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«La cercanía de Dios lleva consigo, necesariamente, la cercanía a los demás, vecinos o lejanos». Es una de las conclusiones que propone el Prelado del Opus Dei en su carta mensual de febrero.
Comienza Mons. Echevarría manifestando la alegría de innumerables hijos de la Iglesia y de tantas personas en el mundo entero por la noticia de la próxima beatificación de Juan Pablo II, el próximo día 1 de mayo, afirmando que me venía al pensamiento que el mejor modo de dar gracias a la Trinidad, por este nuevo don a la Iglesia y a la humanidad, se resume en reemprender con nuevo impulso, llenos de gozo, el camino de la santificación en las circunstancias ordinarias de la vida, que hemos aprendido de San Josemaría y que Juan Pablo II, en la Carta apostólica dedicada al nuevo milenio, indicó como el principal ‘desafío’ dirigido a todos los cristianos sin excepción.
Y continúa con las palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II en la citada Carta apostólica Novo Millennio ineunte: «Este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos "genios" de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno (...). Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección», recordando que lo mismo manifestó en la Bula de canonización de nuestro Padre, definiéndole como “el santo de la vida ordinaria”.
Sin Jesucristo, continúa el Prelado, no podríamos aspirar a esa meta: “sine me nihil potestis facere”, puntualiza en el Evangelio de San Juan. Y cada uno ha de colaborar libremente, abrirse a la gracia del Espíritu Santo que nos llega especialmente por medio de los sacramentos, a través de signos sensibles que la bondad y sabiduría del Señor ha establecido para acercarse a sus criaturas, y
Refiriéndose, a la festividad de la Purificación de Nuestra Señora, junto a la Presentación de Jesús en el Templo, que celebramos el día 2, afirma que nos habla precisamente de la necesidad de purificarnos de nuestros pecados, paso primero e imprescindible para caminar por la senda de la santidad. Se considera esta escena evangélica en el cuarto misterio gozoso del Rosario, que San Josemaría nos enseñó a contemplar invitándonos a entrar en ese episodio de la vida de María, e invita a todos a recordar lo que san Josemaría escribe en Santo Rosario, tras haber mencionado el relato de San Lucas:
«… esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda.
¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?
¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón».
Después de recordar que el pecado sigue presente en el mundo, a pesar de haber transcurrido más de 20 siglos desde la encarnación del Hijo de Dios, aunque Cristo lo ha vencido mediante su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa, afirma que la aplicación de esos méritos infinitos depende también de nuestra colaboración: creados a imagen y semejanza de Dios, cada una y cada uno ha de esforzarse por hacer propios los merecimientos del Salvador, colaborando con Él en la aplicación de la redención.
Y afirma que especialmente espera ese servicio de quienes deseamos seguirle de cerca en su Iglesia Santa, medio e instrumento de salvación para la humanidad entera. ¿Te empeñas en apartar lo que de Dios te aparta? ¿Cultivas diariamente el afán de alcanzar una mayor intimidad con el Señor?
Comentando un texto de san Josemaría en Es Cristo que pasa, asegura que lucharemos eficazmente contra el pecado y sus consecuencias, en nuestra vida personal, acudiendo verdaderamente contritos a la confesión sacramental, con la oportuna frecuencia, y sabiendo además que este sacramento de la misericordia divina ha sido instituido por Nuestro Señor, no sólo para perdonar los pecados graves, sino también para fortalecer nuestras almas a la hora de la pelea contra los enemigos de nuestra santificación.
Estas y otras consideraciones que hace el Prelado, pueden servirnos para aprovechar más y mejor las gracias que —así lo esperamos— nos prodiga la Virgen también ahora, cuando concluye el año mariano, que tendrá lugar el próximo día 14.
Termina el Prelado su carta mencionando su escapada a Bruselas, donde, de la mano de nuestro Padre, he visto cómo la Obra crece compacta, segura; y he pensado que tiene que ser así, con la correspondencia diaria de cada una y de cada uno, también porque nos llaman de muchísimos lugares: que no se pueda afirmar de ninguno que nos encogemos de hombros ante esta urgencia.
Recuerda a D. Álvaro, quien el día 19 celebraba su santo, y comenta la reciente Audiencia en que fue recibido por el Santo Padre.
Concluye pidiendo el apoyo de todos: vuelvo a suplicaros que tengáis muy presentes todas mis intenciones, encomendándolas de modo especial a la Virgen Inmaculada, Mater Pulchræ Dilectionis, Madre del Amor Hermoso
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
Construyendo perdón y reconciliación |
El perdón. La importancia de la memoria y el sentido de justicia |
Amor, perdón y liberación |
San Josemaría, maestro de perdón (2ª parte) |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
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“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
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