El designio de Dios es que los hombres crezcamos en el amor, y ese crecimiento tiene su primer ámbito en la familia
Considerando la relevancia y la dignidad de la familia, hay que destacar lo referente a los derechos del niño. Estos integrantes de la comunidad familiar son los más débiles y a la vez los más necesitados de protección y de cariño. «En la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido» (S. Juan Pablo II. Exhor. Apost. Familiaris consortio, n. 26).
El cuidado y la atención a esta primera edad ha constituido siempre un afán prioritario de la familia cristiana. «Procurando y teniendo un cuidado tierno y profundo para cada niño que viene a este mundo, la Iglesia cumple una misión fundamental. En efecto, está llamada a revelar y a proponer en la historia el ejemplo y el mandato de Cristo, que ha querido poner al niño en el centro del Reino de Dios: “Dejad que los niños vengan a mí,... que de ellos es el reino de los cielos" (Lc 18, 16; cfr. Mt 19, 14; Mc 10, 14)» (idem, n. 26).
Lejos de considerar a los niños como un engorro o como un peligro, los hijos deben ser siempre una fuente de alegría. Así decía S. Juan Pablo II: «Repito nuevamente lo que dije en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979: “Deseo... expresar el gozo que para cada uno de nosotros constituyen los niños, primavera de la vida, anticipo de la historia futura de cada una de las patrias terrestres actuales. Ningún país del mundo, ningún sistema político puede pensar en el propio futuro, si no es a través de la imagen de estas nuevas generaciones que tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes y de las aspiraciones de la nación a la que pertenecen, junto con el de toda la familia humana. La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre. Y por eso, ¿qué más se podría desear a cada nación y a toda la humanidad, a todos los niños del mundo, sino un futuro mejor en el que el respeto de los Derechos del Hombre llegue a ser una realidad plena en las dimensiones del Dos mil que se acerca?”» (Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 21 (2 de octubre del 1979): AAS 71(1979), 1159).
El designio de Dios es que los hombres crezcamos en el amor. Y ese crecimiento tiene su primer ámbito en la familia. «La acogida, el amor, la estima, el servicio múltiple y unitario −material, afectivo, educativo, espiritual− a cada niño que viene a este mundo, deberá constituir siempre una nota distintiva e irrenunciable de los cristianos, especialmente de las familias cristianas; así los niños, a la vez que crecen “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52), serán una preciosa ayuda para la edificación de la comunidad familiar y para la misma santificación de los padres» (Familiaris consortio, n. 26).
A la familia corresponde también el cuidado de la tercera edad, del epilogo de la vida. «Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de ser apartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserido en la vida familiar, sigue tomando parte activa y responsable −aun debiendo respetar la autonomía de la nueva familia− y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro» (idem, n. 27).
Hoy en día se podría decir que está de moda ser joven, o por lo menos parecerlo, adoptando atuendos y actitudes jóvenes por los que ya no lo son tanto. Ello repercute en una minusvaloración de la ancianidad. «Otras culturas, en cambio, especialmente como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación, que son fuente a la vez de agudos sufrimientos para ellos mismos y de empobrecimiento espiritual para tantas familias» (idem).
La consideración y acogida de los ancianos tiene un papel muy importante en la vida de la familia. No constituyen una carga ni una presencia inútil. En realidad, «la vida de los ancianos ayuda a clarificar la escala de valores humanos; hace ver la continuidad de las generaciones y demuestra maravillosamente la interdependencia del Pueblo de Dios. Los ancianos tienen además el carisma de romper las barreras entre las generaciones antes de que se consoliden: ¡Cuántos niños han hallado comprensión y amor en los ojos, palabras y caricias de los ancianos! y ¡cuánta gente mayor no ha subscrito con agrado las palabras inspiradas “la corona de los ancianos son los hijos de sus hijos” (Prov. 17, 6)» (S. JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el ‘International Forum on Active Aging’, 5 de septiembre de 1980).