolkien escribió poemas de amor a su mujer y en sus cartas a sus amigos escribe entusiasmado sobre ella. Pero tal vez el tributo más famoso e imperecedero que le dedicó a su amada esposa fue reflejar su romance en la historia mitológica de Beren y Lúthien en la Tierra Media. Es difícil encontrar un tributo más conmovedor.
Tolkien escribió a su hijo Christopher:
Nunca llamé a Edith Lúthien, pero ella era la fuente de la historia que con el tiempo se convirtió en la parte principal del Silmarillion. Inicialmente fue concebida en un pequeño claro en un bosque lleno de cicutas en Roos, en Yorkshire, donde permanecí durante una breve temporada al mando de un puesto de avanzada de la Guarnición Humber y en el que ella pudo vivir durante un cierto tiempo conmigo. En esos días su cabello era negro azabache, su piel clara, sus ojos más brillantes de como tú los has visto y cantaba y bailaba.
Ni siquiera en la muerte Tolkien abandonó a su Edith. Está enterrado junto a ella bajo una única lápida donde están grabados los nombres de Beren y Luthien. Usando una frase muy común, Tolkien estaba muy enamorado de su esposa.
J.R.R. Tolkien estuvo felizmente casado durante 55 años. En comparación, el índice de divorcios actualmente es increíblemente alto y algunos, respecto al matrimonio monógamo, se rinden porque dicen que no es posible o no es sano. ¿Qué tenía el matrimonio de Tolkien que otros no tienen? ¿Por qué el suyo funcionaba? La respuesta es simple: él entendió que el verdadero amor implica la negación de uno mismo.
La noción actual del amor es puro sentimiento y está centrada especialmente en uno mismo. Si alguien te excita, si tu pulso se acelera, si te afirma a ti y a tus deseos, entonces puedes decir que estás enamorado según las definiciones actuales.
Aunque estaba profundamente unido a su mujer, Tolkien rechazaba esta idea superficial del amor. Él abrazaba la concepción católica del amor verdadero como sentimiento centrado en el otro y que implica el sacrificio de los instintos naturales y un acto firme de la voluntad.
Para ilustrar la profunda visión de Tolkien sobre el amor marital, quiero compartir un pasaje de una carta a su hijo, Michael Tolkien. Es un aspecto distinto de Tolkien que muchos desconocen. Para los que tienen una visión excesivamente sentimental del amor, sus palabras pueden ser sorprendentes, incluso ofensivas. Sin embargo, él expresa verdades que, si se entienden y abrazan, aportan verdad y felicidad duradera al matrimonio. He aquí una versión abreviada de su carta.
Los hombres no son [monógamos]. Negar lo contrario no es bueno. Los hombres no lo son y no es debido a su naturaleza animal. La monogamia, aunque ha sido durante mucho tiempo fundamental en el legado de nuestras ideas, es para nosotros, los hombres, un trozo de "ética revelada" según la fe y no la carne.
La esencia de un mundo caído es que lo mejor no puede alcanzarse mediante un placer libre o lo que es llamado "auto-realización" (normalmente un nombre bonito para la auto-satisfacción, totalmente adversa para la realización del otro), sino por la negación, por el sufrimiento. La fidelidad en los matrimonios cristianos conlleva esto: una gran mortificación.
Para un hombre cristiano no hay huida. El matrimonio puede ayudarle a santificar y a dirigir sus deseos sexuales hacia su fin adecuado; la gracia puede ayudarle en la lucha, pero la lucha permanece. No le satisfará (del mismo modo que el hambre se mantiene alejada con comidas regulares) y le proporcionará tantas dificultades para mantener la pureza en ese estado como le proporcionará alivio.
Ningún hombre, a pesar del amor sincero que siente hacia su prometida y esposa cuando era joven, ha vivido fielmente con ella como esposa en mente y cuerpo sin el ejercicio deliberado y consciente de su voluntad, sin el sacrificio. A pocos se les dice esto, incluso si han crecido "en la Iglesia". Los que están fuera de ella raramente lo han oído.
Cuando el encanto desaparece o simplemente disminuye, piensan que se han equivocado y que aún tienen que encontrar a su verdadera alma gemela. La ‘verdadera alma gemela’ suele ser a menudo la siguiente mujer sexualmente atractiva que encuentran, con quien ellos podrían ciertamente estar casados con éxito si solo… Y aquí es cuando llega el divorcio, sustentado por ese "si solo…".
Desde luego, como regla, tienen razón: cometieron un error. Sólo un hombre muy sabio puede, al final de su vida, hacer un juicio sólido sobre con quien, de entre todas las posibles oportunidades, ¡él debería haberse casado con éxito! Casi todos los matrimonios, incluso los felices, son errores en el sentido de que casi seguramente −en un mundo más perfecto o incluso con algo más de cuidado en este mundo tan imperfecto− ambos cónyuges podrían haber encontrados parejas más adecuadas.
Pero la "verdadera alma gemela" es aquella con la que estás ya casado. En este mundo caído tenemos como únicas guías la prudencia, la sabiduría (escasa en la juventud, demasiado tarde en la vejez), un corazón limpio y la fidelidad de la voluntad… (Cartas de J.R.R. Tolkien, págs. 51-52).
Como he dicho, muchos se pueden sentir ofendidos por la claridad con la que Tolkien habla sobre el matrimonio. "Si de verdad amas a una persona" podrían argumentar, "¡no debería ser duro amarla! ¡No debería ser una lucha! ¿El matrimonio como mortificación? ¡Es una ofensa! Tú no debes amar verdaderamente a tu mujer".
Este tipo de pensamiento se olvida de un punto y es que el verdadero amor es una lucha contra el amor a uno mismo. Es una lucha contra nuestras naturalezas caídas y tremendamente egoístas. Es un morir que da la vida. Y cualquier hombre que sea honesto consigo mismo tiene que admitir que Tolkien tenía razón. La lucha por la castidad y la fidelidad no termina nunca, a pesar de lo mucho que ames a tu esposa.
La esencia del amor es un acto de la voluntad. En un matrimonio los sentimientos vienen y van. Los que tienen matrimonios felices son los que eligen −eligen amar a sus mujeres más que a ellos mismos, eligen sacrificar sus deseos a corto plazo por una felicidad a largo plazo, eligen dar en lugar de tomar.
¿Y sabes qué? Cuando eliges ser fiel, la felicidad inevitablemente llega. Muchos abandonan cuando las cosas se vuelven difíciles; si en cambio eligieran simplemente ser fieles y luchar, encontrarían la verdadera felicidad esperándoles al final de la batalla.
Como otro católico felizmente casado, G.K. Chesterton, escribió una vez: "He conocido muchos matrimonios felices, pero nunca uno compatible. El único fin del matrimonio es luchar y sobrevivir al instante cuando la incompatibilidad se convierte en algo incuestionable. Porque el hombre y la mujer, como tales, son incompatibles".
En un matrimonio la verdadera alegría y la felicidad duradera son posibles. Innumerables matrimonios, incluyendo el de Tolkien, lo demuestran. Pero nunca encontraremos esta alegría si nos centramos en nosotros mismos.
La paradoja es que debes olvidarte de ti mismo para encontrar la felicidad que buscas.
Hombres, si deseáis un matrimonio fiel y feliz debéis morir a vosotros mismos. Vuestra esposa debe estar en primer lugar. Tenéis que amarla a través del sacrificio y la negación de vosotros mismos, tal como Cristo amó a su esposa, la Iglesia. Este es el sencillo secreto que muchos olvidan.
Sam Guzman
Fuente: religionenlibertad.com.
Publicado originariamente en inglés en The Catholic Gentleman; traducción de Helena Faccia Serrano.
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