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Las personas perdemos la paz cuando perdemos el sentido de la vida, cuando no vemos qué sentido tiene el dolor, la dificultad o la muerte. Otras veces es la reacción ante las propias limitaciones y errores. Realmente para vivir un estado permanente de paz interior es preciso aceptar las propias limitaciones sin dejar de luchar serenamente por superarlas, saber pedir perdón cuando actuamos mal y tener la convicción que la vida es como una película en capítulos de la cual el último se ve en el cielo y es en el que todo encuentra sentido
A veces confundimos el sentido de la palabra paz, acotándola a ausencia de problemas y dificultades, cuando en realidad se refiere sobre todo a la calma y sosiego interior, que es compatible con contradicciones y contratiempos.
Alguien muy lúcido la definió como “el sosiego en el orden”. Es decir, como el orden de los amores en el corazón. Porque cuando no se ama lo que se debe amar, se termina amando lo que no se debe… y los amores equivocados llevan a una profunda intranquilidad, que se puede acallar, pero no suprimir.
Desde España, el educador José Manuel Mañú responde las preguntas de Hacer Familia para profundizar en el verdadero sentido de la paz.
¿Cómo define usted la paz?
La paz es por un lado un sentimiento interior de serenidad, pero para que esté bien fundamentada debe corresponder a una vida ordenada según la escala de valores. Como la auténtica escala de valores tiene que estar basada en la realidad de las cosas, será una vida virtuosa, acorde a la dignidad del ser humano.
Quizá, usando una expresión clásica, se puede afirmar que la auténtica paz llega como consecuencia del orden en el amor, en la adecuada ordenación de nuestros diversos amores. Para el cristiano esa perspectiva se amplía y lo que en lo humano pudiera ser una consecuencia de la excelencia, en la vida cristiana la auténtica paz reside en la confianza amorosa de que Dios vela por nosotros y que desde nuestra condición de hijos de Dios podamos acudir a su misericordia una y otra vez. Porque como dijo un autor francés, Charles Péguy, sólo Dios puede convertir las aguas amargas en aguas dulces.
¿Qué situaciones o actitudes le exasperan, le quitan la paz?
Mi experiencia personal es irrelevante, pero sí puedo decir que las personas perdemos la paz cuando perdemos el sentido de la vida, cuando no vemos qué sentido tiene el dolor, la dificultad o la muerte. Otras veces es la reacción ante las propias limitaciones y errores. Realmente para vivir un estado permanente de paz interior es preciso aceptar las propias limitaciones sin dejar de luchar serenamente por superarlas, saber pedir perdón cuando actuamos mal y tener la convicción que la vida es como una película en capítulos de la cual el último se ve en el cielo y es en el que todo encuentra sentido.
Vivimos a un ritmo tan acelerado que pareciera imposible encontrar paz interior…
El mundo actual marca un ritmo que si uno no toma las riendas de su propia vida puede pasarse los años corriendo detrás de los acontecimientos. No valen los consejos fáciles, pues no siempre somos dueños de nuestro horarios, de establecer todas y cada una de las prioridades. Pero, a pesar de ello, somos en buena parte capaces de reconducir los acontecimientos. Cuando hay un porqué, se supera cualquier cómo. Viktor Frankl, un psiquiatra judío prisionero en un campo de concentración nazi, relata en El hombre en busca de sentido, da testimonio de que no deben ser las circunstancias externas quienes tengan la última palabra en nuestra vida.
¿Cuáles han sido las consecuencias de esta ausencia de vida interior? ¿Cómo volver atrás?
Afortunadamente el ser humano tiene la capacidad de volver atrás cada vez que pide perdón y recomienza. Esto se aprecia en la vida familiar: antes de dar por perdida una batalla hay que saber que sí es posible encontrar una salida. Pedir perdón y saber perdonar son las grandes posibilidades que permiten que en nuestra vida muy pocas cosas sean irreparables.
La falta de serenidad, de silencio interior, la abundancia de ruido externo son serias dificultades para encontrar la fuente de la verdadera paz. Es verdad que somos humanos y que no sólo las verdades sobrenaturales son suficientes y mucho menos excusa para no cuidar las obligaciones humanas. Pero el amor desinteresado de una familia o saber que hay un Dios que nos entiende hasta esa desazón que no sabemos explicar, son necesarias para poder tener la verdadera dimensión de las cosas. Difícilmente podrá encontrar esa serenidad para reflexionar en esto quien tiene la angustia de no poder alimentar a sus hijos. Recientemente escuché, a raíz de un suceso ordinario, que una madre es capaz de estar a la vez en tantas cosas distintas como hijos tenga. Pues bien, a esa frase dicha por una persona de manera elogiosa, habría que añadir que además es capaz de estar pendiente de su esposo y de tener presente a Dios.
Muchas personas que buscan paz interior inician un recorrido por las más diversas disciplinas y religiones. ¿Qué ha pasado con la espiritualidad católica?
Es evidente que los católicos hemos cometido errores a lo largo de la historia, como reconoció en varias ocasiones Juan Pablo II, pidiendo públicamente perdón, o como ha recordado Benedicto XVI cuando ha dicho que en ocasiones se ha sacrificado la libertad en el altar de la verdad y en otras la verdad en el de la libertad, cuando en realidad libertad y verdad se necesitan mutuamente y se complementan de modo excelente cuando se sigue el orden que indicó Cristo: la verdad os hará libres.
Los dos últimos papas, por ceñirme al pasado más reciente y la actualidad, se caracterizan por ser portadores de esperanza. Cuando se transmite una visión negativa de su figura es porque no se conoce su mensaje. Cualquier persona que los haya escuchado o leído sin prejuicios habrá observado que el poder de las llaves de Pedro lo han usado para abrir puertas a la esperanza, no para cerrar posibilidades que ayuden al hombre. Cabe decir, sin triunfalismos, que han sido los grandes defensores de la dignidad de la persona humana, junto a otras personas de buena voluntad.
En definitiva, ¿se puede alcanzar la paz interior desde cualquier tipo de espiritualidad?
Respeto a todas aquellas personas que buscan la paz interior y que tratan de cultivar la vida espiritual. No tengo experiencia personal de haber buscado en otras religiones la vida interior, pero sin negar la parte de verdad que hay en muchas de ellas, sólo una, la católica, afirma que Dios se ha hecho hombre como nosotros en todo menos en el pecado. Esa cercanía de Dios, que en la Navidad se palpa de manera más cercana, nos permite acudir con la confianza de la cercanía y la seguridad de que a la vez es omnipotente y misericordioso y que, como se ha dicho en alguna ocasión, sólo sabe contar hasta uno. Cuándo hablamos con Él, es como si el tiempo se parara y Dios sólo tuviera oídos para escucharnos a cada uno de nosotros sin prisa y con cariño, estando disponible en el sagrario todo el tiempo que sea preciso. Desde esa fe le puedo decir que o los cristianos estamos locos por creer en un Dios hecho hombre o que somos los más afortunados de la tierra por tener esa cercanía de una religión que no se apoya en el temor sino en el amor hecho obras.
Lo que tenemos que ganar los cristianos es en aprender a explicar nuestra religión. Para entender la moral y la liturgia de la Iglesia es precioso que conozcamos a Cristo y su amor por nosotros. Lo contrario es como hablar de las obligaciones del matrimonio a una persona que no está enamorada. El enamorado cuando escucha las preciosas palabras del sacramento del matrimonio no las ve como un yugo opresivo, sino como una obligación amorosa. Pero eso nos llevaría a hablar del matrimonio distinguiendo entre las fases de amor: romántico, matrimonial,... y su esencia. En un mundo que se mueve por sensaciones y sentimientos es preciso fundamentar bien en la inteligencia la realidad de la cosas. Pero eso, si le parece, lo dejamos para otro día.
No quiero terminar sin recordar un comentario de Pablo VI que decía que al hombre actual le convencen más los testimonios personales que los razonamientos. Quizá por eso un buen modo de acercar a quien no conoce los temas tratados sea ver la vida de quienes le rodean y con sus limitaciones luchan por ser coherentes con su fe. Y darles un ejemplar de los Evangelios para que conozcan al único modelo que tenemos los cristianos.
Escrito por Pía Orellana y Diego Ibáñez (Hacer Familia nº 166)
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