Para entender un poco situaciones semejantes, el Papa recuerda de vez en cuando la lectura de “Señor del Mundo”, de Robert Hugh Benson
En estos días he recibido dos noticias, entre tanta información que le llega a uno al cabo del día, que me han hecho reflexionar. A primera vista parece que no hay la mínima relación entre las dos y, sin embargo, yo tengo la impresión de que son dos señales −cada una a su manera− bien claras del desconcierto espiritual y cultural que se está viviendo en Europa y América del Norte.
Estas son las dos noticias:
“El rico lobby gay usa dinero de una fundación católica suiza para silenciar a los obispos africanos”.
“La ciudad de Roma dedica una plaza a Martin Lutero, el hombre que rompió la unidad que Cristo pedía”.
Los grupos de homosexuales organizados, especialmente en Estados Unidos y en Europa, mueven mucho dinero; y eso no es noticia. Tampoco lo es, el que dentro de sus planes de acción esté el de “comprar” votos en parlamentos europeos, americanos y de la ONU, para conseguir ir introduciendo leyes que vayan abriendo el campo −comenta George Weigel− “a las posibilidades de legalización de la poligamia. No está lejos tampoco del horizonte una campaña que defienda el incesto entre adultos y el sexo ‘consentido’ con niños” y, por qué no con animales de cualquier especie, y tratar así de conseguir des-estructurar el uso normal y natural de la sexualidad.
Estos grupos −y subrayo grupos, porque a ellos me refiero y no a personas que tengan unas ciertas tendencias homosexuales− saben que pueden engañar, o convencer sentimentalmente a alguna que otra fundación “católica” −más o menos−, para apoyar sus fines con pretensiones “humanitarias”. Tienen experiencia, además, que encuentran aquí y allá parlamentarios que se han olvidado de su conciencia, y se venden por un puñado de dólares o de euros.
Lo que sí es noticia es la pretensión de querer comprar el voto de unos Obispos, ante la perspectiva de que el Sínodo de octubre se limite −lógicamente− a hablar de los individuos con tendencias homosexuales como fieles que necesitan una particular atención espiritual, como es el caso de otros fieles en diferentes situaciones.
Los grupos LSBT, están moviendo dinero en la pretensión −vana− de que la Iglesia Católica −única Iglesia por cierto en la que “subsiste” en plenitud la Iglesia fundada por Cristo− cambie de actitud, y desoiga las enseñanzas del mismo Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo. Ellos saben que la voz de la Iglesia, unida a la de algunas confesiones cristianas, es la única que se levanta para recordar al hombre y a la mujer el Bien y el Mal en el uso de la sexualidad, querida por Dios para cada ser humano, hombre o mujer.
De frente a situaciones semejantes de querer “comprar” la verdad, las palabras de san Pedro son claras y tajantes. Ante la oferta de dinero de Simón mago, para que le “vendiera” los poderes que Dios le había dado, le respondió: “Que tu dinero vaya a la perdición y tú con él, porque has pensado que el don de Dios se compra con dinero (...) Arrepiéntete de tu maldad, y ruega al Señor a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón”.
Quizá les vendría bien a los lobby gay no olvidarse de que los Obispos creen en la vida eterna, y saben que existe el infierno; y que el respeto a personas con alguna tendencia homosexual, no conllevará nunca la aceptación moral de la práctica homosexual, como tampoco se aceptará el incesto o el adulterio. Los Obispos conocen bien las Cartas de san Pablo.
La segunda noticia, por insólita, puede llamar más la atención, o pasar inadvertida, porque muchas personas hoy en Europa, apenas han oído alguna vez el nombre de Martín Lutero; y mucho menos con el título que le quieren dar en esa plaza: “Plaza Martín Lutero, teólogo alemán”.
Confesiones luteranas de diferentes países europeos han aceptado, además de la ordenación de mujeres, el nombramiento de obispesas y de pastores −hombres y mujeres homosexuales−, aparte de la aceptación conceptual de “matrimonio” a la unión entre personas del mismo sexo. En este alejarse cada vez más −comenzó a hacerlo el mismo Lutero− de Jesucristo, de la Verdad, de los Sacramentos, de la plenitud de su Revelación; ¿qué sentido puede tener buscar una “presencia” semejante en una plaza de Roma? ¿Viaja Lutero a Roma de mano de los Adventistas que promovieron la iniciativa, para pedir perdón?
Ciertamente, Roma no es el Vaticano; y el Ayuntamiento de la ciudad tiene las manos libres para cambiar el nombre de las plazas y de las calles. No deja de llamar la atención, sin embargo, que al dar la noticia, hayan señalado que “dado que la Iglesia Católica de la ciudad no se ha mostrado beligerante con el tema, el Ayuntamiento tomó la decisión”. A la vez, como reconoce un portavoz luterano: “sabemos que los políticos italianos son ultrasensibles a los estados de ánimo de la jerarquía vaticana, y sin su consentimiento habría sido difícil conseguir alcanzar la meta de esta plaza”.
No sé si ese portavoz dice o no dice la verdad; el hecho que después de más de 500 años del cisma que dividió la Iglesia, se acepte esa plaza y ese título, da qué pensar. ¿Un gesto “ecuménico”? ¿Querer convertir el cisma religioso de Lutero en una simple discrepancia cultural-eclesiástica? ¿O es otra señal más de buscar la “banalidad” de la Fe −todo es lo mismo−, como los LSBT anhelan alcanzar la “banalidad” de la Moral?
Para entender un poco situaciones semejantes, el Papa recuerda de vez en cuando la lectura del Señor del Mundo, de Benson; quizá pueda recomendar algún día la lectura del Anticristo, de Soloviev.
Ernesto Juliá Díaz, en religionconfidencial.com.
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