Una escena que me ha servido, para recordar el viejo adagio castellano: “quién bien te quiere, a veces, te hará sufrir”
Los amigos y familiares que vienen a Valencia, quedan, entre otras cosas, gratamente sorprendidos y admirados, del trato que reciben. Me preguntan si ‘cariño’ es palabra talismán. Cuando van al mercado central u otras zonas, son recibidos con un ‘dime cariño’, ‘sí, cariño’. Es indistinto que sean varones o mujeres. Cuando se perciben de que por estos lares se habla así, incluso con desconocidos, se asombran.
Al hacerme esta consideración, hace años, no caí en la cuenta y me fui fijando si era realmente así. No era necesario ser muy avispado para, a la primera de cambio, afirmarlo sin paliativos. Ni yo mismo, acostumbrado, había reparado en esa observación. Y, aunque puede parecer una coletilla, realmente hay más fondo del que parece a primera vista.
No hace muchos días, me encontraba en un centro socio-sanitario para ancianos dependientes, atendido por unas buenas monjas. Yacía, en una silla de ruedas, una viejecita, con una hemiplejía, que se negaba a comer. La jovencísima chica, auxiliar de clínica, que la atendía, no sabía cómo hacer para que embutiera la comida. Al final, apareció una hermana que, puesta en jarras, le dijo: ¡No te vas a ir sin comer, que lo tengas claro! Así que cuanto antes empieces, antes acabamos.
La pipiola, que miraba con atención la escena, le susurró: “¡Hermana, hay que tratarla con más cariño!” Se giró, y con una sonrisa, le dijo: “¡Hija, si supieras lo que es cariño!” La enferma, sin rechistar, comenzó a engullir lo que la sor le iba dando. Atónito con la escena, me atreví a preguntarle: “¿A cuántas personas le ha dado de comer en este mundo?” Y ella, con una sonrisa aún más amplia, me dijo: “¡A muchos miles! Llevo cincuenta y cinco años de religiosa, dando de comer. He pasado 20 años en orfanatos y asilos en Guinea Ecuatorial; y en otros países. Y ahora estoy feliz en este sitio”.
Acto seguido, con toda la dulzura del mundo, pero con igual energía, le dijo: “¿Verdad, cariño, que te lo vas a comer?”
La enferma, con una mirada −la hemiplejía le impide hablar bien− le sonrió. Callada y obedientemente fue comiendo lo que la hermana iba depositando en sus labios.
Quedé conmovido. Y esta escena, me ha servido, para recordar el viejo adagio castellano: quién bien te quiere, a veces, te hará sufrir. Y se descubre que uno es importante, que no deja indiferente; que hay quien me mira, me quiere y me exige. Es cariño, ¿verdad?