ZENIT.org (Entrevista de Stefano Fontana)
La Iglesia pide obediencia a sus propios fieles, no a todos los hombres. A los demás la Iglesia pide respeto, considerando que desempeña un servicio para la humanidad, y que recupera valores morales y espirituales para el bien de la sociedad. Pedir respeto no es pedir privilegios
En el mundo de hoy hay una gran discusión entre laicos y creyentes, Estado e Iglesia, religión y secularización. Y no se trata solamente de las intervenciones eclesiásticas en lo referente a las políticas que regulan el Estado y la sociedad civil.
El tema de la relación entre el laicismo y la religión se ha vuelto más peliagudo, sobre todo cuando se habla de la amenaza del fundamentalismo islámico que no reconoce ninguna diferencia entre ambas.
Para profundizar en el tema, ZENIT entrevistó a monseñor Giampaolo Crepaldi, arzobispo de Trieste, presidente de la Comisión Caritas in Veritate, del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas (CCEE) y Presidente del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuan sobre la Doctrina Social de la Iglesia.
Excelencia, antes que nada, ¿qué quiere decir para usted el término “laico”?
Me parece que hoy en día esta palabra tiene cuatro significados. El primero es “no sacerdote” y “no religioso”. Quien no es sacerdote ni pertenece a una congregación de monjes, frailes o religiosas es laico. Mi madre y mi padre eran laicos.
En segundo lugar, se puede llamar laico a quien piensa que el ámbito político es autónomo de la religión, pero que al mismo tiempo pueda valerse de los recursos espirituales y morales de la religión, incluso que sienta necesidad de ellos, de otro modo la misma política se transformaría en una absoluto religioso.
Un tercer significado de laico se refiere a quien vive y razona sin tener en cuenta la religión, expresado con otras palabras sería indiferencia hacia la religión.
Y por último, hoy laico también puede significar anti-religioso, es decir que combate la religión, no la deja expresarse, no le da cabida en el espacio público.
¿Podría establecer una jerarquía entre estos significados? Según su opinión ¿cuál es el verdadero laicismo?
La primera definición no es un problema para nadie. Entre las otras tres quisiera decir que la más correcta es la primera (lo que equivale a la segunda del elenco mencionado), mientras que la segunda y la tercera son incorrectas, antes que nada desde el punto del laicismo. O sea que son formas de laicismo poco laicas.
Entiendo que usted diga que quien combate la religión es poco laico, pero quien no la tiene en cuenta y es indiferente ¿no sería un auténtico laico?
Ya hay una exclusión de Dios en el ámbito público. Aunque si no la combato abiertamente , si afirmo que la organización de la sociedad no debe tener en cuenta mínimamente la dimensión religiosa sino que debe serle indiferente y por ejemplo, que es necesario quitar los símbolos religiosos, apostar por una instrucción escolástica que prescinda totalmente de la religión, que el obispo no puede manifestarse públicamente y que los católicos no pueden ejercer su presencia explícita en la sociedad o cosas de este tipo... digo que soy indiferente pero en realidad he hecho una elección basada en la exclusión.
Por tanto, ¿no es posible no tomar una posición concreta respecto al problema de Dios?
No es posible. Y el laicismo que dice hacerlo posible es un engaño. El laicismo es el ejercicio de la razón y no del engaño. Se puede construir un mundo basado en Dios o no basado en Dios. No hay posibilidad para una tercera posibilidad. Basar un mundo en Dios, no quiere decir ser un integralista, significa reconocer la autonomía de las cosas humanas, pero verlas dentro de sus límites, y por tanto en su necesidad estructural de un suplemento de recursos para poder ser ellas mismas. Por este motivo un mundo sin Dios no significa crear un mundo neutral.
Además hoy se dice que la cuestión de Dios viene después para quien se lo quiere plantear. Usted sin embargo dice está en primer lugar, en cuanto que es una cuestión que nadie puede eludir.
La cuestión de Dios es anterior a todas las demás y no existe nadie que no se la plantee. Esto sucede porque cuando conocemos la realidad, la encontramos enseguida necesitada de un fundamento, o sea que es incapaz de explicarse completamente por sí misma.
En esta percepción ya existe la idea, aunque muy general, de Dios, que nos acompaña para siempre. La idea de Dios no se une, por tanto, cuando ya hemos elaborado todas las demás.
El laico es aquel que usa la razón para organizar la propia vida, pero no para absolutizar la razón y que constituya su prisión, sino que mantiene abierta la pregunta, permanece disponible a un suplemento de sentido que la razón por sí misma no puede dar, pero al que nos remite, ya que en ella percibe una necesidad de estar completa que por sí misma no se puede dar.
En este sentido entonces sólo es laico el que se mantiene abierto a Dios.
Creo que es exactamente así, y le daré dos ejemplos: El presidente francés Sarcozy, en su famosa intervención en San Juan de Letrán hace algún año, usó la expresión “laicismo positivo”. Quería expresar con este término una actitud positiva de apertura con respecto a la religión. El Papa Benedicto XVI demostró que apreciaba esta expresión y la empleó en su viaje a Francia hace dos años.
El segundo ejemplo es el siguiente: Joseph Ratzinger, en un discurso famoso que realizó cuando todavía era cardenal, invitó a los laicos a “vivir como si Dios existiese”. He aquí de nuevo el tema del laicismo positivo. Sería verdaderamente poco laico eliminar la duda: ¿y si Dios existe? El creyente, cuya fe no está exenta de cierta incredulidad, pide al laico la misma honestidad intelectual, que también viva él con la duda laica: ¿estamos seguros de que Dios no existe?
¿Y si el laico no lo hace?
Creo que entonces no es laico. Se convertiría en un dogmático y se dejaría llevar por un disgusto intolerante hacia la religión que lo haría incapaz de ver con objetividad su significado, la cambiaría por una superstición cialtronesca. De hecho la combatiría, naturalmente en nombre del laicismo, que se convertiría en la nueva religión de la antirreligión. Hoy hay muchos de ellos, son los laicos intolerantes.
En una carta a los niños de su diócesis para la fiesta de San Nicolás, usted había afirmado, entre otras cosas, que los niños que viven en una familia en la que los padres están casados son afortunados. Por esto ha sido criticado por discriminar sea a los niños o a las familias. ¿Lo considera un ejemplo de laicismo intolerante?
El laicismo tolerante es aquel que permite a la Iglesia expresarse según su lógica y no decir cosas que corresponden a otras formas de pensar. La fe cristiana dice que el matrimonio no es sólo un contrato explícito o implícito, sino que es la construcción sacramental de una realidad nueva, que vivirá en la medida en que acepte ser vivificada por el Señor.
Esto no contradice al hecho de que, por desgracia, tantos matrimonios celebrados por la Iglesia humanamente fracasan; ni obliga a equiparar a todos los tipos de “familia”. No creo que sea tolerante criticar al obispo que dice que el verdadero modelo de familia es el cristiano, propuesto por Dios mismo en la Sagrada Familia de Nazareth vivido y enseñado por el Señor Jesús. Ni se puede impedir la afirmación de que nacer en una familia así, en la que el amor de los cónyuges tiene la impronta del amor de Dios por nosotros y de nosotros hacia Dios, sea una gran fortuna.
Añado a este tema algo más, que esto debería ser considerado un derecho para todos los niños. Quien lo ha experimentado sabe que es una gran suerte. Decir que en este sentido el obispo hace una discriminación es ridículo: el amor de la Iglesia es para todos, pero no la exime de decir cómo están las cosas.
Trieste está orgullosa de su tradición laica. ¿Hace bien?
Hace bien porque su laicismo es apertura a la convivencia, aceptación recíproca, diálogo amistoso y sin prejuicios, con ausencia de formas fundamentalistas. Pero se equivoca cuando alguna persona da a este laicismo otro significado: que la Verdad no existe, que la Iglesia no debe anunciar a Jesucristo como Verdad y Vida, que la Iglesia no debe evangelizar ni rezar para que las conversiones aumenten, cuando critica al anuncio llamándolo proselitismo.
O también se equivoca cuando se le quiere poner al obispo una mordaza, o peor cuando le obliga a decir algo que todo el mundo quisiera oír, es decir lo que a todo el mundo le parece bien. No todo está bien: en la actualidad se han establecido formas de familia que no son un verdadero bien para los niños y que les hace sufrir, llevándoles de un lado a otro y cargando sus pobres espaldas con las irresponsabilidades de los adultos. No es verdadero laicismo el que prohíbe al obispo decir estas cosas.
La Iglesia pide obediencia a sus propios fieles, no a todos los hombres. A los demás la Iglesia pide respeto, considerando que desempeña un servicio para la humanidad, y que recupera valores morales y espirituales para el bien de la sociedad. Pedir respeto no es pedir privilegios. Porque nada ni nadie puede quitarle a la Iglesia su “pretensión”.
¿Qué pretensión?
La pretensión de tener la respuesta a las verdaderas necesidades del hombre. El laicismo debe respetar sobre todo esto: que la Iglesia tenga la posibilidad de proclamar totalmente su mensaje de salvación, que se refiere a la vida humana entera, pensando que de esta manera, se realiza un servicio a la persona humana. Por eso no se acepta mi crítica de que vivir en una familia cristiana vivificada por Cristo mismo y por su Espíritu es una gran fortuna, no se acepta que la Iglesia con su mensaje pueda hacer la vida más humana. La Iglesia nunca podrá aceptar esta intolerancia hacia ella.
[Traducido del italiano por Carmen Álvarez]
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