Para venerar la Sábana Santa y rendir homenaje a San Juan Bosco en el bicentenario de su nacimiento, el Papa Francisco viajó a la diócesis italiana de Turín los días 21 y 22 de junio de 2015
El Santo Padre volvió también físicamente a sus raíces genealógicas. Contempló el rostro del crucificado en el Santo Sudario que su abuela le contó de chico, y también el rostro de familiares suyos de sangre, porque es de esta región de Italia de donde salieron sus abuelos para la Argentina en 1929.
Incluimos todas sus intervenciones durante el intenso programa de este Viaje pastoral.
Vídeo: El Papa viaja a Turín para rezar ante la Sábana Santa
Vídeo: Los misterios de la Sábana Santa que siguen sin resolver
Domingo, 21 de junio de 2015
Dentro de la catedral de Turín en penumbras, el domingo 21 de junio de 2015, Francisco veneró en silencio la misteriosa sábana sepulcral en la que envolvieron a un crucificado, con todos los signos de la pasión de Jesús de Nazaret que refiere el Evangelio. El momento central de esta peregrinación del Papa, fue en absoluto silencio. Ni lecturas, ni discursos, ni cantos, ni música. Solo varios minutos de contemplación y oración delante del Santo Sudario, con algunos enfermos en silla de ruedas en primera fila.
Vídeo: El Papa Francisco reza ante la Sábana Santa, la reliquia más preciada de la Iglesia
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos, trabajadores, empresarios, autoridades, jóvenes y familias presentes en este encuentro, y os agradezco vuestras intervenciones, de donde surge el sentido de responsabilidad ante los problemas causados por la crisis económica, y por haber manifestado que la fe en el Señor y la unidad de la familia os son de gran ayuda y apoyo. Mi visita a Turín empieza con vosotros. Y ante todo expreso mi cercanía a los jóvenes desocupados, a las personas en condiciones precarias; y también a los empresarios, artesanos y a todos los trabajadores de los diferentes sectores, sobre todo a los que más sufren para salir adelante.
El trabajo no es necesario solo para la economía, sino para la persona humana, por su dignidad, por su ciudadanía y por su inclusión social. Turín es históricamente un polo de atracción laboral, pero hoy nota fuertemente la crisis: falta el trabajo, han aumentado las desigualdades económicas y sociales, muchas personas se han empobrecido y tienen problemas con la casa, la salud, la formación y otros bienes primarios. La inmigración aumenta la competencia, pero los inmigrantes no deben ser culpabilizados, porque son víctimas de la iniquidad, de la economía que descarta y de las guerras. ¡Hace llorar ver el espectáculo de estos días, en que seres humanos son tratados como mercancía!
En esta situación estamos llamados a repetir “no” a una economía del descarte, que se resigna a la exclusión de los que viven en pobreza absoluta (en Turín casi una décima parte de la población). Se excluye a los niños (¡natalidad cero!), se excluye a los ancianos, y ahora se excluye a los jóvenes (más del 40% de jóvenes desocupados). Lo que no produce se excluye, como “usar y tirar”.
Estamos llamados a repetir “no” a la idolatría del dinero, que empuja a entrar a toda costa en el número de los pocos que, a pesar de la crisis, se enriquecen, sin preocuparse de muchos que se empobrecen, a veces hasta el hambre.
Estamos llamados a repetir “no” a la corrupción, tan difundida que parece ser una actitud, un comportamiento normal. Pero no con palabras, con los hechos. “No” a la connivencia con la mafia, al fraude, los sobornos y cosas por el estilo.
Y solo así, uniendo las fuerzas, podemos decir “no” a la iniquidad que genera violencia. Don Bosco nos enseña que el método mejor es el preventivo: hasta el conflicto social se debe prevenir, y eso se hace con la justicia.
En esta situación, que no es solo turinesa, italiana, es global y compleja, no se puede solo esperar la “recuperación” −“esperemos la recuperación…”—. El trabajo es fundamental —lo declara desde el inicio la Constitución Italiana− y es necesario que toda la sociedad, en todas sus componentes, colabore para que lo sea para todos y sea un trabajo digno del hombre y la mujer. Esto requiere un modelo económico que no sea organizado en función del capital y de la producción pero más bien en función del bien común. Y, a propósito de las mujeres −ha hablado usted [la trabajadora que ha intervenido]−, sus derechos deben tutelarse con fuerza, para que las mujeres, que también traen el mayor peso en el cuidado de la casa, de los hijos y de los ancianos, aún son discriminadas, también en el trabajo.
Es un desafío muy comprometido, que se debe afrontar con solidaridad y mirada amplia; y Turín está llamada a ser una vez más protagonista de una nueva estación de desarrollo económico y social, con su tradición manufacturera y artesanal −pensemos que Dios fue artesano: estáis llamados a eso: manufacturera y artesanal− y al mismo tiempo con investigación e innovación.
Para eso hay que invertir con valentía en la formación, procurando cambiar la tendencia que ha visto caer en los últimos tiempos el nivel medio de educación, y a muchos chicos abandonar la escuela. Usted [la trabajadora de antes] iba por la tarde a la escuela, para poder seguir adelante.
Hoy quisiera unir mi voz a la de tantos trabajadores y empresarios al pedir que pueda darse también un pacto social y generacional, como ha indicado la experiencia del Ágora, que estáis llevando adelante en el territorio de la diócesis. Poner a disposición datos y recursos, en la perspectiva del “hacer juntos”, es condición preliminar para superar la actual difícil situación y para construir una identidad nueva y adecuada a los tiempos y a las exigencias del territorio. Ha llegado el momento de reactivar una solidaridad entre las generaciones, de recuperar la confianza entre jóvenes y adultos. Esto implica también abrir concretas posibilidades de crédito para nuevas iniciativas, activar una constante orientación y acompañamiento en el trabajo, sostener el aprendizaje y la conexión entre empresas, la escuela profesional y la Universidad.
Me ha gustado mucho que vosotros tres hayáis hablado de la familia, de los hijos y de los abuelos. ¡No olvidéis esa riqueza! Los hijos son la promesa que hay que llevar adelante: ese trabajo que habéis señalado, que habéis recibido de vuestros antepasados. Y los ancianos son la riqueza de la memoria. Una crisis no puede ser superada, no podemos salir de la crisis sin los jóvenes, los chicos, los hijos y los abuelos. Fuerza para el futuro, y memoria del pasado que nos indica donde hay que ir. No olvidéis esto, por favor. Los hijos y los abuelos son la riqueza y la promesa de un pueblo.
En Turín y en su territorio existen aún notables potencialidades para invertir en la creación de trabajo: la asistencia es necesaria, pero no basta: hace falta promoción, que regenere confianza en el futuro.
Estas son las principales cosas que quería deciros. Añado una palabra que no quisiera que fuese retórica, por favor: ¡ánimo! No significa: paciencia, resignarse. No, no, no significa eso. Al contrario, significa: atreveos, sed valientes, id adelante, sed creativos, sed artesanos todos los días, ¡artesanos del futuro! Con la fuerza de la esperanza que nos da el Señor y nunca defrauda. Pero que también necesita de nuestro trabajo. Por eso rezo y os acompaño con todo el corazón. Que el Señor os bendiga a todos y la Virgen os proteja. Y, por favor, os pido que recéis por mí! Gracias.
Vídeo: El Papa celebra Misa en Turín: No os conforméis con leer el Evangelio, vividlo
En la Oración Colecta hemos rezado: Concédenos, Señor y Dios nuestro, vivir siempre en el amor y respeto a tu santo nombre, ya que en tu providencia nunca abandonas a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Y las Lecturas que hemos escuchado nos muestran como es este amor de Dios por nosotros: es un amor fiel, un amor que lo recrea todo, un amor estable y seguro.
El Salmo nos ha invitado a dar gracias al Señor porque «es eterna su misericordia». Es el amor fiel, la fidelidad: es un amor que no defrauda, nunca decae. Jesús encarna ese amor, es el Testigo. Nunca se cansa de querernos, de soportarnos, de perdonarnos, y así nos acompaña en el camino de la vida, según la promesa que hizo a los discípulos: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Por amor se hizo hombre, por amor murió y resucitó, y por amor está siempre a nuestro lado, en los momentos buenos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el final, sin límites y sin medida. Y nos ama a todos, hasta el punto de que cada uno de nosotros puede decir: “Dio la vida por mí”. ¡Por mí! La fidelidad de Jesús no se rinde ni ante nuestra infidelidad. Nos lo recuerda san Pablo: «Si somos infieles, él será fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2Tm 2,13). Jesús permanece fiel, incluso cuando nos hayamos equivocado, y nos espera para perdonarnos: Él es el rostro del Padre misericordioso. Es el amor fiel.
El segundo aspecto: el amor de Dios re-crea todo, o sea, hace nuevas todas las cosas, como nos ha recordado la segunda Lectura. Reconocer las propias limitaciones, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos a fondo, que puede re-crearnos. La salvación puede entrar en el corazón cuando nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestros errores, nuestros pecados; entonces experimentamos, esa hermosa experiencia del que vino no para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos, sino a los pecadores (cfr. Mt 9,12-13); experimentamos su paciencia −¡tiene tanta!−, su ternura, su voluntad de salvar a todos. ¿Cuál es la señal? La señal de que nos hemos vuelto nuevos y hemos sido trasformados por el amor de Dios es saberse despojar de las ropas gastadas y viejas de los rencores y las enemistades para vestir la túnica limpia de la mansedumbre, la benevolencia, el servicio a los demás, la paz del corazón propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre a la búsqueda de novedades, pero solo la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera novedad, de hacernos hombres nuevos, de re-crearnos.
Finalmente, el amor de Dios es estable y seguro, como los muelles de piedra que protegen de la violencia de las olas. Jesús lo manifiesta en el milagro narrado en el Evangelio, cuando calma la tempestad, mandando al viento y al mar (cfr. Mc 4,41). Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta de que no tienen nada que hacer. Él abre su corazón al valor de la fe. Ante el hombre que grita: “No puedo más”, el Señor va a su encuentro, ofrece la roca de su amor, a la que cada uno puede agarrase seguro de no caer. ¡Cuántas veces nos sentimos incapaces! Pero Él está junto a nosotros con la mano tendida y el corazón abierto.
Queridos hermanos y hermanas turineses y piamonteses, nuestros antepasados sabían bien qué quiere decir ser roca, qué quiere decir solidez. Nos da un bonito ejemplo un famoso poeta nuestro:
"Rectos y sinceros, lo que son, parecen:
cabezas cuadradas, pulso firme e hígado sano,
hablan poco pero saben lo que dicen,
aunque caminen lentamente, llegan lejos.
La gente que no ahorra tiempo ni sudor
−nuestra raza libre y obstinada−.
Todo el mundo sabe quiénes son
y, a medida que pasan... el mundo los mira".
Podemos preguntarnos si hoy estamos seguros en esa roca que es el amor de Dios. Como vivimos el amor fiel de Dios a nosotros. Siempre está el riesgo de olvidar ese amor grande que el Señor nos ha mostrado. También los cristianos corremos el riesgo de dejarnos paralizar por los miedos del futuro y buscar seguridades en cosas que pasan, o en un modelo de sociedad cerrada que tiende a excluir más que a incluir. En esta tierra han crecido tantos Santos y Beatos que han acogido el amor de Dios y lo han difundido en el mundo, santos libres y testarudos. Tras las huellas de esos testigos, también nosotros podemos vivir la alegría del Evangelio practicando la misericordia; podemos compartir las dificultades de tanta gente, de las familias, especialmente las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Las familias necesitan sentir la caricia materna de la Iglesia para ir adelante en la vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y también en la trasmisión de la fe a las jóvenes generaciones.
¿Creemos que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos trasforma? ¿Cómo vivimos el amor fuerte del Señor, que se pone como una barrera segura contra las olas del orgullo y de las falsas novedades? Que el Espíritu Santo nos ayude a ser siempre conscientes de ese amor “rocoso” que nos hace estables y fuertes en los pequeños o grandes sufrimientos, nos hace capaces de no encerrarnos ante la dificultad, de afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza. Como entonces en el lago de Galilea, también hoy en el mar de nuestra existencia Jesús es Aquel que vence las fuerzas del mal y las amenazas de la desesperación. La paz que nos da es para todos; incluso para los hermanos y hermanas que huyen de guerras y persecuciones en busca de paz y libertad.
Queridísimos, ayer celebrasteis a la Santísima Virgen de la Consolación, la Consolá, que está ahí: bajita y sin pompa: como una buena madre. Confiamos a nuestra Madre el camino eclesial y civil de esta tierra: Que Ella nos ayude a seguir al Señor para ser fieles, para dejarse renovar todos los días y estar firmes en el amor. Así sea.
Al término de esta celebración, nuestro pensamiento va a la Virgen María, madre amorosa y primorosa con todos sus hijos, que Jesús le confió desde la cruz, mientras se ofrecía a sí mismo en el gesto de amor más grande. Icono de este amor es la Sábana Santa, que también esta vez ha atraído a gente a Turín. La Síndone atrae al rostro y cuerpo muerto de Jesús y, al mismo tiempo, empuja al rostro de toda persona que sufre o es injustamente perseguida. Nos empuja en la misma dirección del don de amor de Jesús. “El amor de Cristo nos urge”: estas palabras de san Pablo eran el lema de san Giuseppe Benedetto Cottolengo.
Recordando el ardor apostólico de tantos sacerdotes santos de esta tierra, empezando por Don Bosco, del que celebramos el bicentenario del nacimiento, os saludo con gratitud, sacerdotes y religiosos. Os dedicáis con compromiso al trabajo pastoral y estáis cerca de la gente y sus problemas. Os animo a llevar adelante con alegría vuestro ministerio, apuntando siempre a lo esencial en el anuncio del Evangelio. Y mientras os doy las gracias, hermanos Obispos del Piamonte y del Valle de Aosta, por vuestra presencia, os exhorto a estar junto a vuestros curas con cariño paterno y calurosa cercanía.
A la Virgen Santa confío esta ciudad y su territorio y a los que la habitan, para que puedan vivir en la justicia, en la paz y en la fraternidad. En particular confía las familias, los jóvenes, los ancianos, los encarcelados y todos los que sufren, con un pensamiento especial para los enfermos de leucemia en esta Jornada Nacional contra leucemias, linfomas y mielomas. Que María Consolata, Reina de Turín y del Piamonte, fortalezca vuestra fe, asegure vuestra esperanza y haga fecunda vuestra caridad, para ser sal y luz de esta tierra bendita, de la cual yo soy nieto.
Queridos hermanos y hermanas, en este peregrinaje mío dedicado a la veneración de Jesús crucificado en la Sábana Santa, es decidido venir a este lugar que representa el corazón de la vida y obra de san Juan Bosco, para celebrar con vosotros el segundo centenario de su nacimiento. Con vosotros agradezco al Señor por haber dado a su Iglesia este Santo, que junto a tantos otros Santos y Santas de esta región, constituyen un honor y una bendición para la Iglesia y la sociedad de Turín y del Piamonte, de Italia y del mundo entero, en particular con motivo de su atención a los jóvenes pobres y marginados. No se puede hablar hoy de Don Bosco sin verlo rodeado de tantas personas: la Familia salesiana por él fundada, los educadores que en él se inspiran, y naturalmente tantos jóvenes, chicos y chicas, de todas partes de la tierra que aclaman a Don Bosco como “padre y maestro”. ¡De Don Bosco se puede decir tanto! Pero hoy quisiera señalar solo tres: la confianza en la divina Providencia; la vocación a ser sacerdote de los jóvenes, especialmente los más pobres; el servicio leal y generoso a la Iglesia, unido a la persona del Sucesor de Pedro.
Don Bosco desarrolló su misión sacerdotal hasta el último respiro, sostenido por una inquebrantable confianza en Dios y en su amor, por eso hizo grandes cosas. Ese trato confiado con el Señor es también la sustancia de la vida consagrada, para que el servicio al Evangelio y a los hermanos no sea un quedarse prisioneros de nuestras visiones, de las realidades de este mundo que pasan, sino un continuo superarse a nosotros mismos, anclándonos en las realidades eternas e metiéndonos en el Señor, nuestra fuerza y nuestra esperanza. Y esa será también nuestra fecundidad. Podemos hoy preguntarnos sobre esta fecundidad, y −me permito decir− sobre la tan valiente fecundidad salesiana. ¿Estamos a la altura?
El otro aspecto importante de la vida de Don Bosco es el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, entre obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. «No dio un paso, no pronunció palabra, no puso la mano en una empresa que no tuviese por fin la salvación de la juventud... Realmente no tuvo otra cosa en el corazón que las almas» (Constituciones Salesianas, n. 21). El carisma de Don Bosco nos lleva a ser educadores de los jóvenes realizando esa pedagogía de la fe que se resume así: «evangelizar educando y educar evangelizando» (Directorio General para la Catequesis, 147). Evangelizar a los jóvenes, educar a tiempo completo a los jóvenes, desde los más frágiles y abandonados, proponiendo un estilo educativo hecho de razón, religión y amor, universalmente apreciado como “sistema preventivo”. Esa mansedumbre tan fuerte de Don Bosco, que ciertamente había aprendido de mamá Margarita. ¡Mansedumbre y ternura fuerte! Os animo a seguir con generosidad y confianza las muchas actividades en favor de las nuevas generaciones: oratorios, centros juveniles, institutos profesionales, escuelas y colegios. Pero sin olvidar a los que Don Bosco llamaba los “niños de la calle”: esos necesitan tanto de esperanza, de ser formados en la alegría de la vida cristiana.
Don Bosco fue siempre dócil y fiel a la Iglesia y al Papa, siguiendo sus sugerencias e indicaciones pastorales. Hoy la Iglesia se dirige a vosotros, hijos e hijas espirituales de este gran Santo, y de modo concreto os invita a salir, a ir siempre a encontrar a los chicos y jóvenes donde viven: en las periferias de las metrópolis, en las áreas de peligro físico y moral, en los contextos sociales donde faltan tantas cosas materiales, pero sobre todo falta el amor, la comprensión, la ternura, la esperanza. Ir hacia ellos con la desbordante paternidad de Don Bosco. El oratorio de Don Bosco nació del encuentro con los niños de la calle y durante cierto tiempo fue un itinerante entre los barrios de Turín. Que podáis anunciar a todos la misericordia de Jesús, haciendo “oratorio” en todo lugar, especialmente en los más impermeables; llevando en el corazón el estile oratoriano de Don Bosco y mirando a horizontes apostólicos cada vez más amplios. De la sólida raíz que puso hace 200 años en el terreno de la Iglesia y de la sociedad han despuntado tantas ramas: treinta instituciones religiosas viven el carisma por compartir la misión de llevar el Evangelio a los confines de las periferias. El Señor bendijo además este servicio suscitando entre vosotros, a lo largo de estos dos siglos, una amplia legión de personas que la Iglesia ha proclamado santos y beatos. Os animo a seguir por ese camino, imitando la fe de cuantos os han precedido.
En esta Basílica, tan querida para vosotros y para todo el pueblo de Dios, invocamos a María Auxiliadora para que bendiga a cada miembro de la Familia Salesiana; que bendiga a los padres y a los educadores que gastan su vida por el crecimiento de los jóvenes; que bendiga a cada joven que se halle en las obras de Don Bosco, especialmente las dedicadas a los más pobres, para que, gracias a la juventud bien acogida y educada, sea dada a la Iglesia y al mundo la alegría de una nueva humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, no podía venir a Turín sin detenerme en esta casa: la Pequeña Casa de la Divina Providencia, fundada hace casi dos siglos por san Giuseppe Benedetto Cottolengo. Inspirado por el amor misericordioso de Dios Padre y confiando totalmente en su Providencia, acogió personas pobres, abandonadas y enfermas que no podían ser acogidas en los hospitales de aquel tempo.
La exclusión de los pobres y las dificultades para los indigentes de recibir la asistencia y las curas necesarias, es una situación que desgraciadamente está presente aún hoy. Se han hecho grandes progresos en la medicina y en la asistencia social, pero se ha difundido también una cultura del descarte, como consecuencia de una crisis antropológica que ya no pone al hombre en el centro, sino el consumo y los intereses económicos (cfr. Evangelii gaudium, 52-53).
Entre las víctimas de esa cultura del descarte quisiera aquí recordar en particular a los ancianos, que son acogidos en gran número en esta casa; los ancianos que son la memoria y la sabiduría de los pueblos. Su longevidad no siempre se ve como un don de Dios, sino a veces como un peso difícil de sostener, sobre todo cuando la salud está fuertemente comprometida. Esa mentalidad no hace bien a la sociedad, y es nuestra tarea desarrollar “anticuerpos” contra ese modo de considerar a los ancianos, o a las personas con discapacidad, como si fuesen vidas ya no dignas de ser vividas. Eso es pecado, es un pecado social grave. ¡Con qué ternura en cambio el Cotolengo ama a estas personas! ¡Aquí podemos aprender otra mirada a la vida y a la persona humana!
El Cotolengo ha meditado mucho la página evangélica del juicio final de Jesús, en el capítulo 25 de Mateo. Y no se ha hecho el sordo a la llamada de Jesús que pide ser alimentado, refrescado, vestido y visitado. Movido por la caridad de Cristo dio inicio a una obra de caridad en la que la Palabra de Dios ha demostrado toda su fecundidad (cfr. Evangelii gaudium, 233). De Él podemos aprender la concreción del amor evangélico, para que muchos pobres y enfermos puedan hallar una “casa”, vivir como en una familia, sentirse pertenecientes a la comunidad, y no excluidos y soportados.
Queridos hermanos enfermos, sois miembros preciosos de la Iglesia, sois la carne de Cristo crucificado que tenemos el honor de tocar y de servir con amor. Con la gracia de Jesús podéis ser testigos y apóstoles de la divina misericordia que salva el mundo. Mirando a Cristo crucificado, lleno de amor por nosotros, y también con la ayuda de cuantos cuidan de vosotros, encontráis fuerza y consuelo para lleva cada día vuestra cruz.
La razón de ser de esta Pequeña Casa no es el asistencialismo o la filantropía, sino el Evangelio: el Evangelio del amor de Cristo es la fuerza que la hizo nacer y que la hace ir adelante: el amor de predilección de Jesús por los más frágiles y los más débiles. Ese es el centro. Y por eso una obra como esta no avanza sin la oración, que es el primer y más importante trabajo de la Pequeña Casa, como le gustaba repetir a vuestro Fundador (cfr. Dichos y pensamientos, n. 24), y como demuestran los seis monasterios de monjas de vida contemplativa unidos a la misma obra.
Quiero agradecer a las monjas, a los hermanos consagrados y a los sacerdotes presentes aquí en Turín y en vuestras casas esparcidas por el mundo. Junto a muchos agentes laicos, voluntarios y “Amigos del Cotolengo”, estáis llamados a continuar, con fidelidad creativa, la misión de este gran Santo de la caridad. Su carisma es fecundo, como demuestran también los beatos don Francesco Paleari y fray Luigi Bordino, y la sierva de Dios sor María Carola Cecchin, misionera. Que el Espíritu Santo os dé siempre la fuerza y el valor de seguir su ejemplo y dar testimonio con alegría de la caridad de Cristo que lleva a servir a los más débiles, contribuyendo al crecimiento del Reino de Dios y de un mundo más acogedor y fraterno. Os bendigo a todos. Que la Virgen os proteja. Y, por favor, no olvidéis de rezar por mí.
Al final el Papa salió al patio interior para saludar a los que no habían cabido:
Os saludo a todos, os saludo de corazón. Os agradezco mucho lo que hacéis por los enfermos, por los ancianos y lo que hacéis con ternura, con tanto amor. Os agradezco mucho y os pido: rezar por mí, rezar por la Iglesia, rezar por los niños que aprenden el catecismo, rezar per los niños que hacen la primera Comunión, regar por los padres, por las familias, y desde aquí rezad por la Iglesia, rezad para que el Señor envíe sacerdotes, envíe monjas, para hacer este trabajo, ¡tanto trabajo! Y ahora recemos juntos a la Virgen y luego os doy la bendición [Avemaría].
Vídeo: Francisco a los jóvenes en Turín: Id a contracorriente, vivid la castidad
Gracias a Clara, Sara y Luis. Gracias porque las preguntas son sobre el tema de las tres palabras del Evangelio de Juan que hemos oído: amor, vida, amigos. Tres palabras que en el texto de Juan se cruzan, y una explica la otra: no se puede hablar de la vida en el Evangelio sin hablar de amor −si hablamos de la verdadera vida−, y no se puede hablar del amor sin esa trasformación de siervos a amigos. Estas tres palabras son muy importantes para la vida, y las tres tienen una raíz común: las ganas de vivir. Y aquí me permito recordar las palabras del beato Pier Giorgio Frassati, un joven como vosotros: «¡Vivir, no ir tirando!». ¡Vivir!
Sabéis que es feo ver a un joven “quieto”, que vive, pero vive como −permitidme la palabra− como un vegetal: hace las cosas, pero la vida no es una vida que se mueve, está quieta. Pero sabéis que a mí me dan tanta tristeza los jóvenes que ¡se jubilan a los 20 años! Sí, envejecen pronto… Por eso, cuando Clara hacía esa pregunta sobre el amor: lo que hace que un joven no se jubile son las ganas de amar, las ganas de dar lo más hermoso que tiene el hombre, y lo más hermoso que tiene Dios, porque la definición que Juan da de Dios es “Dios es amor”. Y cuando el joven ama, vive y crece, no se jubila. Crece, crece, crece y da.
Pero, ¿qué es el amor? ¿La telenovela? ¿Lo que vemos en la tele? Algunos piensan que ese es el amor. Hablar del amor es tan bonito, se pueden decir cosas hermosas, bonitas. Pero el amor tiene dos ejes sobre los que se mueve, y si una persona, un joven no tiene esos dos ejes, esas dos dimensiones del amor, no es amor. El primer eje, el amor está más en las obras que en las palabras: es concreto. A la Familia salesiana, hace dos horas, les hablé de lo concreto de su vocación… ¡Y veo que se sienten jóvenes! El amor es concreto, está más en las obras que en las palabras. No es amor decir: “Yo te amo, yo amo a toda la gente”. No. ¿Qué haces por amor? El amor se da. Pensad que Dios empezó a hablar del amor cuando se implicó con su pueblo, cuando eligió a su pueblo, hizo alianza con su pueblo, salvó a su pueblo, perdonó muchas veces —¡tanta paciencia tiene Dios!—: hizo gestos de amor, obras de amor.
Y la segunda dimensión, el segundo eje sobre el que gira el amor es que el amor siempre se comunica, es decir, el amor escucha y responde, el amor se hace en el diálogo, en la comunión: se comunica. El amor no es ni sordo ni mudo: se comunica. Estas dos dimensiones son muy útiles para entender qué es el amor, que no es un sentimiento romántico del momento o una historia, no, es concreto, está en las obras. Y se comunica, o sea, está en el diálogo, siempre.
Así Clara, responderé a tu pregunta: A menudo nos sentimos desilusionados con el amor. ¿En qué consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor? Ya sé que sois buenos y me permitiréis hablar con sinceridad. No quiero hacer de moralista, pero quisiera decir una palabra que no gusta, que es impopular −también el Papa debe arriesgarse algunas veces al decir la verdad−: el amor está en las obras, en comunicar, pero el amor es muy respetuoso con las personas, no usa a las personas, es decir, ¡el amor es casto! Y a vosotros jóvenes de este mundo, en este mundo hedonista, en este mundo donde solo tiene publicidad al placer, pasarlo bien, darse la buena vida, yo os digo: ¡sed castos, sed castos! Todos hemos pasado por momentos de la vida en que esta virtud es muy difícil, pero es precisamente el camino de un amor genuino, de un amor que sabe dar la vida, que no busca usar al otro por el propio placer. Es un amor que considera sagrada la vida de la otra persona: yo te respeto, yo no quiero usarte, yo no quiero usarte. No es fácil. Todos sabemos las dificultades para superar esa concepción “facilista” y hedonista del amor. Perdonadme si digo algo que no os esperabais, pero os pido: haced el esfuerzo de vivir el amor castamente.
Y de ahí sacamos una consecuencia: si el amor es respetuoso, si el amor está en las obras, si el amor está en el comunicar, el amor se sacrifica por los demás. Mirad el amor de los padres, de tantas madres y tantos padres que por la mañana llegan cansados al trabajo porque no han dormido bien por cuidar al hijo enfermo. ¡Eso es amor! ¡Eso es respeto! Eso no es pasarlo bien. Eso es −otra palabra clave− servicio. El amor es servicio. Es servir a los demás. Cuando Jesús, después de lavar los pies, explicó su gesto a los Apóstoles, enseñó que estamos hechos para servirnos uno al otro, y si digo que amo pero no sirvo al otro, ni ayudo al otro, ni lo hago avanzar, ni me sacrifico por el otro, ¡eso no es amor! Llevar la Cruz: ahí está la señal del amor. La historia de amor de Dios −implicado con sus obras y con el diálogo, con el respeto, el perdón y la paciencia durante tantos siglos de historia con su pueblo− acaba ahí: su Hijo en la cruz, el servicio más grande, que es dar la vida, sacrificarse, ayudar a los demás. No es fácil hablar de amor, no es fácil vivir el amor. Creo que te he respondido, Clara, y espero que te ayude, que te sean de utilidad.
Y gracias a ti, Sara, apasionada del teatro. Gracias. Pienso en las palabras de Jesús: Dar la vida. −Lo acabamos de decir−. Frecuentemente respiramos un sentido de desconfianza en la vida. Sí, porque hay situaciones que nos hacen pensar: Pero, ¿vale la pena vivir así? ¿Qué puedo esperarme de esta vida? Pensemos, en este mundo, en las guerras. Algunas veces he dicho que estamos viviendo la tercera guerra mundial, pero a trozos. A trozos: en Europa hay guerra, en África hay guerra, en Medio Oriente hay guerra, en otros Países hay guerra… ¿Puedo tener confianza en una vida así? ¿Puedo fiarme de los dirigentes mundiales? Cuando voy a votar por un candidato, ¿me puedo fiar de que no llevará mi País a la guerra? Si te fías solo de los hombres, ¡estás perdido! A mí me hace pensar una cosa: gente, dirigentes, empresarios que se dicen cristianos, ¡y fabrican armas! Eso da un poco de desconfianza: ¡se llaman cristianos! “No, no, Padre, yo no fabrico, no, no… Solo tengo mis ahorros, mis inversiones en las fábricas de armas”. ¡Ah! ¿Y por qué? “Porque los intereses son un poco más altos…”. También la doblez es moneda corriente, hoy: decir una cosa y hacer otra. La hipocresía… Veamos qué pasó el siglo pasado: en el ’14, ’15, en el ’15 propiamente. Ocurrió aquella gran tragedia de Armenia. Murieron tantos. No sé la cifra: más de un millón seguro. ¿Dónde estaban las grandes potencias de entonces? Miraban a otro sitio. ¿Por qué? Porque estaban interesadas en la guerra: ¡su guerra! Y los que mueren son personas, seres humanos de segunda clase. Luego, en los años 30-40, la tragedia de la Shoah. Las grandes potencias tenían fotografías de las líneas ferroviarias que llevaban los trenes a los campos de concentración, como Auschwitz, para matar a judíos, y también a cristianos, gitanos y también homosexuales. Dime, ¿por qué no bombardearon aquello? ¡El interés! Y un poco después, casi contemporáneamente, estaban los lager en Rusia: Stalin… ¡Cuántos cristianos sufrieron, fueron asesinados! Las grandes potencias se dividían Europa como una tarta. Tuvieron que pasar muchos años antes de llegar a una “cierta” libertad. Está esa hipocresía de hablar de paz y fabricar armas, e incluso vender armas al que está en guerra con aquel, y al que está en guerra con este.
Comprendo lo que dices de la desconfianza en la vida; también hoy que estamos viviendo en la cultura del descarte. Porque lo que no es de utilidad económica, se descarta. Se descartan los niños, porque no se tienen o porque de matan antes de nacer; se descartan los ancianos, porque no sirven y se deja morir, en una especie de eutanasia escondida, y no se les ayuda a vivir; y ahora se descartan los jóvenes: piensa en ese 40% de jóvenes, aquí, sin trabajo. ¡Es un descarte! ¿Por qué? Porque en el sistema económico mundial no está ni el hombre ni la mujer en el centro, como quiere Dios, sino el dios dinero. Y todo se hace por dinero. En español hay un dicho: “Por la plata baila el mono”. Y así, con esta cultura del descarte, ¿nos podemos fiar de la vida, con ese sentido de desafío que se extiende y se extiende? Un joven que no puede estudiar, que no tiene trabajo, que tiene vergüenza de no sentirse digno porque no tiene trabajo, no se gana la vida. ¿Cuántas veces esos jóvenes acaban con alguna dependencia? ¿Cuántas veces se suicidan? Las estadísticas de los suicidios de jóvenes no se conocen bien. ¿O cuántas veces esos jóvenes van a luchar con terroristas, al menos para hacer algo, por un ideal. Yo comprendo ese desafío. Y por eso Jesús nos decía no poner nuestras seguridades en las riquezas, en los poderes mundanos. ¿Cómo me puedo fiar de la vida? ¿Qué puedo hacer, cómo puedo vivir una vida que no destruya, que no sea una vida de destrucción, una vida que no descarte a las personas? ¿Cómo puedo vivir una vida que no me defraude?
Y paso a responder la pregunta de Luis: hablaba de un proyecto de compartir, o sea de unidad, de construcción. Tenemos que seguir adelante con nuestros planes de construcción, y esta vida no defrauda. Si te implicas ahí, en un proyecto de construcción, de ayuda −pensemos en los niños de la calle, en los inmigrantes, en tantos que necesitan, y no solo para darles de comer dos días, sino para promoverlos con la educación, con la unidad en la alegría de los Oratorios y tantas cosas, pero cosas que construyen, entonces el sentido de desconfianza en la vida se aleja, se va. ¿Qué debo hacer para eso? No jubilarme demasiado pronto: hacer. Hacer. Y diré una palabra: ir contracorriente. Para vosotros jóvenes que vivís esta situación económica, pero también cultural, hedonista, consumista con valores de “pompas de jabón”, con esos valores no se va adelante. Hacer cosas constructivas, aunque sean pequeñas, pero que nos unan, entre nosotros, con nuestros ideales: ese es el mejor antídoto contra la desconfianza de la vida, contra esta cultura que te ofrece solo el placer: pasarlo bien, tener dinero y no pensar en otras cosas.
Gracias por las preguntas. A ti, Luis, en parte te he respondido, ¿no? Ir contracorriente, o sea ser valientes y creativos, ser creativos. Una tarde del pasado verano −era agosto. Roma estaba muerta− me hablaron por teléfono de un grupo de niños y niñas que hacían un campamento en varias ciudades de Italia, y vinieron a verme −les dije que vinieran−: los pobres estaban sucios y cansados, ¡pero alegres! Porque habían hecho algo contracorriente.
Muchas veces la propaganda quiere convencernos de que esto es bonito, de que es bueno, y nos hacen creer que son diamantes, pero ¡nos venden cristales! Y hay que ir contra eso, no ser ingenuos: ¡no compréis porquerías aunque digan que son diamantes!
Para acabar, quisiera repetir la palabra de Pier Giorgio Frassati: si queréis hacer algo bueno en la vida, vivid, no “vayáis tirando”. ¡Vivid! Pero vosotros sois inteligentes y seguramente me diréis: “Usted habla así porque está en el Vaticano, tiene tantos monseñores que le hacen el trabajo, está tranquilo y no sabe lo que es la vida de cada día…”. Pues sí, alguno puede pensar así. El secreto es entender bien dónde se vive. En esta tierra −y se lo he dicho también a la Familia salesiana− a finales del Ochocientos se daban las peores condiciones para el crecimiento de la juventud: estaba la masonería en su apogeo −ni la Iglesia podía hacer nada−, estaban los “come-curas” y los satánicos. Era uno de los momentos más malos de la historia de Italia… Pues si queréis hacer una buena tarea en casa, buscad cuántos santos y santas nacieron en ese tiempo. ¿Por qué? Porque se dieron cuenta de que tenían que ir contracorriente respecto a esa cultura, a ese modo de vivir. ¡La realidad, vivir la realidad! Y si esa realidad es cristal y no diamante, busco la realidad contracorriente, y hago mía la realidad, pero que esté al servicio de los demás. Pensad en los santos de esta tierra, en lo que hicieron.
¡Y gracias, gracias, muchas gracias! Siempre amor, vida, amigos. Pero solo se pueden vivir estas tres palabras “en salida”: saliendo siempre a llevar algo. Si te quedas parado no harás nada en la vida y arruinarás la tuya.
He olvidado deciros que ahora entregare él discurso escrito. Yo conocía vuestras preguntas, y he escrito algo sobre vuestras preguntas; pero no es lo que he dicho; esto me ha salido del corazón. Así que entrego al encargado el discurso, y tú lo haces público. Aquí hay muchos universitarios, pero cuidaos de creer que la universidad sea solo estudiar con la cabeza: ser universitario significa también salir, salir al servicio, sobre todo con los pobres. Gracias.
Queridos jóvenes, os agradezco por esta acogida calurosa. Y gracias por vuestras preguntas, que nos llevan al corazón del Evangelio.
La primera, sobre el amor, nos interroga sobre el sentido profundo del amor de Dios, ofrecido a nosotros por el Señor Jesús. Nos muestra hasta dónde llega e amor: hasta el don total de sí mismo, hasta dar su vida, como contemplamos en el misterio de la Sábana Santa, cuando en ella reconocemos la imagen del «amor más grande». Pero ese don de nosotros mismos no lo imaginemos como un raro gesto heroico o reservado a algunas ocasiones excepcionales. Porque podríamos correr el riesgo de cantar al amor, de soñar el amor, de aplaudir al amor... ¡sin dejarnos tocar e involucrar por él! La grandeza del amor se revela en cuidar a quien lo necesite, con fidelidad y paciencia; por eso es grande en el amor quien sabe hacerse pequeño por los demás, como Jesús, que se hizo siervo. Amar es hacerse prójimo, tocar la carne de Cristo en los pobres y en los últimos, abrir a la gracia de Dios las necesidades, los llamamientos, las soledades de las personas que nos rodean. Entonces, el amor de Dios entra, trasforma y hace grandes las cosas pequeñas, las hace signo de su presencia. San Juan Bosco es maestro precisamente por su capacidad de amar y educar a partir de la proximidad, que él vivía con los chicos.
A la luz de esta trasformación, fruto del amor, podemos responder a la segunda pregunta, sobre la desconfianza en la vida. La falta de trabajo y de perspectivas para el futuro ciertamente contribuye a frenar el movimiento mismo de la vida, poniendo a muchos a la defensiva: pensar en sí mismos, gestionar tiempo y recursos en función del propio bien, limitar los riesgos de cualquier generosidad... Son todos síntomas de una vida retenida, conservada a toda costa y que, al final, puede llevar incluso a la resignación y al cinismo. Jesús nos enseña en cambio a recorrer la vía opuesta: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,24). Esto significa que no debemos esperar circunstancias externas favorables para ponernos de verdad en juego, sino que, por el contrario, solo empeñando la vita −¡conscientes de perderla!− creamos para los demás y para nosotros las condiciones de una confianza nueva en el futuro. Y aquí el pensamiento va espontáneamente a un joven que gastó así su vida, hasta ser un modelo de confianza y de audacia evangélica para las jóvenes generaciones de Italia y del mundo: el beato Pier Giorgio Frassati. Su lema era: «¡Vivir, no ir tirando!». Ese es el camino para experimentar en plenitud la fuerza y la alegría del Evangelio. Así no solo hallaréis confianza en el futuro, sino que lograréis generar esperanza entre vuestros amigos y en los ambientes donde vivís.
Una gran pasión de Pier Giorgio Frassati era la amistad. Y vuestra tercera pregunta decía precisamente: ¿Cómo vivir la amistad de modo abierto, capaz de trasmitir la alegría del Evangelio? He sabido que en esta plaza en donde estamos, las tardes de los viernes y sábados es muy frecuentada por jóvenes. Así pasa en todas nuestras ciudades y países. Supongo que también vosotros os reunís aquí o en otras plazas con vuestros amigos. Entonces, yo os hago una pregunta −que cada uno la piense y la responda dentro de sí−: en esos momentos, cuando estáis en compañía, ¿conseguís que se trasparente vuestra amistad con Jesús en las actitudes, en el modo de comportaros? ¿Pensáis alguna vez, en vuestro tiempo libre, en vacaciones, que sois pequeños sarmientos unidos a la Vid que es Jesús? Os aseguro que pensando con fe en esa realidad, sentiréis fluir en vosotros la “linfa” del Espíritu Santo, y daréis fruto, casi sin daros cuenta: sabréis ser valientes, pacientes, humildes, capaces de compartir y también de diferenciaros, de gozar con quien goza y de llorar con quien llora, sabréis quiere a quien no os quiere, responder al mal con el bien. ¡Así anunciaréis el Evangelio!
Los santos y santas de Turín nos enseñan que toda renovación, también la de la Iglesia, pasa a través de nuestra conversión personal, a través de la apertura de corazón que acoge y reconoce las sorpresas de Dios, empujados por el amor más grande (cfr. 2Cor 5,14), que nos hace amigos también de las personas solas, las que sufren y las marginadas.
Queridos jóvenes, junto a esos hermanos y hermanas mayores que son los Santos, en la familia de la Iglesia tenemos una Madre, ¡no lo olvidemos! Espero que os confiéis plenamente a esta tierna Madre, que indicó la presencia del «amor más grande» precisamente en medio de los jóvenes, en una fiesta de bodas. La Virgen «es la amiga siempre atenta para que no falte vino en nuestra vida» (Evangelii gaudium, 286). ¡Pidamos que no deje que nos falte el vino de la alegría!
Gracias a todos. Que Dios os bendiga. Y, por favor, rezad por mí.
Lunes 22 de junio de 2015
Vídeo: Francisco pide perdón a la Iglesia valdense en nombre de la Iglesia católica
Queridos hermanos y hermanas, con gran alegría me encuentro hoy entre vosotros. Os saludo a todos con las palabras del apóstol Pablo: «A vosotros, que sois de Dios Padre y del Señor Jesucristo, os deseamos gracia y paz» (1Ts 1,1). Saludo en particular al Moderador de la Mesa Valdense, Reverendo Pastor Eugenio Bernardini, y al Pastor de esta comunidad de Turín, Reverendo Paolo Ribet, a quienes va mi sentido agradecimiento por la invitación que tan gentilmente me han hecho. La cordial acogida que hoy me reserváis me hace pensar en los encuentros con los amigos de la Iglesia Evangélica Valdense del Rio de la Plata, de la que pude apreciar su espiritualidad y su fe, y aprender tantas cosas buenas.
Uno de los principales frutos que el movimiento ecuménico ya ha permitido recoger en estos años es el redescubrimiento de la fraternidad que une a todos los que creen en Jesucristo y están bautizados en su nombre. Este vínculo no se basa en criterios simplemente humanos, sino en el radical compartir la experiencia que funda la vida cristiana: el encuentro con el amor de Dios que se nos revela en Jesucristo y la acción trasformadora del Espíritu Santo que nos asiste en el camino de la vida. El redescubrimiento de dicha fraternidad nos permite captar el profundo lazo que ya nos une, a pesar de nuestras diferencias. Se trata de una comunión aún en camino −y la unidad se hace en camino− una comunión que, con la oración, con la continua conversión personal y comunitaria y con la ayuda de teólogos, esperamos, confiados en la acción del Espíritu Santo, pueda llegar a ser plena y visible comunión en la verdad y en la caridad.
La unidad, que es fruto del Espíritu Santo, no significa uniformidad. Los hermanos están unidos por un mismo origen pero no son idénticos entre sí. Esto está bien claro en el Nuevo Testamento, donde, aun siendo llamados hermanos todos los que compartían la misma fe en Jesucristo, se intuye que no todas las comunidades cristianas, de la que forman parte, tenían el mismo estilo, ni una idéntica organización interna. Incluso, dentro de la misma pequeña comunidad se podían descubrir diversos carismas (cfr. 1Cor 12-14) y hasta en el anuncio del Evangelio había diversidad y a veces contrastes (cfr. Hch 15,36-40). Desgraciadamente, ha pasado y sigue sucediendo que los hermanos no acepten su diversidad y acaben por hacerse la guerra uno contra el otro. Reflexionando en la historia de nuestras relaciones, solo podemos entristecernos ante las peleas y violencias cometidas en nombre de la propia fe, y pido al Señor que nos dé la gracia de reconocernos todos pecadores y sabernos perdonar unos a otros. Por iniciativa de Dios, que no se resigna nunca ante el pecado del hombre, se abren nuevos caminos para vivir nuestra fraternidad, y de esto no podemos escondernos. Por parte de la Iglesia Católica os pido perdón. Os pido perdón por las actitudes y comportamientos no cristianos, incluso no humanos que, en la historia, hemos tenido contra vosotros ¡En nombre del Señor Jesucristo, perdonadnos!
Por eso estamos profundamente agradecidos al Señor al constatar que las relaciones entre católicos y valdenses hoy se fundan cada vez más en el mutuo respeto y en la caridad fraterna. No son pocas las ocasiones que han contribuido a hacer más firmes dichas relaciones. Pienso, solo por citar algunos ejemplos −también el reverendo Bernardini lo ha hecho− en la colaboración por la publicación en italiano de una traducción inter-confesional de la Biblia, a los acuerdos pastorales para la celebración del matrimonio e, más recientemente, a la redacción de un llamamiento conjunto contra la violencia a las mujeres. Entre los muchos contactos cordiales en diversos contextos locales, donde se comparten la oración y el estudio de las Escrituras, quisiera recordar el intercambio ecuménico de dones realizado, con ocasión de la Pascua, en Pinerolo, por la Iglesia valdense de Pinerolo y la Diócesis. La Iglesia valdense ofreció a los católicos el vino para la celebración de la Vigilia de Pascua y la Diócesis católica ofreció a los hermanos valdenses el pan para la Santa Cena del Domingo de Pascua. Se trata de un gesto entre las dos Iglesias que va más allá de la simple cortesía y que hace pregustar, en cierto sentido, la unidad de la mesa eucarística a la que anhelamos.
Animados por estos pasos, estamos llamados a seguir caminando juntos. Un ámbito en el que se abren amplias posibilidades de colaboración entre valdenses y católicos es el de la evangelización. Conscientes de que el Señor nos ha precedido y siempre nos precede en el amor (cfr 1Jn 4,10), vamos juntos al encuentro de los hombres y mujeres de hoy, que a veces parecen tan distraídos e indiferentes, para trasmitirles el corazón del Evangelio, o sea «la belleza del amor salvador de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Evangelii gaudium, 36). Otro ámbito en el que podemos trabajar cada vez más unidos es el del servicio a la humanidad que sufre, a los pobres, a los enfermos, a los inmigrantes. Gracias por lo que ha dicho usted de los inmigrantes. De la obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros deriva la exigencia de testimoniar el rostro misericordioso de Dios que cuida de todos y, en particular, de quien tiene necesidad. La elección de los pobres, de los últimos, de los que la sociedad excluye, nos acerca al corazón mismo de Dios, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2Cor 8,9), y, en consecuencia, nos acerca más unos a otros. Que las diferencias en importantes cuestiones antropológicas y éticas, que siguen existiendo entre católicos y valdenses, no nos impidan hallar formas de colaboración en estos y otros campos. Si caminamos juntos, el Señor nos ayudará a vivir la comunión que precede cada contraste.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco nuevamente este encuentro, que quisiera nos confirmase en un nuevo modo de estar unos con los otros: mirando ante todo la grandeza de nuestra fe común y de nuestra vida en Cristo y en el Espíritu Santo, y, solo después, las divergencias que aún subsisten. Os aseguro mi recuerdo en la oración y os pido por favor que recéis por mí: lo necesito. Que el Señor nos conceda a todos su misericordia y su paz.
El Santo Padre ha recibido, de forma estrictamente privada, a unos treinta familiares que viven en Piamonte: seis sobrinos con sus familias. En la Capilla del Arzobispado el Papa ha celebrado la Misa para sus familiares, y luego almorzó con ellos.
Fuente: vatican.va y romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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