Crecer rodeado de hermanos, tíos, abuelos y primos imprime carácter
Ni en ideologías, ni en razas, ni en religiones: el mundo se divide entre los que en Navidades dicen "este año nos juntamos todos, a ver cómo hacemos para caber los cinco" y los que contestan "pues nosotros vamos a ser pocos, solo vamos a necesitar tres mesas y la de los niños". Porque nada marca más que criarte en una familia llena de hermanos, tíos abuelos y primos, cuando la palabra "primo" significa "alguien que te encuentras en todas las comuniones desde 1987 pero no sabes exactamente qué grado de parentesco tenéis".
1. La familia no va solo en la sangre: como en los clanes mafiosos, sabes que familia no es "alguien que comparte tus genes" sino "persona que se sienta a la paella los domingos". Entran en esta definición, entre otros: mejores amigos del instituto, exnovios a los que se les ha cogido cariño, compañeros de la mili de tu padre, el cuñado del cuñado del cuñado que es muy simpático, y la tía Angelines, que nadie sabe de quién es tía pero que es una pieza fundamental porque es la única que se acuerda de todos los cumpleaños.
2. El reciclaje se lleva hasta el límite: en una familia numerosa "heredar" no significa ser propietario de una mansión en la campiña inglesa, sino estrenar curso con los libros ya subrayados (el equivalente escolar del spoiler) y pantalones tan gastados que llevan rodilleras en las rodilleras. Sabes que has pasado a ser adulto el día en que te compran tu propia ropa interior.
3. La privacidad es el tesoro más preciado: está muy bien tener siempre a mano algún primo, hermano o vecino adoptado con quien jugar, pero cuando llega la pubertad y tu habitación se llama "México D. F." por la cantidad de gente que vive en ella, poder quedarse a solas aunque sea un rato es un lujo impagable.
4. Tenéis vuestra propia mitología: cuanto más numerosa es una familia, más secretos y leyendas alberga. Conforme creces, vas descubriendo que tu tío favorito es en realidad el hijo del peluquero de tu abuelo y empiezas a sospechar por qué tu primo Ndalu mide dos metros y su piel es azabache. Al fin y al cabo, el panteón de los dioses griegos fue la primera familia numerosa.
5. Las reglas de los juegos son para los demás: lo primero que haces en Navidades al abrir los regalos es tirar las instrucciones. ¿Qué sentido tiene un juego de 1 a 4 jugadores si solo con los hermanos podríais completar la plantilla del Barça? Así que cuando sales de tu círculo familiar y vas a otras casas, siempre tienes que pedir que te expliquen las normas del parchís porque en tu familia "jugamos con otras reglas. ¿Dónde tenéis aquí los dardos de tirada doble?".
6. Aprendes que la infancia no es algo tan especial: ser el pequeño de muchos tiene ventajas, como que estén hartos de ver crecer a gente y básicamente te dejen en paz, pero también algún problema de documentación. Toda tu infancia ocupa dos hojas en el álbum de fotos familiar, a compartir con las del perro, y "casualmente" hay un vacío de cuatro años que coincide con tu pubertad: visto un adolescente, vistos todos.
7. La fama de tu familia te precede: tu apellido te va a presentar al mundo, y tanto para lo bueno como para lo malo tienes poco que hacer. Como a los Lannister. Como a los Borgia. Como cuando tus profesores leen tu apellido y te dicen que seguro que eres "un estudiante modélico como Alfonso" o "una fuente de problemas como Chusqui", según el hermano que les haya tocado años atrás. Y no gastes tiempo intentando cambiar sus prejuicios: tus apellidos pesan más que todo lo que puedas hacer como individuo.