La importancia de la escuela y de la educación de los chicos, como base necesaria para la supervivencia de una convivencia social civilizada
Cuando se estrena en la gran pantalla una película que procede de una serie para la televisión, parece obligado que el crítico incluya en su reseña frases como “no puede ocultar su condición de producto televisivo” o “desprende un tufillo a telefilme”, o alguna otra equivalente. Expresiones peyorativas que se han convertido en lugares comunes y en recursos fáciles, porque actualmente se realizan series con igual o mayor calidad que muchos largometrajes.
El Maestro (Giacomo Campiotti, 2014) tiene su origen en una miniserie de dos capítulos producida por la RAI, con una duración total de 200 minutos. Su presupuesto, 4 generosos millones de euros. En Italia existe una larga tradición de este tipo de series, que suelen conquistar a una audiencia de unos 6-8 millones de espectadores por capítulo. En este caso, además, ambas partes se han rodado con la previsión de que puedan ser emitidas de forma independiente, circunstancia que ha facilitado el estreno de la primera mitad en las salas de cine de nuestro país.
El filme se inspira en la vida de Alberto Manzi, un profesor muy reconocido en Italia por su labor educativa y docente. La acción se sitúa en 1946, cuando Manzi acaba de regresar de la guerra y está buscando trabajo como maestro; una tarea nada fácil para alguien que no cuenta con recomendación alguna. Finalmente consigue un empleo que nadie acepta: enseñar a los niños y jóvenes de un reformatorio de la ciudad. Aunque se trata de unos alumnos difíciles que no tienen interés por aprender, el maestro logra ganarse poco a poco su confianza −no sin gran esfuerzo− y ellos acaban por confiarle sus sueños y sus verdaderas historias.
Se suele decir que dirigir niños y adolescentes es de las tareas más complicadas para un realizador −quizá otro lugar común−, pero Campiotti acumula una amplia experiencia en este apartado, como lo demuestra su buena labor en Prefiero el paraíso (2010) o en Blanca como la nieve, roja como la sangre (2013). En esta ocasión también sale airoso, y consigue arrancar unas actuaciones naturales y simpáticas a los más jóvenes, muy bien arropados por Claudio Santamaria en el papel de Manzi.
La cuidada ambientación −calles, automóviles de época, vestuario…−, una emotiva banda sonora de Stefano Lentini y la fotografía en tonos sepia de Fabrizio Lucci, contribuyen a la credibilidad de la cinta, que quiere ser también un homenaje a Alberto Manzi (Roma, 1924-Pitigliano, 1997). Profesor de escuela, escritor y presentador de la televisión italiana, Manzi es conocido sobre todo por conducir el programa Non è mai troppo tardi (Nunca es demasiado tarde), retransmitido entre los años 1959 y 1968. Se estima que casi millón y medio de espectadores fueron capaces de conseguir conocimientos similares a los adquiridos en la enseñanza primaria, a través de sus innovadoras clases de aprendizaje a distancia. También publicó varias novelas, entre ellas la famosa Orzowei(1955), que dio pie a una serie televisiva para niños.
Con motivo de su estreno en Italia, Giacomo Campiotti, el director de la película, declaró: “Contar la historia del maestro Manzi es importante no solo para recordar a un gran hombre, sino también para poner en el centro de atención, en este momento dramático, la importancia de la escuela y de la educación de los chicos, como base necesaria para la supervivencia de una convivencia social civilizada. Alberto Manzi es un maestro que no enseña nociones a los niños: les enseña a pensar. Trabaja con ellos para formar hombres libres, capaces de decisiones libres. Para lograrlo, lucha con tenacidad contra cada obstáculo: la ignorancia y la pereza de cada uno, o el embotamiento de las grandes instituciones. Pero nunca se rinde y nunca encuentra excusas para renunciar a hacer todo lo que puede”.